Algo que puede cambiar el mundo. Tiembla el negocio del petróleo
El aspecto de un planeta completamente bañado en petróleo 
Introducción de Tom Engelhardt.
Cuando
 se trata de las noticias sobre Arabia Saudí, la ejecución de Nimr 
al-Nimr –clérigo chiíta opositor– ha encabezado recientemente los 
titulares de la prensa; poco asombro ha habido. Está claro que el 
avejentado rey Salman bin Abdulaziz al-Saud y su hijo 
favorito –de 30 años–, Mohammed bin Salman, el nuevo ministro de Defensa
 que ya ha involucrado a su país en una clásica guerra-atolladero en 
Yemen, han hecho todo lo posible para que la muerte del clérigo se 
convierta en una provocación regional. El nuevo liderazgo saudí incluso 
rechazó entregar el cuerpo del ejecutado a sus familiares para que lo 
sepultaran y en cambio lo enterró junto con los más de 40 sospechosos de
 ser terroristas de al-Qaeda ajusticiados al mismo tiempo. En otras 
palabras, después de muerto, al-Nimr fue dejado en incómoda compañía. 
Esto puede ser interpretado como un insulto que va más allá de su 
sepultura. El provocativo mensaje escondido en el anuncio de su 
ejecución es tan obvio que Irán, donde predomina el chiísmo, 
muchedumbres de seguidores de la línea dura religiosa en ese país (con 
sus propias políticas de horrendas ejecuciones) se apresuraron a 
incendiar la embajada Saudí en Teherán. En los días que siguieron, 
mientras los saudíes rompían relaciones diplomáticas con Irán, acabó una
 fracasada tregua en Yemen (rápidamente, durante el bombardeo a ciegas 
de una casa fue alcanzada también la embajada iraní en Saná) y Arabia 
Saudí llamó a los países vecinos de profesión sunní para que también 
rompieran sus vínculos con Irán o al menos los redujeran; toda la 
exasperada región fue noticia a medida que crecían los temores de una 
guerra.
El 10 de septiembre de 2001, ¿presagiaría alguien 
que el corazón petrolero del planeta se convertiría en una década y 
media en una airada mezcolanza de países fallidos, feroces luchas 
sectarias y étnicas, diseminación de grupos terroristas y el primer 
“califato” de la historia? Si en una reunión de entendidos y expertos 
usted hubiese sugerido que Arabia Saudí, uno de los países más estables 
del mundo, un día podía empezar a perder cohesión, Libia colapsaría, 
Siria dejaría de existir e Iraq se transformaría en una tierra partida 
en tres, habría hecho reír a todos. Por eso, la reciente intensificación
 de tal estado de situación, que involucra a dos países con enormes 
reservas de energías fósiles es sin duda una noticia importante, aunque 
no quizá la más importante de la región.
Mi propio 
pronóstico podría ser una historia que pasó mayormente desapercibida en 
Estados Unidos. Sentada encima de una de las reservas de crudo más 
grandes del planeta y obteniendo el 73 por ciento de sus ingresos de la 
venta de petróleo (estos ingresos han bajado un 23 por ciento este año),
 la familia real saudí acaba de aumentar un 40 por ciento el precio de 
la gasolina en el surtidor. A pesar de que para los estándares 
internacionales continúa siendo baratísima, este hecho –que es como cobrar por el agua salada en medio del océano – es
 un indicador de que está pasando algo sorprendente. Tenga en cuenta que
 los gobernantes de esa monarquía están pensando en recortar en los 
próximos años otros subsidios similares: “electricidad, agua, gasóleo y 
kerosene”. Para decirlo de otro modo, el mayor productor de petróleo, un
 país de una riqueza asombrosa (y reservas de divisas extranjeras,) ya 
no se siente cómodo regalando la gasolina a su población, a pesar 
incluso de que esto forma parte de un arreglo al que se llegó hace 
muchos años para asegurar la paz en el reino.
El porqué de 
esto poco tiene que ver con Irán, Siria, Yemen, Iraq o el Estado 
Islámico. El problema es más fundamental, tal como nos lo explica 
Michael T. Klare, experto en energía e integrante regular de TomDispatch.
 El problema es el precio del crudo, que en los últimos 18 meses ha 
caído en picado. En cierto sentido, el negocio del petróleo –con su 
constelación de gigantescas empresas de la energía, hasta hace poco 
tiempo entre las más rentables de la historia, y sus países productores,
 que hasta muy recientemente marchaban muy bien– puede acabar siendo, en
 relación con los recursos naturales, el equivalente a un estado 
fallido; como Klare lo expone palmariamente, la cambiante economía del 
petróleo transformará el rostro político de nuestro planeta. Por lo 
tanto, no quite el ojo de Arabia Saudí. Ciertamente, las cosas podrían 
ponerse muy feas allí.
* * *
Agitación política en un tiempo de bajos precios de la energía
Mientras
 acababa 2015, muchas empresas de la energía en el mundo estaban rezando
 para que el precio de crudo rebotara en el fondo del abismo, 
restaurando así la normalidad de los últimos 50 años: un mundo centrado 
en el petróleo. Sin embargo, todo indica que en 2016 continuará la 
depreciación del “oro negro”; de hecho, esta tendencia podría mantenerse
 en la segunda década del siglo y aún más allá. Dada la centralidad del 
petróleo (y de los beneficios económicos que el crudo produce) en la 
ecuación de poder mundial, esta situación se traducirá en una profunda 
reorganización del orden político, una reorganización en la que países 
productores de petróleo –desde Arabia Saudí hasta Rusia– perderán 
importancia y peso geopolítico.
Pongamos las cosas en perspectiva:
 no hace tanto tiempo –en junio de 2014, para ser más exactos– el 
petróleo Brent, referencia mundial para el crudo, se vendía a 115 
dólares el barril. En ese entonces, los analistas del ramo de la energía
 supusieron que en el largo plazo el precio se mantendría bien por 
encima de los 100 dólares y que podía subir poco a poco a niveles 
todavía más impensables. Estos presagios animaron a las empresas 
petroleras más grandes para invertir miles de millones de dólares en lo 
que dio en llamarse reservas “no convencionales”: el petróleo en el 
Ártico, las arenas bituminosas de Canadá, las reservas marinas a gran 
profundidad y el petróleo en formaciones de roca de esquisto (shale). En
 ese momento, parecía obvio que cualesquiera que fuesen los problemas 
técnicos y los costos de extracción, más temprano que tarde esas 
reservas de crudo proporcionarían excelentes beneficios. Importaba poco 
que el costo de explotación de esas reservas pudiera llegar a los 50 
dólares por barril, o más.
Sin embargo, ahora el crudo Brent se 
está vendiendo a 33 dólares el barril, es decir, a la tercera parte del 
precio que tenía hace 18 meses, el umbral de rentabilidad de cualquier 
emprendimiento con “petróleo difícil”. Incluso peor, en un escenario 
facilitado recientemente por la Agencia Internacional de la Energía 
(IEA, por sus siglas en inglés), los precios podrían no alcanzar el 
nivel 50 a 60 dólares hasta los años veinte de este siglo ni regresar a 
los 85 dólares el barril hasta 2040. En el mundo de la energía, esto es 
equivalente a un monstruoso terremoto –un preciomoto– que no solo
 condena muchos proyectos de “petróleo difícil” que ya están en marcha 
sino también algunos otros de empresas (y gobiernos) que se han 
arriesgado más allá de sus posibilidades.
La evolución actual del 
precio del crudo tiene implicaciones obvias para las mayores empresas 
del sector y todos los negocios secundarios –fabricación y provisión de 
equipo, operadores de torres de perforación, transporte marítimo, 
empresas de catering, etcétera– que dependen de ellas para su 
existencia. También amenaza con un profundo giro en las vicisitudes 
geopolíticas de los principales países productores de energía. Como 
resultado de ello, muchos de ellos, entre ellos Nigeria, Arabia Saudí, 
Rusia y Venezuela ya están viviendo problemas económicos y políticos 
(por ejemplo, las sacudidas por las que está pasando Nigeria por la 
caída del precio del petróleo son una ayuda para el grupo terrorista 
Boko Haram).
Una tormenta perfecta
Generalmente, el 
precio del petróleo se va para arriba cuando la economía mundial es 
robusta, la demanda aumenta, los abastecedores bombean crudo al más alto
 nivel y la capacidad de almacenar excedentes es escasa. Por el 
contrario, tienden a bajar –como ahora– cuando la economía mundial se 
estanca o decae, la demanda de energía se debilita, los abastecedores 
clave no son capaces de frenar la producción en consonancia con la caída
 de la demanda, los excedentes de crudo se acumulan y el abastecimiento 
futuro parece garantizado.
En los alegres años del boom del 
ladrillo, los primeros de este siglo XXI, la economía mundial era 
próspera, la demanda aumentaba sin cesar y muchos analistas presagiaron 
un inminente “pico” en la producción mundial [de petróleo] al que 
seguiría una significativa escasez. Lógicamente, el precio del Brent se 
puso por las nubes; en julio de 2008 llegó al record de 143 dólares por 
barril. Con la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre del mismo
 año y el consiguiente derrumbe de la economía global, la demanda del 
petróleo se evaporó y ese diciembre el precio bajó hasta los 34 dólares.
Con
 fábricas cerradas y millones de trabajadores en el paro, la mayor parte
 de los analistas asumieron que los precios permanecerían bajos durante 
cierto tiempo en el futuro. Por lo tanto, imagine el lector la sorpresa 
del mundo del petrolero cuando, en octubre de 2009, el crudo Brent subió
 hasta los 77 dólares el barril. Apenas dos años más tarde –febrero de 
2011–, otra vez superó el listón de los 100 dólares, donde prácticamente
 se mantuvo hasta junio de 2014.
Eran varios los factores que 
explicaban esta recuperación del precio del crudo, ninguno más 
importante que lo que pasó en China, donde las autoridades decidieron 
estimular la economía y para ello invirtieron con fuerza en 
infraestructura, sobre todo carreteras, puentes y autopistas. Añádase la
 incitación a la posesión personal del coche en la clase media urbana 
del país; el resultado fue un vigoroso aumento de la demanda de 
combustibles. Según el gigante del petróleo BP, entre 2008 y 2013, el 
consumo de petróleo en China dio un salto del 35 por ciento, de ocho 
millones de barriles por día a los 10,8 millones. Y China no hizo más 
que mostrar el camino: rápidamente, países en desarrollo como Brasil e 
India le siguieron justamente en un momento en el que la extracción en 
muchos yacimientos de petróleo convencional en el mundo había empezado a
 decaer. De ahí la carrera hacia las reservas “no convencionales”.
Este
 era más o menos el panorama a comienzos de 2014 cuando de pronto el 
péndulo del precio del crudo empezó a oscilar en la dirección contraria,
 cuando la producción en los yacimientos no convencionales de Estados 
Unidos y Canadá empezaba a hacer sentir su presencia por todo lo alto. 
Súbitamente, la producción de crudo en EEUU, que había caído de los 7,5 
millones de barriles por día en enero de 1990 a apenas 5,5 millones en 
enero de 2010, empezó a aumentar hasta llegar a unos sorprendentes 9,6 
millones en julio de 2015. Casi todo el petróleo extra había sido 
extraído en las formaciones “shale” de North Dakota y Texas. Canadá 
experimentó un salto similar en la producción, debido a que la fuerte 
inversión en la explotación de la arena bituminosa empezó a surtir 
efecto. Según BP la producción canadiense de petróleo trepó desde los 
3,2 millones de barriles por día en 2008 hasta los 4,3 millones en 2014.
 No olvidemos que la producción también se elevó en, entre otros 
lugares, en las explotaciones profundas en el océano Atlántico, tanto en
 Brasil como en el oeste de África, que justamente entonces entraban en 
liza. En ese mismísimo momento, sorprendiendo a muchos, un Iraq 
destrozados por la guerra consiguió levantar su producción en cerca de 
un millón de barriles diarios.
La suma de todo esto fueron unos 
guarismos asombrosos, pero la demanda ya se había quedado atrás. En 
buena medida, el paquete de estímulos de China estaba agotado y la 
demanda de bienes manufacturados chinos se estaba ralentizando, debido 
al débil o inexistente crecimiento económico en Estados Unidos, Europa y
 Japón. De una impresionante tasa de crecimiento anual del 10 por ciento
 en los 30 años anteriores, China pasó a una tasa anual de un dígito. 
Pese a que se espera que la demanda de petróleo de este país se mantenga
 en aumento, ya no será nada parecido al ritmo de los últimos años.
Al
 mismo tiempo, el incremento de la eficiencia en el uso de los 
combustibles en Estados Unidos –el principal consumidor del mundo–, 
empezó a notarse en el panorama global de la energía. En lo más álgido 
de la crisis económica de este país, cuando la administración Obama 
rescató a General Motors y Chrysler, el presidente forzó un acuerdo con 
las principales automotrices para establecer un conjunto de normas de 
eficiencia que ha reducido notablemente la demanda de petróleo en EEUU. 
En el marco de un plan anunciado por la Casa Blanca en 2012, la 
eficiencia media en el uso de combustibles de los coches y vehículos 
ligeros fabricados en Estados Unidos llegará en 2025 a 4,34 litros por 
cada 100 kilómetros recorridos [54,5 millas por galón], lo que redundará
 en una reducción de la expectativa de consumo de petróleo del orden de 
los 12.000 millones de barriles de aquí a entonces.
A mediados de 
2014 estos factores, y otros, han confluido para producir una “tormenta 
perfecta” en la contención del precio [del crudo]. En ese momento, 
muchos analistas creían que, como había pasado antes, los saudíes y sus 
aliados de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) 
responderían disminuyendo la producción para sostener los precios. Sin 
embargo, el 27 de noviembre de 2014 –Día de Acción de Gracias, en EEUU– 
la OPEP frustró esas expectativas, aprobando el mantenimiento de los 
cupos de producción de los países de la organización. Un día después, el
 precio del crudo cayó otros cuatro dólares; el resto es historia.
Una perspectiva deprimente
A
 principios de 2015, muchos ejecutivos de las empresas petroleras tenían
 la esperanza de que esos datos cambiaran pronto y que los precios 
volverían a subir. Pero acontecimientos recientes han derrumbado esas 
expectativas.
Además de la continuación de la desaceleración 
económica de China y el repentino aumento de la extracción en América 
del Norte, el factor más significativo del poco prometedor panorama del 
petróleo –que ahora se extiende sombríamente a todo el 2016 y más allá– 
es la categórica resistencia saudí a cualquier propuesta de reducir su 
producción o la de la OPEP. El pasado 4 de diciembre, por ejemplo, los 
integrantes de la OPEP votaron una vez más a favor de mantener los cupos
 de producción en el nivel actual y, al mismo tiempo, bajar el precio 
del crudo en otro 5 por ciento. Como si esto no fuera suficiente, en 
estos momentos Arabia Saudí ha aumentado su producción.
Se han 
dado varias razones para explicar la resistencia de los saudíes a la 
reducción de la producción de crudo, entre ellas el deseo de castigar a 
Irán y Rusia por su apoyo al régimen de al Assad en Siria. Según el 
punto de vista de unos cuantos analistas de la industria del petróleo, 
los saudíes se ven a sí mismos mejor posicionados que sus rivales para 
aguantar un precio bajo en el largo plazo debido a su menor costo de 
producción y a la protección dada por las enormes reservas de la OPEP. 
Aunque la explicación más probable, que ya fue adelantada por los 
propios saudíes, es que están tratando de mantener un contexto de 
precios en el que los productores estadounidenses y otros operadores de 
crudo no convencional sean expulsados del mercado. “No hay dudas sobre 
esto; la caída de los precios de los últimos meses ha hecho que los 
inversores dejen de pensar en los combustibles de alto costo de 
extracción, entre ellos el petróleo no convencional de Estados Unidos, 
el de aguas profundas y los crudos pesados”, le dijo un funcionario 
saudí a Financial Times la última primavera.
A pesar de los
 esfuerzos de los saudíes, la mayor parte de los principales productores
 estadounidenses, se han adaptado a un entorno de precios bajos, 
reduciendo costos de explotación y abandonando las operaciones no 
redituables, aunque también muchas empresas más pequeñas se han 
declarado en quiebra. Como resultado de todo esto, la producción 
estadounidense de crudo, unos 9,2 millones de barriles por día, es 
ligeramente mayor que la de hace un año.
En otras palabras, aun a 
33 dólares el barril, la producción continúa superando a la demanda 
global y parece muy poco probable que los precios aumenten en un futuro 
cercano. Especialmente desde que, entre otras cosas, tanto Iraq como 
Irán continúan incrementando su producción. Con el Estado Islámico 
perdiendo terreno poco a poco en Iraq y la mayor parte de los 
yacimientos petrolíferos más importantes todavía en manos del gobierno 
de Bagdad, se espera que la producción del país continúe su espectacular
 crecimiento. De hecho, algunos analistas pronostican que la producción 
iraquí podría triplicarse en los próximos 10 años desde los actuales 
tres millones de barriles por día hasta los nueve millones.
Durante
 años la producción iraní de petróleo ha estado maniatada por las 
sanciones impuestas por Washington y la Unión Europea, que le impedían 
tanto exportar crudo como importar del mundo occidental la más avanzada 
tecnología de perforación. Ahora, gracias al acuerdo nuclear con 
Washington, esas sanciones se están levantando. Según la Administración 
de información sobre la Energía de Estados Unidos (USEIA, por sus siglas
 en inglés), la producción iraní podría alcanzar los 600.000 barriles 
diarios en 2016 y aún más en los años siguientes.
Solo tres 
acontecimientos posibles podrían alterar el actual contexto de precios 
para el petróleo: una guerra en Oriente Medio que eliminara a uno o más 
de los principales abastecedores de combustibles; que Arabia Saudí 
decidiera reducir su producción para aumentar los precios; que se 
produjera un repentino aumento de la demanda mundial.
La 
perspectiva de otra guerra entre, digamos, Irán y Arabia Saudí –dos 
potencias que se odian en este mismo momento– nunca se puede descartar; 
aunque no se cree que ninguno de ellos tenga la capacidad ni el deseo de
 arriesgarse a acometer semejante empresa. Dada la caída en picado de 
los ingresos del gobierno de Teherán, que los saudíes decidan reducir la
 producción para incrementar los precios es algo más probable antes que 
después; sin embargo, los saudíes han expresado más de una vez su 
determinación respecto de no dar un paso en ese sentido, ya que eso 
beneficiaría a los mismos productores que ellos quieren eliminar, es 
decir, quienes explotan el crudo no convencional en Estados Unidos.
La
 eventualidad de un súbito aumento de la demanda parece ciertamente 
improbable. No solo que la actividad económica continúa ralentizándose 
en China y en muchas otras partes del planeta; además hay un 
inconveniente que debería preocupar a los saudíes al menos tanto como 
todo ese crudo no convencional que se está extrayendo en América del 
Norte: el petróleo está empezando a perder parte de su atractivo.
Mientras
 los nuevos ricos de China e India continúan comprando coches movidos 
por derivados del petróleo –si bien es cierto no al ritmo vertiginoso 
que se predijo alguna vez– un cada vez mayor número de consumidores de 
los países industriales tradicionales está mostrando su preferencia por 
los coches híbridos o eléctricos, y por los medios de transporte 
alternativos. Por otra parte, a medida que crece en todo el mundo la 
preocupación por el cambio climático, cada vez más jóvenes urbanitas 
están optando por una vida sin coches y se mueven en bicicleta o con el 
transporte público. Además, el empleo de energías renovables –solar, 
eólica e hidráulica– está en aumento y lo hará aún más rápidamente en 
este siglo.
Estas tendencias han propiciado que algunos analistas 
presagien que la demanda global de petróleo pronto llegará a un pico al 
que le seguirá un periodo de descenso del consumo. Amy Miers Jaffe, 
director del programa de energía y sustentabilidad de la Universidad de 
California, en Davis, ha sugerido que la combinación del crecimiento de 
la urbanización y el avance tecnológico en materia de renovables 
reducirá espectacularmente la demanda futura de crudo. “Cada vez más, 
las ciudades de todo el mundo están tratando de conseguir el sistema más
 inteligente de transporte público y al mismo tiempo penalizar y 
restringir el uso del coche particular. Las nuevas generaciones de 
Occidente ya han optado por la urbanización, la eliminación del viaje de
 cada día y el interés por la propiedad del coche personal”, escribió 
ella el año pasado en el Wall Street Journal.
Cambio de la ecuación mundial del poder
Muchos
 países cuya obtención de fondos depende en buena parte de la 
exportación de petróleo y gas natural y han conseguido una gran 
influencia como exportadores de petróleo ya estás experimentando una 
significativa erosión en su importancia relativa. Sus gobernantes, 
reforzados en otros tiempos por los altos ingresos proporcionados por el
 petróleo –lo que significaba dinero para gastar y comprar popularidad–,
 ahora están cayendo en desgracia.
Es el caso de Nigeria, por 
ejemplo, donde el 75 por ciento de sus ingresos provienen de la 
exportación de crudo; de Rusia, el 50 por ciento; y de Venezuela, el 40 
por ciento. Con el petróleo a un tercio del precio que tenía hace 18 
meses, los ingresos del Tesoro en los tres países se han desplomado y, 
con ello, la posibilidad de acometer iniciativas ambiciosas.
En 
Nigeria, la disminución del gasto del Estado más la rampante corrupción 
han desprestigiado al gobierno del presidente Goodluck Jonathan y dado 
lugar a la feroz insurgencia de Boko Haram, haciendo que el electorado 
nigeriano lo abandonara en las últimas elecciones e instalara en su 
lugar a un ex jefe militar, Muhammadu Buhari. Desde que asumió su cargo,
 Buhari ha prometido acabar con la corrupción, aplastar a Boko Haram y 
–en un claro signo de los tiempos– diversificar la economía para reducir
 la dependencia del petróleo.
Venezuela ha pasado por un shock 
político similar como consecuencia de la caída del precio del crudo. 
Cuando los precios eran altos, el presidente Hugo Chávez utilizó dinero 
proveniente de Petróleos de Venezuela S.A., la petrolera estatal, para 
construir viviendas y distribuir otros beneficios entre los pobres y los
 trabajadores venezolanos, consiguiendo así un gran apoyo popular para 
su Partido Socialista Unido de Venezuela. También buscó el apoyo 
regional ofreciendo combustibles subsidiados a países amigos como Cuba, 
Nicaragua y Bolivia. Después de la muerte de Chávez, en marzo de 2013, 
su elegido sucesor, Nicolás Maduro, trató de prolongar esta política, 
pero el petróleo no colaboró y, lógicamente, el apoyo público para él 
mismo y el PSUV empezó a flaquear. El pasado 6 de diciembre, la 
oposición de centro-derecha consiguió una victoria electoral y la 
mayoría de los escaños de la Asamblea Nacional; ahora intenta 
desmantelar la “Revolución Bolivariana” de Chávez, aunque los seguidores
 de Maduro han prometido una firme resistencia a cualquier acción en ese
 sentido.
La situación de Rusia sigue siendo algo más fluida. El 
presidente Vladimir Putin continúa gozando de un amplio apoyo y 
popularidad y, desde Ucrania a Siria, ha estado moviéndose con ambición 
en el frente internacional. Aun así, la caída del precio del petróleo y 
las sanciones económicas impuestas por la UE y EEUU han empezado a 
avivar algunas expresiones de descontento, entre ellas una manifestación
 de camioneros de larga distancia por el aumento del peaje en las 
autopistas. Se espera que la economía rusa sufra una importante 
contracción en 2016, y que esto afecte a la calidad de vida de la clase 
media rusa y dispare un aumento de las manifestaciones contra el 
gobierno. De hecho, algunos analistas creen que Putin se ha arriesgado a
 intervenir en el enfrentamiento sirio en parte para desviar la atención
 del deterioro de la economía nacional. También puede haberlo hecho para
 crear una situación en la que la ayuda rusa para llegar a una solución 
negociada de la cada día más enconada e internacionalizada guerra civil 
siria pueda ser intercambiada por el levantamiento de las sanciones a 
Ucrania. De ser así, es una jugada muy peligrosa; nadie –menos aún 
Putin– puede tener una certidumbre sobre el resultado.
Arabia 
Saudí, el mayor exportador mundial de petróleo, también ha sido 
sacudida, pero parece estar –de momento, al menos– algo mejor 
posicionada para aguantar el impacto. Cuando el precio del petróleo 
estaba alto, los saudíes mantuvieron escondidas sus reservas, estimadas 
en 7,5 billones de dólares. Ahora, cuando el precio ha caído, han echado
 mano a esas reservas para costear generosos gastos sociales destinados a
 conjurar el malestar en el reino y para financiar su ambiciosa 
intervención en la guerra civil en Yemen, que ya está empezando a 
parecerse al Vietnam de Arabia Saudí. Sin embargo, durante el año pasado
 esas reservas han disminuido en unos 90.000 millones de dólares y el 
gobierno ya está anunciando recortes en el gasto público, lo que ha 
hecho que algunos observadores se pregunten durante cuanto tiempo podrá 
la familia real contener el creciente descontento popular en el país. 
Incluso si los saudíes fuesen a dar marcha atrás y limitar la producción
 de petróleo del reino para que vuelvan a subir los precios, es poco 
probable que esa producción fuese a aumentar lo suficiente como para 
sufragar las actuales y generosas prioridades de gastos.
Otros 
importantes países productores de crudo también se enfrentan con la 
perspectiva de agitación política, entre ellos Argelia y Angola. Los 
líderes de ambos países han conseguido el acostumbrado y engañoso nivel 
de estabilidad de los países de producción de combustibles mediante la 
típica largueza gubernamental. Esta situación se está agotando; eso 
significa que ambos países pueden verse ante importantes retos internos.
Es
 necesario tener en cuenta que sin duda los remezones producidos por el 
seísmo de los precios del petróleo todavía no han alcanzado toda su 
magnitud. Por supuesto, algún día los precios volverán a subir. 
Considerando la forma en que los inversores están cancelando en todo el 
mundo proyectos en el rubro de la energía, eso es inevitable. Aun así, 
en un planeta que está en camino de una revolución verde en relación con
 la energía no hay ninguna seguridad de que alguna vez se recuperen los 
niveles superiores a los 100 dólares que en otros tiempos se daban por 
sentado. Pase lo que pase con el petróleo y los países que lo producen, 
el orden político del planeta –que una vez descansaba sobre un precio 
elevado del crudo– está condenado. Mientras esto puede significar 
penurias para algunos, especialmente los ciudadanos de los países 
dependientes de la exportación de petróleo como Rusia y Venezuela, es 
posible que ayude a allanar el camino de la transición a un mundo movido
 por las energías renovables.
TomDispatch
| Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García. | 
 Michael T. Klare  , integrante regular de   TomDispatch  , es profesor de estudios sobre paz y seguridad mundial en el Instituto Hampshire y autor del muy reciente libro   The Race for What’s Left  . Una versión documental en vídeo de este libro,  Blood and Oil, está disponible en la Fundación  Media Education.
Esta
 traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su 
integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de 
la traducción.
 
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