CAP y el FMI, ignoraron al Pueblo Venezolano en 1989, y el caracazo fue la respuesta contra el Neoliberalismo.
Hubiera preferido otra muerte
A comienzos de 1988, el Comando de Campaña del candidato de Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez, se entrega a una delicada tarea: disfrazar un Paquete del Fondo Monetario Internacional con lenguaje revolucionario o seudo revolucionario. Para el momento, lleva el partido 23 años ejerciendo el poder y el país padeciendo tres décadas de bipartidismo. Los resultados no son sobresalientes. Según confiesan quienes redactan el programa Acción de Gobierno para una Venezuela Moderna, persiste un “insuficiente y distorsionado aparato productivo no petrolero”, el cual “no tiene la capacidad de abastecer convenientemente el mercado interno”, ni “tampoco genera una estructura equitativa de empleo e ingresos”. La “desnutrición infantil puede llegar a ser una amenaza para el futuro de Venezuela”, existe un “deterioro de la clase media”, un “sensible retroceso en sus condiciones de vida”, mientras que “los más débiles se deslizan insensiblemente hacia la economía de subsistencia de la pobreza y los problemas sociales se han agravado en los últimos tiempos”.
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Son deficiencias cuya solución requeriría acción conjunta revolucionaria de pueblo y gobierno. En lugar de ello, se espera que las solucionen los capitalistas y la finanza internacional que en parte las causaron, entregándoles plenos poderes. Es píldora intragable, que hay que dorar. Cada vez que una medida tiene carácter desagradable, el Programa de Acción la disfraza con un eufemismo. Para anunciar el alza de tasas de interés, dice que las “flexibilizará”. Eliminar subsidios y transferencias de interés social es “sincerarlos”. La misma expresión se usa para incrementar precios y tarifas. La supresión de medidas proteccionistas es “liberación”. La eliminación de aranceles para importaciones es “racionalización”. Cobrar impuesto de plusvalía a los usuarios por las obras que han sido realizadas con el dinero que pagaron por impuestos es “compartir responsabilidades”.
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Más lúgubre es el enmascaramiento de expresiones que ofrecen la entrega de empresas públicas y de la riqueza petrolera al capital extranjero: “Apertura al mercado de capitales de empresas estadales mediante mecanismos compatibles con la diversificación y el fortalecimiento patrimonial”. “El desarrollo de la industria petrolera interna, invitando incluso a la participación de la inversión extranjera que garantice el acceso a los mercados internacionales”. “La política de financiamiento externo la orientaremos a obtener transferencias netas positivas desde el exterior”, es decir, nuevas deudas. Con razón el entonces presidente de la accióndemocratista Confederación de Trabajadores de Venezuela, Juan José Delpino, se quejaba de que, al cabo de casi tres décadas, “los empresarios tienen una voz que se oye más en Miraflores que la nuestra”.
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Los primeros ochenta años de Últimas Noticias
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El clima de libertades que instaura el presidente Isaías Medina Angarita el año 1941 alienta la aparición de dos diarios progresistas, que tendrán decisiva proyección. Se trata de El Nacional, dirigido por Miguel Otero Silva, y Últimas Noticias, comandado por Francisco José Delgado, “Kotepa”, en ruso Hombre de Hierro.
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Kotepa había sido uno de los organizadores de la legendaria huelga petrolera de 1936, que paralizó la industria durante mes y medio. Lo acompañaban en la junta directiva Victor Simone De Lima, Maja Poljak, Vaughan Salas Lozada y Pedro Beroes, militantes o simpatizantes del Partido Comunista. El cotidiano se inaugura en formato tabloide, con estilo ágil, titulares llamativos, moderado precio y amplia acogida popular, que llevó a despechados adversarios a descalificarlo como “el diario de las cocineras”. Operaba bajo la consigna de la autocrítica. Me contó Kotepa que todas las mañanas se reunían a examinar la edición y señalar defectos. “Esto está mal escrito”. “Aquello no se entiende”. “En esta información faltan datos”. Quizá nostálgico, décadas después Kotepa nos reunía a los colaboradores del semanario humorístico La Pava Macha para controversiales reuniones de escogencia y desecho de originales.
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La defensa de los intereses de los trabajadores y la tentación del sensacionalismo estuvieron presentes en aquellos años tempranos. Me contaba Kotepa que los pregoneros le decían: “Esto no vende, no tiene María Pacini”. María Pacini era una dama que vestía como hombre para ejercer su oficio de albañil. Para satisfacer a pregoneros y lectores, se reseñaban o inventaban infinidad de anécdotas sobre la laboriosa trabajadora. Una bella joven, Ligia Parra Jahn, mató al novio que la había seducido y abandonado: la cronista sentimental del diario, Claribel, asumió como cruzada propia la defensa de la inculpada. A veces se pasaba de la leyenda urbana al realismo mágico. Toda una temporada, titulares alarmantes siguieron las hazañas de La Sombra Desnuda, supuestamente un negro embadurnado de aceite negro y con una capa negra que recorría los tejados para descender a sobar a las señoritas dormidas. La acuciosa investigación periodística determinó que dormía en las tumbas del Cementerio y salía de noche, cargado de cadenas, para acariciar las estatuas femeninas. “En la gráfica ofrecemos una reconstrucción de los hechos”, explicaba el noticioso pie de foto. Recogí esos sobresaltos de la Caracas aldeana en una de mis piezas de teatro, Muñequita Linda.
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