Como te iba contando. Construyendo a CHAVEZ.
Esta semana celebramos a Chavez en voz alta porque fue su cumpleaños. Digo en voz alta porque nosotros celebramos a Chávez todos los días sin hacer mucho alboroto. En silencio p el voz alta, cada quién lo celebra a su a su modo. Cada uno con un recuerdo, con esa parte de Chávez que lo ganó al chavismo. Chávez en pedacitos de memoria. Chávez para todos los gustos y necesidades.
Y es que Chávez nos habló a todos y a todos supo llegarnos. Así el chavismo se hizo de gente tan distinta tan apartada hasta entonces. Cristianos fervorosos y comunistas ateos juntos, codo a codo, culpeChávez, al punto que el cristiano terminó siendo un poco comunista y el comunista un poco cristiano. La señora clase media acomodada que en la ternura de Chávez encontró a un hijo, y la señora del barrio que en la misma ternura se encontró queriendo al mismo muchacho bueno que todas querían. Humildes obreros que escucharon en el su propia voz y profesionales que escucharon la suya, porque Chávez era todo lo que cada uno de nosotros vio en él, y cada uno de nosotros era un pedacito de Chávez.
¡Inaceptable arroz con mango! –vociferaban algunos entonces, cuando Chávez estaba haciendo el chavismo. Porque, entonces, cuando Chávez era presidente, también tenía sus descontentos, sus críticos, sus entendidos y académicos que giraban instrucciones según manuales científicos que Chávez leía, tomaba, usaba, desechaba y profanaba según cupiera o no en nuestra realidad venezolana.
No fuimos pocos los que pisamos el peine de “a Chávez lo tienen engañado” y preferimos creer, paradójicamente, que Chávez, ese hombre cuya genialidad nos hizo chavistas, era a la vez medio gafo y no se daba cuenta lo que pasaba en la calle. Y no voy a negar que algunas cosas le colaron, y bien dolorosas, y bien peligrosas, pero de ahí a aquel cotidiano “Chávez date cuenta que te tienen engañado” hay un gran trecho.
El peine del Chávez engañado era la cuña para romper al chavismo desde adentro: la sospecha sembrada de que todos los que rodeaban a Chávez era unos malvados vividores (que los hubo, sí) y unos ineptos (que te los tengo, también) embarró a chavistas trabajadores, leales, honestos, chavistas justos pagando por pecadores. ¡Mayor peine nos tragamos!
Entonces cualquier funcionario público, cualquier dirigente, cualquier chavista que tuviera cierta visibilidad era un malvado horroroso que más tarde Capriles bautizaría como “jalabolas y/o enchufado”, para terminar de darle forma al asunto. Lamentablemente muchos chavistas compraron la premisa caprilera. Todos eran malos, todos menos Chávez, lo que nos dejaba en la más absoluta y falsa orfandad de liderazgo, que solo fue superada cuando Chávez ya no estuvo, aunque algunos aún se aferran a su peine pisado.
Yo estoy absolutamente segura de que si Chávez fuera hoy el presidente estaríamos viviendo lo mismo que vivimos, el bloqueo sería igual de criminal, sus consecuencias igualmente terribles. Estoy absolutamente segura de que Chávez habría hecho lo mismo que Nicolás, porque el margen de acción habría sido el mismo, la maldad de enemigo la misma, los recursos (o la falta de ellos) los mismos, los compañeros, los mismos. Estoy también absolutamente segura de que habría un coro de chavistas escribiendo decepcionados que Chávez destruyó el legado de Chávez, porque ya nada es como en 2008, cuando fuimos el país más feliz (y rico) del mundo. Estoy segura de que igual estarían bajando los brazos, o levantándolos para defender al “chavismo verdadero” de las garras reformistas del mismísimo Chávez. Los tuvimos entonces, aunque algunos no lo quieran recordar. Los tendríamos ahora, si aún tuviéramos a Chávez.
Y es que cuando alguien querido se va, nos aferramos a su recuerdo, pero el mío, el bonito, el brillante, el que a cada uno le sacudió el alma o la conciencia, el que me conmueve, el que me mueve, el que me dio esperanza, el que se parece a mi, el que me gustó. Así este semana vimos a tantos Chávez, todos él, todos su voz y su imagen, cada uno diciendo lo que cada quien necesitaba que dijera. Vimos entonces al Chávez marxista alertando contra el reformismo, vimos al Chávez cristiano, al Chávez soldado, al Chávez de amarillo pollito, al chavez autocrítico y al crítico también, al Chávez pragmático, y Chávez chavista haciendo malavares con todos esos otros Chávez que eran él mismo. Lo vimos contento, cantando, lo vimos llorando de la risa, lo vimos llorando de dolor por el dolor de otros, lo vimos bravísimo, lo vimos serio, lo vimos tenso y lo vimos relajado, lo vimos conmovido y envuelto en ternura.
Y vimos, sí, y no podemos olvidarlo nunca a Chávez peleando con toda su fuerza contra los grupitos tendientes a la fractura. Lo vimos regañarlos en vivo y directo, lo vimos advertirles y advertirnos la última vez que nos habló: “Unidad, lucha, batalla y victoria”. No hay modo de romper ese compromiso y querer seguir llamándose chavista. No hay modo de bajar los brazos en plena guerra, para levantarlos en contra del objetivo del enemigo, que no es otro que nuestro gobierno. No hay modo de hacer eso sin ofender la memoria de Chávez, y hacerlo en nombre de su legado es la mayor ofensa de todas. No hay modo de ser sectarios porque la amplitud de Chavez es lo que hace del chavismo un movimiento tan amplio.
Refugiarse en un pedacito de lo que Chávez fue, en el pedacito que me conviene, y pretender convertir ese pedacito en el “chavismo verdadero”, es contradecir todo lo que Chávez hizo, fue y defendió.
O seguimos siendo todos Chávez, no en pedacitos, gremios y grupitos; e identificamos al enemigo verdadero, o ya no seremos nada.
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30 julio, 20205 Respuestas
Mi villano favorito
Foto (mi favorita de Diosdado) de Rosana Silva @Nawseas
Vengo del lugar aquel donde Diosdado era malo, el villano dueño de todo, el enredador, el bichito que: “Chávez, date cuenta, te están engañando”. El tipo con ojos de tigre, de tigre maluco, siempre maluco, cuidao y te resbalas que te jodo. Diosdado Cabello, el tipo del que todos los buenos chavistas debíamos desconfiar.
Caí de paracaidista un día, desde mi lugar de desconfianzas y certezas terribles, a la Campaña Perfecta de 2012, con Chávez cerquita y con él, todos sus compañeros más cercanos. Desde ahí los podía ver en vivo y directo, detrás de las cámaras, extraño privilegio, regalo de la vida para una mirona curiosa como yo.
En campaña no hay mucho tiempo para poses y menos en aquella que fue una batalla enorme, con tantos frentes abiertos, peligrosos, dolorosos… Ahí o te subías o te encaramabas, no había cómo ocultar las costuras. Ahí empecé a entender tantas cosas, ahí empecé a entender y a conocer a Diosdado.
El primero en llegar y el último en irse: recuerdo cuando llegamos a Yaritagua, a las ocho de la mañana, Chávez estaría allá a golpe de cinco de la tarde. A esa hora tempranera llegamos nosotros, la avanzada del equipo de Prensa Presidencial, y yo de asomada. Había mucha gente en la calle, toda Yaritagua ya estaba esperando a Chávez. Ya había un gentío frente a una tarima que apenas empezaban a levantar unos cuantos compañeros. Entre ellos, sudando ya de mañanita, estaba Diosdado.
Diosdado revisaba la estructura, probaba el sonido, pendiente de cada detalle, no paraba. Sudado, colorado, contento, parece una maquinita incansable, hasta que el sol le recuerda que tiene sed y busca agua y bebe y mira hacia la multitud que ya al mediodía abarrotaba la avenida hasta los tequeteques y su sed le dice que ellos también deben estar sedientos. Entonces Diosdado manda —porque sabe mandar Diosdado― que traigan agua, que la repartan por todos lados, hasta allá lejísimos al final de la avenida, señala con el dedo apuntando al infinito.
Con brazo beisbolero Diosdado pichó unas botellitas a los que estaban más cerca de la tarima. Entonces todo fue una fiesta: atrapar la botellita de Diosdado, más que calmar la sed, llenaba el alma. Cada botellita era festejada y compartida. Diosdado apuntaba a que llegaran a los niños que lo miraban emocionados. Era Diosdado, el de Chávez, el que sale en la televisión, allí con ellos, calmando la sed.
Faltaban horas todavía para que llegara Chávez y ya no cabía ni un alfiler. Entonces el cielo azul de Yaritagua se puso gris oscuro y cayó un palo de agua de esos que ponen a la gente a correr, pero nadie corrió, solo Diosdado, a revisar que no se mojaran los cables del sonido, a ver que el gentío que esperaba a Chávez estuviera bien, que no se fuera. Fue entonces cuando vi lo imposible: Diosdado, en la orillita de la tarima, frente a la multitud, bailando, invitándonos a todos a bailar. Y todos bailamos bajo la lluvia yaracuyana, culpe Diosdado.
Ese día empecé a ver los ojos de aquel tigre con otros ojos, aunque mi necedad me hacía seguir buscando algún indicio, aunque fuera chiquitico, de aquel Diosdado ambicioso, tramposo, y hasta déspota, que nos habían vendido y que muchos habíamos comprado. Y mientras más buscaba, menos encontraba y mientras menos encontraba, más lo quería.
Todo de lejitos, manteniendo las distancias de la desconfianza, creo. Él me saludaba simpático y seguía de largo. Tenía mil cosas que hacer. Yo lo saludaba y seguía en lo mío, pero sin dejar de estar pendiente de lo que él hacía. Y así llegó el final victorioso de la campaña y no nos despedimos.
Meses después nos volvimos a encontrar en otra campaña, esta vez una dificilísima, por dolorosa. Chávez se había ido y, plenos como la luna llena, estábamos en campaña con Nicolás. Y otra vez los vi llegar, esta vez a Porlamar, en aquel camión, ahora con Nicolás al frente y Diosdado igualito, adelante, sobre el parachoques, evitando que la multitud se arremolinara peligrosamente cerca del camión y de sus ruedas.
Mientras bajaban del camión y subían a la tarima, me tocó dar unas declaraciones para la tele, así que no pude saludarlos cuando subieron. Terminé de hablar y me di la vuelta y ahí estaba Diosdado que, por su reacción, supe que no esperaba verme ahí. ¡Carola! ―dijo como si le hubieran sacado el aire y me abrazó durísimo sin decir una palabra más. Yo lo abracé igual de duro y me puse a llorar, porque tenía tantos recuerdos tan recientes, todos alborotados: ahí estábamos todos los que Chávez había juntado, pero Chávez ya no estaba.
Lloré con hipidos no sé cuánto tiempo, hasta que Diosdado me soltó, puso sus manos en mis hombros, como hacen los militares ―¡plaf, plaf!, dos golpecitos―, me miró a los ojos con sus ojos también llenos de lágrimas. Si todavía yo hubiera pretendido seguir con la pajuatada contra Diosdado, esas lágrimas definitivamente lo habrían evitado.
Desde entonces somos amigos conceptuales, como decía mi general Torrijos, amigos de ideas, de luchas de grandes batallas, y de las que más nos acercan: batallitas diarias, silenciosas, bonitas, humanas, enormes batallas pequeñas que marcan vidas.
Desde entonces, y con el paso de todos estos años tan difíciles, entendí tantas cosas. Entiendo por qué fue Diosdado el villano del cuento que muchos, tirándonosla de más chavistas que Chávez, compramos como conejos. Diosdado es fundamental. Diosdado es un pilar y tumbarlo era hacernos mucho daño.
Nos hacíamos daño y él ahí, tranquilo, firme, en el mismo sitio, seguro de que la verdad siempre se impone, y se impuso.
Y esa verdad me regaló un amigo entrañable, un líder fundamental, un hermano mío y de todos… Diosdado, “el villano”, mi villano favorito.
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17 julio, 202016 Respuestas
Cuando existimos
Tenían días descubriendo los nombres de poblaciones remotas e ignoradas, endosándoles estallidos sociales que no estallaban, deseando un muerto para hacerlo tendencia en las redes sociales. Incitando al caos por Twitter, porque para el antichavismo la realidad es siempre virtual; mientras que en la vida real de los pueblos las tendencias son otras y no se fijan con bots ni con #etiquetas.
Pero una mañana el sifrinaje pitiyanqui descubrió un pueblo que se llama Chuao y que no es, -–¡Líbrelos Dios!– la urbanización del este del Este de toda la vida, o sea. Resulta que Chuao es un pueblo en las costas de Aragua, amigui, donde un grupo de mercenarios se equivocó horriblemente.
A pocas horas de un intento fracasado de incursión mercenaria por las costas de Macuto, como todos sospechábamos, otro grupo terrorista flotaba en otra lancha en las costas de Aragua. Venían con los de Macuto. Cuando lo de Macuto de les cayó, los otros, montados en esa lancha para la que nunca planearon una huída, buscaban, sin mucha gasolina una cabeza de playa improvisada. Esa playa era Chuao.
Estábamos varios amigos chateando en un grupo de Telegram, cuando aparece Mar, una panita pescadora de ese pueblo donde los gringos y sus secuaces metieron la pata. Toda agitada nos contó, en tiempo real, lo que estaba pasando. Mar corrió hacia una lomita para ver mejor y contarnos, pero las matas de coco no la dejaban ver. Bajó corriendo a la playa y su voz temblaba en los audios que a todos nos hacían temblar de emoción. ¡Los capturamos!
Al mismo tiempo, ya la noticia corría por las redes y las fotos de unos gringos y de unos aspirantes a Rambo criollos esposados con mecate, tendidos en el suelo caliente frente a la Casa del Pescador Socialista, sede de los pescadores de Chuao. Una foto que es un poema épico.
Las caras de los mercenarios capturados eran de absoluto desconcierto. No estaban entendiendo nada de nada, sobre todo los gringos, cuyo conocimiento de Venezuela venía de las fuentes torcidas del más rancio antichavismo. Esos que cuando no invisibilizan al pueblo, lo desprecian, lo subestiman. Esos que de tanto mentir se convierten en Chacumbeles goebbelianos y terminan creyéndose que el chavismo no existe, que nadie quiere a Nicolás, que Luis Vicente León y todas las encuestadoras lo dicen, aunque luego Luisvi diga que él dijo que no.
Elaboran un plan desde la soberbia, y les venden a los gringos que los venezolanos babeamos a sus pies, como babea la vergonzosa minoría pitiyanqui que se arrastra ya a nivel de subsuelo, dispuesta a entregar al país a los gringos a cambio de las migajas que estos les quieran escupir.
Así los mercenarios recién llegados del norte, ya con el alma llena de cadáveres, masticado y tragado el cuento de que ellos son salvadores libertarios, a sueldo, eso sí, pero libertarios, reforzada la mentira con la adulación de los aspirantes a Rambo criollos, a quienes me imagino, como ladrones que juzgan por su condición, contándoles a los gringos que este trabajito era pan comido, que el pueblo es flojo, bruto y además está muerto de hambre, que odia a Maduro y todo lo que tenga que ver con Chávez, que no, que no les importa su Patria, que esa vaina no existe, que ven dos dólares y ya se entregan, que las mujeres, ¡ay, las mujeres!, no pueden ver un catire porque se abren de piernas. Los imagino diciendo esto mientras les mostraban el video de una presentadora de tele que decía que quería una invasión gringa para que la preñaran con un bebé catire de ojos azules, como su papi invasor. Babeaban los gringos contando las horas…
Se embarcan en una misión que ya estaba cantada, contada en televisión paso a paso, con fotos, nombre y apellidos, con coordenadas, con testimonios de primera mano. La soberbia puede más porque los chavistas son brutos, eso lo saben toda la gente decente y pensante del país.
Con el pueblo toparon. Desde el día anterior, cuando la incursión por Macuto fue frustrada por los cuerpos de seguridad de Estado, todo el pueblo de la costa, desde el Zulia hasta Delta Amacuro, estaba activado. Las milicias, objeto de burla del sifrinaje intoxicado de Play Station y Hollywood, los agricultores que conocen esas montañas de la costa como la palma de su mano, los pescadores, que no hay pedacito de playa que no conozcan, la señora que vende en el mercadito, el muchacho que espera la vuelta al colegio post cuarentena, la abuela que toma sol en la puerta de su casa, todos activados, todos claritos de su rol a la hora de defender la Patria.
La Patria, eso que los mercenarios criollos patean, y que los gringos creen que solo se refiere a la de ellos.
Error de cálculo garrafal, trazar un plan en base a fantasías sangrientas súper poderosas, no subestimando, sino peor, negando la existencia del adversario. Caricaturizándolo como si se tratara de una comiquita de Speedy González, caricaturizándose ellos mismos como si fueran súper héroes de Marvel. Todo mal.
Entonces la realidad se impone, se desinfla en la costa la pesadilla que vinieron a imponernos, la desinfla un helicóptero en el aire y en la playa un grupo de hombre y mujeres valientes que no se iban a dejar joder. La unión cívico militar, otra vez y siempre, como un engranaje perfecto, que no necesita manual de instrucciones; con solo tocarnos la dignidad se enciende, se acopla, actúa y vence, como hemos venido venciendo.
Y, derrotado, el sifrinaje pitiyanqui se soba su falso orgullo (porque no puede tener orgullo quien vende a su Patria), insultando a los pescadores a todo el pueblo venezolano por la redes sociales. Muertos de hambre, bozal de CLAP, lambucios, desdentados, negros hurriblis… y vuelven a tropezar con la misma piedra, inventándose un pueblo que no somos, para lamerse la herida recurrente, porque el pueblo que somos ellos, desde su soberbia, no lo pueden, ni lo quieren entender.
No entienden que el pueblo pescador, es el heroico pueblo venezolano, el de siempre, el bonachón, simpático, con su alegría crónica, con su jodedera, el que resiste lo que casi ningún pueblo resistiría, porque conoce las razones de su lucha; el que lleva 20 años evitando una guerra, el que acaba de evitar otro intento de reventarnos la paz. Este pueblo de paz que sabe ser el mejor de los guerreros, el más temible de todos. Este pueblo que si lo empujas a pelear, de un tirón libera a todo un continente. Nosotros, los de siempre, los que no existimos, hasta que existimos poniendo a temblar al enemigo, amarrado con mecate, en el suelo caliente de una casa de pescadores de Chuao.
¡Nosotros venceremos!
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15 mayo, 20204 Respuestas
Juegos y guerras
El mundo, la vida vista desde el ras del suelo, con los ojos llenos de polvo y pelusas, con el alma gastada por roce con el piso. Desde ahí, desde lo retorcido, desde lo infame, se observan a sí mismos en la pantalla de un Iphone 11 nuevecito, reluciente, que les devuelve un selfie con filtros de superioridad, de pestañas quemadas, de “mi propio esfuerzo”, de este país no me merece. Rastreros seres superiores que pretenden mirar hacia abajo a quienes decidimos vivir de pie.
Desde su miserable óptica nos miden y sus cálculos terminan siendo el reflejo de la poquita cosa que son y de ahí arman un tablero torcido donde nosotros, su objetivo, somos los tembleques, cobardes, indignos, acomplejados que cuando piensan en Venezuela lo que les viene a la cabecita es un Toronto, bombón con nombre de ciudad canadiense, relleno de avellanas importadas y fabricado por Nestlee. ¡O sea, mari-k!
De ahí vienen todos los planes fracasados de estos últimos veinte años. Planes hechos por ellos, como para ellos, imaginándose, todos sádicos, sus debilidades y carencias en nosotros.
Así nos quitaron la comida, los medicamentos, la paz de la calle tantas veces nos quitaron, nos persiguieron, acosaron a nuestros hijos e hijas, tantas veces no preguntaron ¿dónde te vas a meter? Todo esto en medio de una dictadura hurribli donde los chavistas somos los malvados intolerantes que perseguimos a quienes piensan distinto.
Guarimbas, puputov, quemados vivos, bien echo plátano hecho, por negro, por chavistas, porque ¿quién los mandó a pasar por ahí? ¿Acaso no sabían que ahí estábamos protestando nosotros, la gente decente que lucha por la democracia y la libertad, negros de mierda, autobuseros todos?
“Aló, Ricardo, es Lorenzo, yo estoy en guerra, mi pana”. La guerra de Lorenzo fue esconder la comida y chuparle hasta el último centavo al país que tuvo la desgracia de verlo nacer. Y la gente decente y pensante salivando, comprando a sobreprecio y por pacas. Lorenzo somos todos. Lorenzo presidente y que Venezuela se llame Polar. Que se jodan esos negros chabestias, que si quieren harina, se la pidan a Nicolás.
Y Nicolás mandó la harina en cajas de CLAP y ¡ascoooo! esa harina que no es Pan, o sea. Y como el CLAP viene en una caja y trae lentejas a la gente pensante de este país se le ocurrió un ingeniosísimo insulto: “care’ clap, comelentejas”. Y es que Chávez nos dividió…
Con harina y sin harina el chavismo firme. Y como veían que resistía, fueron a buscar otro elefante que puso todas las opciones sobre la mesa. ¡Ay, papá! -Festejaban los infomercanarios imaginando que a raíz de la amenaza saldríamos todos corriendo a entregarles el país.
Okey, les vamos a perdonar la vida -nos advertían amenazantes-. Les quedan pocas horas para que entreguen sus ideas y sus metas, su sueños, sin que tengamos que venir a sus casas a cazarlos, a hacerles pagar el precio de llevarnos la contraria. Si se rinden los dejaremos vivir. ¡Arruguen, pues! –Ni un pestañeo, salvo por tres pendejos que creyeron en Green Cards que blanquean y alisan chicharrones y que terminaron olvidados en un centro de detención para inmigrantes de Miami.
¿No se quieren rendir? ¡Ay, papá! Que estamos a punto de lograr una intervención militar con marines, bombas, Abu Ghraib y todo. ¡Corran, pues! Corran los chavistas nada más, porque para el este de Este de Caracas una invasión sería una historia de amor conbebés catiritos de ojos azules, como los de su padre invasor, tal como anticipaba emocionada una periodista opositora pensando en el valiente marine que la seduciría con Cola Cola y Milky Ways.
Invocando a la guerra mientras meriendan en Food Trucks todos trendys en la plaza Altamira. Esperando a los marines como quien espera a Santa Claus, con nerviecitos, pero de felicidad. Así los encontraron los ejercicios militares del fin de semana pasado. Entonces aquellos nervios alegres se tornaron en cagazón.
Misiles en la Carlota, o sea, al ladito de Altamira, por aquí; de Chuao y Las Mercedes, por allá; justo en frente de Lomas de San Román, con sus casotas de hermosas vistas donde, con una copita de vino, pensaban presenciar la llegada del invasor. Reportan los tuiteros de bios libertarias llenas banderitas gringas y gracias Mr. Trump, que esa irresponsabilidad de colocar -nunca poner- armas tan cerca de las casas de la gente no puede ser ¡No es no!. Ravell, despatillado, titula que el armamento en La Carlota causa “incertidumbre” -a la misma población que suplica que los una invasión gringa-. Sergio Novelli, todo sietecueros, se pregunta cuánto costará ese ejercicio militar. Menos de lo que nos costaría la invasión gringa que tú deseas, le tuve que contestar.
El alboroto indignado que armaron me hizo confirmar algo que me negaba a creer: que quienes piden una invasión en verdad creen que a ellos no les afectaría. Que lloverían las bombas y la muerte de Chacaito para allá; que de Chacaito para acá sería como Miami: un Walmart por aquí, un Disney World por allá… I love it!
Por las redes saltaron los tradicionales analistas expertos en todo a denunciar el peligro que supone el armamento de guerra en manos tan torpes como las del gobierno chavista, mira que se les puede escapar un misil, o sea. Otros, los más ignorantes, descalificaban el armamento como obsoleto y prehistórico, olvidando que son el mismo tipo de armas con las que Siria derrota justo ahora a los gringos. Oh my God! Y, en silencio, eso sí, más de uno pensó que, quizá no hemos salido corriendo cada vez que nos ponen todas las opciones sobre la mesa, porque en verdad nos vamos a defender.
Y es que en sus cabecitas cobardes esa posibilidad nunca cupo, como no cupo nunca la idea de que por muy sifrinos que se crean, por muy superiores y diferentes que digan que son; comparten con nosotros el mismo pedazo de tierra, que el destino de uno es el destino de todos. Aquella obviedad de “no hay bombas solo mata chavistas” les cayó como una gota fría y el miedo que querían ver en nosotros, lo empezaron a sentir ellos.
Eran solo unos ejercicios. Que nunca sean más que eso. Que en Venezuela, como lo hemos venido garantizando a pulso los chavistas, siga reinando la paz para todos. De la paz de este país nos encargamos nosotros, con desvelo, para que tú, amigui del este del Este que sueñas con una invasión, puedas bajar tranquila los fines de semana al club. Para que tus hijos sigan yendo a su cole contentos, para que las mías puedan ir contentas al suyo también. Para que los “care’ clap comelentejas“ sigamos teniendo derecho a comer. Para que tú sigas merendando cupcakes de food truck, sin que tengas que soportar el estruendo aterrador y el fastidioso el olor a humo que producen los bombazos.
Por nuestros chamos, por los tuyos, por tu tranquilidad y la mía; por la paz de todos, nosotros venceremos.
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20 febrero, 20203 Respuestas
El juego roto
Todos conocemos en carne propia aquel simpático juego llamado “Democracia: el gobierno de la gente”, o sea, el tuyo, el mío, el nuestro, el vuestro; con sus reglas claras y simples; la receta perfecta para la feliz convivencia con respeto y libertad. ¿Se acuerdan?
Ese juego que todos compramos y jugamos sin preguntar mucho, porque no se pregunta, se vota cada tantos años y ya. Ese que nos fuimos cansando de jugar perdiendo. Ese que desciframos y empezamos a jugar a ganar y ganamos. Ese que, entonces, ya no les gustó tanto a los ganadores de siempre, que creyendo blindadas las reglas del juego, su juego, no vieron las grietas por las que se colaron los pueblos, o sea, la gente, esa que se supone gobernaba en democracia, pero que nunca tuvo voz y pocas veces voto. Bueno, ese juego se agotó.
Se agotó no, lo agotaron. Cuando vieron que pudimos remontar aquel laberinto de obstáculos infranqueables llamado elecciones, se volvieron locos, Wilfrido. Usaron todas sus cartas marcadas golpes suaves, revoluciones de colores, golpes duros, sanciones, y como aquello no cuajaba, probaron sacar nuevas cartas, esta vez pintadas de dignidad, de moral, de ética. La corrupción apareció en el tablero como un mal nunca antes visto, ¡Dios mío!, ¡Fora Dilma! -decían los mercaderes de la fe. ¡Fora y pare de sufrir!
Lanzaron a la mesa la carta del law fare y vimos a los corruptos enemigos de los pueblos endosar sus delitos a los líderes populares. Vimos a Lula preso por un apartamento que nunca tuvo, por crímenes que sus acusadores sí cometen cada día. Vimos la voluntad del pueblo demolida por jueces tramposos que el pueblo nunca eligió.
Vimos también, y hay que decirlo, a cierta izquierda tragando gustosa la mierda que desde la derecha le lanzaban porque !ay, ay, ay, la corrupción!… ¡Lula libre! –cantaron casi complacidos por tener una nueva derrota, otra consigna lastimera y su superioridad moral intacta.
Más tarde, de nuevo tocándose los extremos, nos decían en foros expertos de la derecha privatizadora, por su lado, y de la izquierda impoluta, por el otro, que el problema es la gestión. la derecha nos dibujaba el paraíso chileno, y la izquierda el crecimiento boliviano. ¡Aprende Maduro! ¡Aprendan jalabolas, justificadores seriales, maburristas!
La gestión de Evo valió tres pitos a la hora de tumbarlo. Lo tumbaron por indio, por pobre y por no abandonar a los suyos: las mayorías marginadas hasta que llegó Evo y que con él asumieron el poder.
La derecha, otra vez, endosa a Evo los crímenes que ellos cometen, mientras persiguen y asesinan a la gente en nombre de Dios y de la democracia. La iglesia los bendice. La barbarie vestida de seda. Las instituciones custodias de los pilares democráticos son parte del plan de derribo. Ahora las elecciones no bastan, sino también tienen que ser “creíbles“ y quien las tiene que creer no es el pueblo que votó, sino la OEA, la EU, y los EEUU. Ya no importan las formas, saquen al que estorba y hagan elecciones sin él, aunque la gente lo quiera. Funcionó en Brasil, funcionará en Bolivia, y maten al que tengan que matar, que igual, son indios y pobres y a nadie le va a importar.
La izquierda achaca el golpe de estado a la inocencia de Evo y lo culpa por la muerte de sus hermanos en manos de los golpistas. No es la gestión entonces, es la inocencia… y así
Y se alborota el continente. Y aplasten a esos chilenos que protestan por allá, y maten a esos colombianos que protestan por acá, que no son manifestantes, sino vándalos, como los indios bolivianos que son vándalos también. Que cuidadito, Maduro, no se te ocurra reprimir una protesta que no fue, convocada por un presidente que no es, pero que nosotros quisimos que fuera y que ahora no sabemos qué hacer con él.
Que no es la corrupción, ni la gestión, ni las libertades, ni un carajo, es algo mucho más simple y grotesco: que si un gobierno pone en peligro los intereses del los dueños del mundo, pata’ y kunfú con ese rrrégimen maluco. Que si el gobierno es perrito simpático y la gente es la que chilla, patá y kunfú con los vándalos esos.
Que vivimos los tiempos del fin de disimulo, cuando las caretas pesan, estorban. Tiempos de certezas desechas a patadas. Tiempos de cinismo. Tiempos de demolición. Ya no hay sorpresas. Que Chávez siempre tuvo razón y miren tanto que le dijeron loco, la derecha de siempre y la izquierda aquella también.
Y seguimos aquí, todavía y a pesar de todo, maniobrando sobre el mismo tablero que los dueños patearon, como Chávez, entre las trampas de la derecha que nos quiere muertos y la superioridad moral de aquella izquierda que nos prefiere mártires para celebrarnos una vez al año con un sentido homenaje.
En fin, que pateadas las reglas, convertido el juego democrático en un asunto de vida o muerte, no vengan después a chillar.
¡Nosotros venceremos siempre!
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28 noviembre, 20195 Respuestas
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