Dónde está Carlos Lanz.
Han pasado 5 meses desde aquel día en donde mi padre desapareció de mi vida. Dejé de verlo amoroso en la cotidianidad, dejé de verlo investigar, escribir, debatir en la mesa a la hora de comer, dejé de verlo enseñar, contradecirse, cuestionar. Nos lo arrebataron, a mi madre, a mis hermanos y hermanas, a muchos y a muchas, pero sobre todo a mí. Porque más allá de lo que significa su trayectoria histórica y política, sus importantes aportes e investigaciones, hoy quiero permitirme escribir desde nuestra afinidad como padre e hija. Muchas veces escuché que a lo largo de su vida no había nada por encima de su integridad política y militante. La vida cotidiana, la familia y las pasiones se desdibujaban delante de la necesidad de apostar a la construcción de un mundo más humano y de luchar radicalmente por las causas justas de los desposeídos. Así fue durante muchos años, quizás irresponsable para algunos, para mí entregado al compromiso de construir un mejor porvenir como muestra de amor por los suyos. Luego de muchos años de este transcurrir, de incontables anécdotas y vivencias, la vida nos escogió a nosotros para representar el amor profundo y transparente que existe entre un padre y su hija. Creo que nadie puede entender el dolor desde donde escribo esto, porque si hay alguien que puede ayudarme a entender mis necesidades, mis dudas, mis contradicciones, aciertos y desaciertos es mi viejo, que a pesar de la distancia propia de mi juventud irreverente en búsqueda de propósitos, él nunca dejó de estar para guiar y reprender siempre desde la ternura. Nunca paró de pedirme que le contara sobre las vicisitudes de la vida universitaria y militante, haciendo el maravilloso ejercicio de hacer comparaciones de distintas épocas, evidenciar que estamos en el mismo lado de una historia que no se detiene, que regresa y que poco a poco transformamos. Dicen que lo agarré viejo cuando nací, mi mamá dice que dormí en su pecho desde el primer día que nos conocimos, si algo puedo decir que nunca ha faltado en esta familia, ha sido el amor. Es este mismo amor el que nos hace incansables cuando queremos visibilizar la injusticia, exigir la verdad y no rendirnos ante el silencio impune y desconcertante. Este amor transformado por la ausencia, por la incertidumbre, por la indignación que genera el atropello y la revictimización, es la fuerza vital que hoy me atraviesa para no tener más miedo, no callarme más y exigir respuestas, como él nos enseñó con su ejemplo. Muchos se imaginarán lo aterradora y dolorosa que es esta incertidumbre, pero cuando se le suman la impunidad, el silencio y la espalda de muchos y muchas en los que mi viejo creía, es difícil ser comedida con tanto sentimiento desgarrador dentro. Hoy tengo presente que la historia no los perdonará, ni a los actores involucrados, ni a los que apuestan a convertir a mi padre en un recuerdo. Su ausencia me levanta hoy más que nunca, no me permite olvidar.
Abyayala Lanz
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