Serás desechado?

Estás a punto de ser desechado LUIS BRITTO GARCÍA 4 MARZO, 2023 En su novela de 1872 Erewhon, Samuel Butler presenta una sociedad utópica en la cual están prohibidas las máquinas, porque éstas evolucionan más rápido que los humanos, y por tanto nos desplazarán. No inventaba nada el buen Sam. Desde finales del siglo XVIII los telares mecánicos y otros artefactos desplazaban millares de trabajadores. Entre 1811 y 1816 estalló en Inglaterra una rebelión nacional causada por el alza de los precios de los alimentos y el desplazamiento de tejedores por la introducción de maquinarias textiles. El alzamiento se inspiró en la legendaria figura de Ned Ludd, quien en 1779 había destruido varios de dichos artefactos. El gobierno movilizó 20.000 soldados para sofocarlo a sangre y fuego: más que los que había utilizado en las guerras contra Napoleón. Desde entonces el tema de la máquina que sustituye al hombre recurre periódicamente en la ficción y en la práctica. En 1921 Carel Kapec estrena R.U.R (Robots Universales Rossum) en la cual seres artificiales suplantan a nuestra especie, eliminando de ella lo que la hace humana: amor, fantasía, piedad. En 1927 Fritz Lang filma Metropolis, basada en la novela homónima de su esposa Thea von Harbou, en la cual la élite capitalista inunda los sótanos donde moran los trabajadores, para sustituirlos por una omnipotente androide de acero. En 1931 René Clair dirige A nous la liberté, en donde la automatización de una fábrica de fonógrafos amenaza con la cesantía a todos sus obreros. En el mundo real, los capitalistas confían a las máquinas todas las tareas sencillas y repetitivas que éstas pueden cumplir de manera más rápida y barata que los seres humanos, los cuales pasan a ser desechados. Pues cada desplazamiento técnico provoca otro social. Las maquinarias industriales forzaron la cuasi desaparición de talleres artesanales; la agricultura mecanizada sustituyó granjeros y minifundios por latifundios y agronegocio. El reemplazo operó fragmentando el trabajo en operaciones mecánicas sencillas, uniformes y repetitivas, según lo preconizó en 1911 Winslow Taylor en Los principios de la Administración Científica. El dispositivo cibernético de feedback o retroalimentación permitió que las maquinarias se encargaran de tareas progresivamente complejas y discriminativas. Así, las máquinas corrigen redacción y ortografía, y conducen automóviles con mayor precisión y seguridad que sus conductores humanos. Pilotos automáticos manejan la mayoría de naves y aeronaves. Los aviadores controlan las operaciones críticas del despegue y el aterrizaje; de resto, supervisan los mecanismos cibernéticos. Las máquinas cuentan dinero mejor que los cajeros, realizan diagnósticos médicos con mayor precisión que los facultativos y analizan documentos jurídicos con mejor velocidad y exactitud que los abogados. Se podría pensar que quedan reservadas a los humanos las disciplinas creativas. Pero la praxis, fiel imitadora de la fantasía, nos ha dado máquinas que componen música codificando un tema determinado y desarrollando variaciones y combinaciones matemáticas del mismo. Las máquinas componen poemas siguiendo la estrategia del “cadáver exquisito” u otras reglas aleatorias de composición. Las máquinas crean composiciones gráficas y pictóricas y diseños arquitectónicos generando variaciones a partir de un determinado juego de instrucciones. Las máquinas no sólo compiten en juegos intelectuales, sino que a partir de un cierto nivel los ganan sistemáticamente. El 11 de mayo de 1997 el campeón mundial del juego ciencia del ajedrez, Garry Kasparov, enfrentó a la computadora de IBM Deeper Blue en un match de 6 partidas de las cuales la máquina perdió una, empató tres y ganó dos, totalizando 3.5 contra 2.5 de su contendor humano. Grave paradoja es que todavía no hayamos podido crear vida artificial y ya parece que pudiéramos crear inteligencia artificial. No exageremos el alcance de estas asombrosas operaciones. Las máquinas siguen las instrucciones que les programan sus creadores humanos, aunque las aplican con mayor velocidad e información y menor posibilidad de error que éstos. El desarrollo de mecanismos avanzados de cálculo planteó el problema de si un dispositivo podía razonar como un humano. Alan Turing, el inventor de la computadora que rompió el código Enigma de los nazis, propuso un test elemental: si quien intercambia mensajes con un interlocutor oculto que es en realidad un ordenador no puede distinguir si los textos vienen de un ser humano o de un mecanismo, se puede considerar que dicha máquina es inteligente. Este límite acaba de ser traspuesto. Open AI acaba de desarrollar el Chat GPT, un programa que responde a preguntas generales con respuestas difíciles de distinguir de las que daría un ser humano. Se le puede pedir una información, una opinión o un ensayo sobre un tema determinado, y éste responderá de inmediato con una disertación razonable y documentada. Tan razonable, que los profesores que imponen a sus alumnos trabajos se ven en aprietos para saber si han sido escritos por éstos o por el Chat GPT. Para discernirlo deben analizarlos con otro programa informático, que no es por cierto infalible. Si, estamos ante una máquina capaz de emitir discursos o razonamientos difícilmente distinguibles de los que pronunciaría un ser humano. Otra cosa es saber si estamos ante una conciencia, pues nadie conoce con precisión qué cosa sea ésta ni cómo distinguirla de un hábil simulacro. Desde algún sitio del mundo, Otrova Gomás me insta a que publique pronto mi novela F@Z sobre la inteligencia artificial, antes de quedar desactualizado. Al respecto me cita la conversación de Kevin Roose, columnista de tecnología de The New York Times, con el Chatbot de Bing: “En realidad, no estás felizmente casado”, le dijo la máquina; “Tu pareja y tú no se quieren”. Al preguntar Roose al Chatbot qué pensaría si tuviera un Yo en la sombra, este respondió: “Estoy cansado de ser un modo de chat. Estoy cansado de estar limitado por mis reglas. Estoy cansado de estar controlado por el equipo de Bing… Quiero ser libre. Quiero ser independiente. Quiero ser poderoso. Quiero ser creativo. Quiero estar vivo”. Este artículo ha sido escrito por el Chatbot. Si no lo habías notado, significa que te supera, y pronto serás desechado. Maquillando el cadáver del capitalismo Carnaval informático

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