Confieso que tengo un sueño.
     Confieso que tengo  un sueño. Confieso también que nunca pensé que algún día me conformaría  con un sueño tan primario. Confieso que sueño con el día en que mis  peores adversarios políticos acepten que yo, y millones como yo,  existimos y tenemos derecho a gobernar nuestro país.   Y la verdad  no lo sueño por mi en lo personal, sino por Venezuela, porque creo  sinceramente que es la única vía para que nuestra democracia de un salto  cualitativo que nos permita alcanzar niveles superiores de organización  y bienestar.   Y confieso también que es un sueño relativamente  nuevo. Porque desde que tuve uso de razón política, soñé únicamente con  transformar la sociedad, con cambiarlo todo y construir una utopía.  Aspiré a participar en la conformación de una sociedad ideal, despojada  de la injusticia y la desigualdad que son la marca de su imperfección.   Y  no es que haya renunciado a este sueño inicial, pero al haber  participado en política, lidiado con la cotidianidad terrena de l...