El mundo al revés EUA.

Los Estados Unidos. Artículo de Aníbal Nazoa. Publicado en 1999. Título: Los Estados Unidos. (Artículo en tres partes) Autor: Aníbal Nazoa Diario El Nacional Columna: Aquí hace calor. Fechas: 4 de junio de 1999 (Parte I). 18 de junio de 1999 (Parte II). 2 de julio de 1999 (Parte III). Los Estados Unidos (I). Si mal no recuerdo, creo que es en Boconó donde existe un simpático restaurante llamado “El mundo al revés” que se anuncia con la famosa etiqueta de la Emulsión de Scott, pero con el bacalao llevando al hombre a cuestas. Evoco esta imagen cada vez que oigo o leo alguna noticia relacionada con la guerra absurdamente criminal y criminalmente absurda que los Estados Unidos y su implacable dependencia la OTAN, con su obsecuente españolete morcillero al frente libra contra Yugoeslavia. Porque indudablemente está completamente al revés y patas arriba este mundo en que nos ha tocado vivir en las postrimerías del siglo la más absurda de las guerras balcánicas, esta vez conducida por los Estados Unidos, una nación de gozones para quienes hacer la guerra es lo mismo que jugar maquinita sin arriesgar ni un solo milímetro cuadrado de su preciosísimo pellejito. Veamos si no estamos viviendo “alrevésmente” en un mundo volteado. Los Estados Unidos están destruyendo a Yugoeslavia con sus misiles y matando a miles de yugoeslavos ¡por razones humanitarias! Los Estados Unidos, por derecho divino, son los únicos autorizados (¿por quién?, por Dios, naturalmente, ¿no estamos hablando de derecho divino?) para certificar cuál país respeta y cuál no respeta los derechos humanos, sin tener en cuenta para nada el el hecho irrelevante de que los Estados Unidos son la nación que ha cometido más y peores crímenes contra los derechos humanos... Y no me vengan con que los nazis, porque es verdad que los nazis aterrorizaron a Europa durante doce años, pero los norteamericanos llevan casi dos siglos aterrorizando al mundo. Los Estados Unidos, el país que ha impuesto a la América Latina las dictaduras más sangrientas y que ha entrenado a los torturadores más desalmados de todo el Tercer Mundo, es el árbitro supremo del derecho humanitario en todo el planeta. Los Estados Unidos, el país del imbécil vendedor de corbatas que ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, es el que puede dejar caer sus bombas y misiles “humanitarios” donde le dé su gana. Los Estados Unidos, el país que le impuso a Cuba la instalación de una base enemiga en su propio territorio y la inclusión en su constitución de una enmienda que autorizaba la intervención militar yanqui en el mismo, es la máxima autoridad en materia de respeto al derecho internacional. Los Estados Unidos, el mayor consumidor mundial de drogas, es el gran capitán de la lucha antidrogas y el que certifica la solvencia de cada país en el asunto y se reserva el derecho de invadir y sobrevolar y establecer bases militares supuestamente antidrogas en cualquier país “sospechoso” de amenazar la autoridad imperial. Los Estados Unidos, un país donde los niños de segundo grado A matan a sus compañeritos de tercero B y donde cualquier loco puede encaramarse en una azotea y comenzar a disparar sobre todo el mundo con su ametralladora o su rifle de mira telescópica, debe ser tenido como modelo del orden, la convivencia civilizada y la felicidad de la sociedad civil. Los Estados Unidos, el país que mediante una guerra colonial tan injusta como cobarde le arrebató a México más de la mitad de su territorio, es el que dicta las normas para la buena marcha de las relaciones internacionales. Los Estados Unidos, que invadieron en diversas ocasiones a Santo Domingo, Haití, Nicaragua y Guatemala, con sus propias tropas o con las de gangsters alquilados como Carlos Castillo Armas, tienen que ser reconocidos como los principales defensores de la libre autodeterminación de los pueblos. Los Estados Unidos, que pusieron su ciencia y tecnología al servicio de la muerte y convirtieron a sus hombres de ciencia en infelices esclavos del complejo militar-industrial, deben ser respetados como líderes intelectuales de la humanidad. Los Estados Unidos, que a través del capitalismo salvaje han transformado a la economía mundial en una simple relación entre asaltantes y asaltados, son los que responden por la justa distribución de la riqueza. Los Estados Unidos, que son los mayores contaminadores y los más despiadados destructores del ambiente, son los encargados de pedir cuenta a todas las naciones por sus delitos contra la naturaleza. Los Estados Unidos, que son los mayores productores mundiales de pornografía y los principales promotores de la violencia y el crimen a través de la televisión más poderosa del mundo, son el paradigma mundial de la moral y las buenas costumbres. Los Estados Unidos... Bueno, otra vez será. Apenas estamos comenzando. Este puerco asunto de Kosovo da mucho qué decir en torno a los sacrosantos Estados Unidos. Trataremos de ser breves, pero vamos a seguir, porque no es cosa de quedarse callado ante semejante monstruosidad, así que hasta la próxima. Los Estados Unidos (II). Bueno, parece que por fin los norteamericanos se cansaron de jugar maquinita matando a los hombres, mujeres y niños de Yugoeslavia, pero quién sabe... Eso por ahora, ustedes saben cómo son los caprichos de los conquistadores, de repente, como dicen los chamos, se dan cuenta de que dejaron de destruir tal zona o de matar a tantos seres humanos y se devuelven para volver a empezar, así que no estén creyendo. Total, el planeta les pertenece y ellos pueden hacer lo que les dé la gana sin que la comunidad internacional diga esta boca es mía, y a propósito de comunidad internacional, aprovecho para decir a los jefes de Estado del mundo entero (casi todos, con rarísimas excepciones) que enteramente chorreados observan sin comentarios las tropelías de los norteamericanos, francamente, yo como que prefiero estar muerto que ser cabrón. Y conste que no me quiero morir. Lo de no estén creyendo se refiere a la cantidad de leyendas en que se sustenta nuestro conocimiento del modo de ser norteamericano. De esas leyendas, una de las más populares es aquella de que “una cosa es el gobierno de los Estados Unidos y otra el pueblo norteamericano”, según la cual los norteamericanos son un pan de Dios y no constituyen de ninguna manera una nación conquistadora ni mucho menos imperialista. De manera que, pongamos por caso, el multitudinario y delirante recibimiento que Nueva York tributó al conquistador Dewey a su regreso de las Filipinas en la guerra hispanoamericana, nada tuvo que ver con una guerra imperialista, como tampoco el tributado a Bush al final de la Guerra del Golfo. Otra leyenda que los latinoamericanos acariciamos como el más tierno peluche es la del eterno bipartidismo gobernante en Norteamérica: ingenuamente nos empeñamos en creer que en la política gringa los republicanos son los conservadores y los demócratas los liberales, que los demócratas son “izquierda” y los republicanos la “derecha” o, más pendejísimamente aún, los demócratas son los buenos y los republicanos los malos; nos negamos en redondo a aceptar la verdad: que ambos partidos son la misma miasma ultrarreaccionaria, mercantilista y tramposa. Quienes aún mantengan algún entusiasmo por la “buenura” de los demócratas observen que son precisamente demócratas la mayoría de los gobiernos norteamericanos que invaden países débiles y provocan guerras; así por encimita, como quien dice, recordemos que la guerra de Corea la provocó el demócrata Truman (el mismo que lanzó las bombas de Hiroshima y Nagasaki), como fueron demócratas los gobiernos que ocuparon Haití entre 1915 y 1924. Recuerden que Anastasio Somoza fue un “regalito” que le hizo a Nicaragua Franklin -San Franklin- Delano Roosevelt. Recuerden también que fue el mismo santo y buen vecino el que dijo aquello de “Trujillo es un s.o.b. (hijo de perra) pero es nuestro s.o.b.”. Volvamos atrás para mencionar al célebre pirata y gangster William Walker, que cuando invadió Nicaragua y se autonombró presidente decretó en primer término la restitución de la esclavitud: en el momento de su asalto criminal estaba reunida en los Estados Unidos la convención del partido demócrata, que le dirigió un mensaje de felicitación y lo declaró Héroe de los Estados Unidos. La propia historia de la Guerra de Secesión norteamericana, a fin de cuentas, no es sino otra de nuestras leyendas no tan históricas: según lo dicen sus propios protagonistas, no fue precisamente un combate entre el Norte abolicionista y el Sur esclavista, sino más bien un choque entre el Norte industrializado y el Sur campesino, agrícola. El mismísimo Abraham Lincoln, cuyo único objetivo en la guerra era la preservación de la Unión, lo dice: “Mi princioal objetivo en esta lucha es salvar la Unión, y no salvar o destruir la esclavitud. Si yo pudiera salvar la Unión sin liberar a ningún esclavo lo haría; y si la pudiera salvar libertando a todos los esclavos, lo haría. Y si la pudiera salvar libertando a algunos y dejando a otros solos, lo haría también”. En otras palabras, al parecer, la libertad de los esclavos le importaba un cónfiro. ¿Todavía aguantan? Pues seguiremos. Hasta la próxima. Clinton mediante, como se dice ahora. Los Estados Unidos (III). Lo que pasa es que nosotros los tercermundistas rencorosos y malagradecidos nos resistimos a reconocer el aporte inconmensurable de los Estados Unidos a la cultura universal, sobre todo en cuanto al conocimiento del mundo en que vivimos: después de todos los cambios ocurridos a lo largo de la conflictiva historia de los Balcanes, ¿cómo haríamos para saber con alguna exactitud dónde queda, siquiera qué es Yugoeslavia, mucho menos dónde queda esa oscura región de Kosovo, si los Estados Unidos no hubieran dedicado últimamente su aviación a bombardear sistemáticamente aquella nación? Años atrás no nos hubiéramos enterado de que había lugares con nombres tan raros como Retalhuleu, Escuintla y Chiquimula, si estos no hubieran sido bombardeados por aviones de la United Fruit y la CIA tripulados por gente -si se la puede llamar así- de Castillo Armas, según lo reconoció después el propio Departamento de Estado. Fíjese usted: ¿cómo nos hubiéramos enterado de que en Vietnam existe una aldea llamada My Lai si un destacamento del ejército norteamericano comandado por el teniente William Calley no hubiera masacrado a todos sus habitantes, hombres, mujeres y niños desarmados? El entonces presidente Nixon exculpó al teniente gran promotor turístico. Pasando a ejemplos más significativos, ¿cuántos y cuánto sabríamos hoy de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki si la Fuerza Aérea yanqui no hubiera dejado caer sobre ellas sendas bombas atómicas causando 200000 muertes? Seguramente hoy casi ni las conoceríamos. Ni siquiera sospecharíamos de la existencia de la aldea indígena de Wounded Knee, en el suroeste de Dakota del Sur, si el ejército de Estados Unidos no hubiera asesinado a sus más de doscientos habitantes -hombres, mujeres y niños- en diciembre de 1890. Más atrás, en 1852, cerca de mil indios murieron en la llamada Guerra de Black Hawk, librada por el mismo ejército para despojar de sus tierras a una enorme comunidad. Pero volvamos a Yugoeslavia, que es nuestro asunto de hoy. Se necesita ser demasiado estúpido para no darse cuenta de que uno de los objetivos fundamentales de la guerra contra Yugoeslavia que todavía libran los Estados Unidos es el ensayo de sus nuevos armamentos, como hicieron los nazis en Guernica. Se necesita ser más estúpido aún para no darse cuenta de que los misiles que caen “por error” en otros lugares forman parte del ensayo y rematadamente imbécil para no entender que los “errores” no son sino amenazas para que cada ser humano entienda que en cualquier momento puede ser blanco de esos misiles disparados por los amos del mundo. Es absolutamente ridículo pensar que unos artilleros capaces de lanzar una astronave a un lejano punto del espacio puedan “pelar el tiro” por unos cuantos centenares de kilómetros. Roguemos pues, que la mala puntería de los cohetes yanquis no tenga planeado “pelar” algún tiro para darnos a nosotros. Para concluir, digamos que estamos hablando demasiado, porque la cosa está bien clara y se puede decir con una sola palabra, una palabra hebrea, Armagedón, que no está en todos los diccionarios pero sí está en la Biblia, exactamente en el Apocalipsis. Se llama así el lugar en que se librará la batalla final y definitiva entre las fuerzas del bien y del mal antes del Juicio Final. Por extensión, se llama Armagedón cualquier batalla decisiva. Lo que quiero decir, según se va viendo en este mundo de la exclusiva propiedad de los Estados Unidos de América, que lo bombardean y lo contaminan y lo desertifican y lo prostituyen y lo incendian como les da la gana, es que el Armagedón viene y será el enfrentamiento entre el género humano y los Estados Unidos. Quien no entienda eso así está frito.

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