Washington versus China en el siglo XXI La geopolítica del declive mundial de Estados Unidos.
Incluso para los más grandes imperios la geografía es a menudo destino. 
Sin embargo, esto no se lo enseñarán en Washington. Las elites 
políticas, de seguridad nacional y de política exterior estadounidenses 
siguen ignorando los fundamentos de la geopolítica que han conformado el
 destino de los imperios mundiales en los últimos 500 años. En 
consecuencia, no han entendido el sentido y la importancia de los 
rápidos cambios globales que se han producido en Eurasia y que están 
socavando la ambiciosa estrategia de Washington para dominar el mundo de
 las últimas siete décadas.  
 Una 
mirada superficial a lo que actualmente se entiende por "sabiduría" 
interna en Washington revela una concepción del mundo sorprendentemente 
insular. Fíjense por ejemplo en el científico político de Harvard Joseph
 Nye Jr., conocido por haber creado el concepto de "poder blando". 
Proporcionando una simple lista de las maneras en que él cree que el 
poder militar, económico y cultural de Estados Unidos sigue siendo único
 y superior, recientemente sostenía que no existe ninguna fuerza, interna o global, capaz de eclipsar el futuro de Estados Unidos como principal potencia mundial.
 A quienes señalan la emergente economía de Beijing y proclaman este "el
 siglo chino", Nye les ofreció un listado de inconvenientes: la renta 
per cápita de China "tardará décadas (si es que lo logra) en alcanzar" 
la de Estados Unidos; de manera miope, ha "enfocado sus políticas 
principalmente en su región"; no ha "desarrollado ninguna capacidad 
significativa para la proyección de la fuerza global". Sobre todo, 
declaró Nye, China sufre "desventajas geopolíticas en el equilibrio de 
poder dentro de Asia, si se compara con Estados Unidos".
 O dicho
 de otro modo (y en esto Nye es representativo de todo un mundo de 
pensamiento en Washington): con más aliados, barcos, combatientes, 
misiles, dinero, patentes y películas taquilleras que ninguna otra 
potencia, Washington gana definitivamente.
 Si el profesor Nye 
dibuja el poder con números, el último mamotreto del ex secretario de 
Estado Henry Kissinger, modestamente titulado World Order [Orden mundial] y aclamado
 en las reseñas como nada menos que una revelación, adopta una 
perspectiva nietzscheana. El eterno Kissinger presenta la política 
mundial como si fuera plástico, es decir, sumamente susceptible de ser 
modelada por grandes líderes con deseos de poder. Según este criterio, 
siguiendo la tradición de los grandes diplomáticos europeos Charles de 
Talleyrand y el príncipe [Klemens von] Metternich, el presidente 
Theodore Roosevelt fue un intrépido visionario que impulsó "el papel 
estadounidense en la gestión del equilibrio Asia-Pacífico". Por otro 
lado, el sueño idealista de Woodrow Wilson de la autodeterminación 
nacional le volvió un inepto en geopolítica, mientras que Franklin 
Roosevelt estuvo ciego ante la inflexible "estrategia global" del 
dictador soviético Joseph Stalin. Harry Truman, por el contrario, superó
 la ambivalencia nacional para comprometer a "Estados Unidos en la 
conformación de un nuevo orden internacional", una política sabiamente 
seguida por los siguientes 12 presidentes. 
 Entre los más 
"valientes", insiste Kissinger, estuvo el líder del "coraje, la dignidad
 y la convicción", George W. Bush, cuya apuesta firme por la 
"transformación de Iraq de uno de los estados más represivos de Oriente 
Medio en una democracia multipartidista" habría tenido éxito de no ser 
por el "implacable" empeño de Siria e Irán en subvertir su trabajo. 
Desde esa perspectiva, no hay lugar para la geopolítica; lo único que 
realmente importa es la visión audaz de los "hombres de Estado" y los 
reyes.
 Y quizá esa sea una perspectiva reconfortante en 
Washington en un momento en el que la hegemonía de Estados Unidos está 
desmoronándose en medio de un desplazamiento tectónico del poder 
mundial. 
 Con unos consagrados visionarios en Washington tan 
sorprendentemente obtusos en cuestiones de geopolítica, quizá haya 
llegado el momento de volver a los principios básicos. Eso significa 
regresar al texto fundacional de la geopolítica moderna, el cual sigue 
siendo una guía indispensable pese a haber sido publicado en una oscura 
revista de geografía británica hace más de un siglo. 
  Sir Halford inventa la geopolítica 
 En una fría tarde londinense de enero de 1904, Sir Halford Mackinder, 
el director de la London School of Economics, "cautivó" a las personas 
reunidas en el auditorio de la Real Sociedad Geográfica (Londres) en [el
 número 1 de] Savile Row, mientras pronunciaba una conferencia con el 
atrevido título
 "The Geographical Pivot of History" ["El pivote geográfico de la 
historia"] [1]. Esta conferencia evidenció, a decir del presidente de la
 institución, "una brillantez descriptiva [...] rara vez igualada en 
esta sala". 
 Mackinder sostuvo que el futuro del poder mundial 
no radicaba, como imaginaba la mayoría de los británicos, en controlar 
las vías marítimas mundiales sino una vasta masa de tierra que él 
denominó "Euro-Asia". Apartando la atención de Estados Unidos para 
colocar a Asia Central en el epicentro del globo, e inclinando a 
continuación el eje de la Tierra un poquito más hacia el norte de lo que
 lo hace la proyección de Mercator, Mackinder redibujó y, por lo tanto, 
reconceptualizó la cartografía mundial. 
 Su nuevo mapa mostraba 
África, Asia y Europa no como tres continentes separados, sino como una 
masa de tierra unitaria, una auténtica "isla mundial". El ancho y 
profundo "heartland" ("corazón continental") –6.437 km desde el 
golfo Pérsico hasta el mar de Siberia Oriental– era tan enorme que solo 
podría ser controlado desde sus "rimlands" ("márgenes continentales" [2]) en Europa Oriental o lo que él denominó "marginal" marítimo en los mares circundantes. 
 El "descubrimiento de la ruta que, pasando por el Cabo de Buena 
Esperanza, conducía hasta la India" en el siglo XVI, escribió Mackinder,
 "dotó a la cristiandad de la movilidad de poder más amplia que se 
conoce [...] envolviendo con su influencia al poder terrestre 
euroasiático que hasta entonces había amenazado su propia existencia". 
Esta enorme movilidad, explicó más adelante, dio a los navegantes 
europeos "superioridad durante aproximadamente cuatro siglos sobre la 
gente de tierra de África y Asia".
 Sin embargo, el "heartland"
 de esta vasta masa de tierra, una "región pivote" que se extiende desde
 el golfo Pérsico hasta el río Yantzé en China, sigue siendo nada menos 
que el punto arquimédico del poder mundial futuro. "Quien gobierne el 
Corazón Continental dominará la Isla Mundial", resumió más adelante 
Mackinder. "Quien gobierne la Isla Mundial dominará el mundo" [3]. Más 
allá de la vasta masa de esa isla mundial, que conforma el 60% de la 
superficie terrestre del planeta, se encontraba un hemisferio de menor 
importancia cubierto de grandes océanos y unas pocas "islas más 
pequeñas" lejanas. Se refería, por supuesto, a Australia y las Américas.
 
 Para la generación anterior, la apertura del Canal de Suez y 
el transporte marítimo a vapor habían "incrementado la movilidad del 
poder marítimo [con relación] al poder terrestre". Pero los futuros 
ferrocarriles podían tener "un papel muy destacado en la estepa", 
afirmaba Mackinder, disminuyendo los costes del transporte marítimo y 
desplazando el centro neurálgico del poder geopolítico tierra adentro. 
Con el tiempo, el "Estado pivote" de Rusia podría, aliado con otra 
potencia como Alemania, expandirse "por las tierras marginales de 
Eurasia", permitiendo "el uso de amplios recursos continentales para la 
construcción de una flota, y un imperio de alcance mundial estaría a la 
vista". 
 Durante las dos horas siguientes, según iba leyendo un 
texto denso con la sintaxis enrevesada y las referencias clásicas 
esperadas de un antiguo catedrático de Oxford, su audiencia supo que 
estaba teniendo conocimiento de algo extraordinario. Varias personas se 
quedaron después para realizar extensos comentarios. Por ejemplo, el 
reconocido analista militar Spenser Wilkinson, el primero en ocupar una 
cátedra de historia militar en Oxford, se declaró poco convencido de la 
"moderna expansión de Rusia", insistiendo en que el poder naval 
británico y japonés continuaría la histórica función de mantener "el 
equilibrio entre las fuerzas dividas [...] en la región continental".
 Ante la presión de su entendida audiencia para que tuviera en cuenta 
otros hechos y factores, incluyendo el "aire como medio de locomoción", 
Mackinder respondió: "Mi objetivo no es predecir un gran futuro para 
este o aquel país, sino establecer una fórmula geográfica que usted 
pueda aplicar a cualquier equilibrio político". En lugar de explicar 
hechos específicos, Mackinder estaba elaborando una teoría general sobre
 la relación causal entre geografía y poder mundial. "El futuro del 
mundo", repetía, "depende del mantenimiento de [un] equilibrio de poder"
 entre las potencias marítimas como Gran Bretaña y Japón situados en el 
marginal marítimo y "las fuerzas internas expansivas" dentro del heartland euro-asiático que pretendían contener. 
 Mackinder no solo expresó una visión del mundo que influiría en la 
política exterior británica durante varias décadas, sino que en aquel 
momento acababa de crear
 la ciencia moderna de la "geopolítica": el estudio de cómo la 
geografía, bajo determinadas circunstancias, puede conformar el destino 
de pueblos, naciones e imperios enteros. 
 Aquella noche en 
Londres fue, por supuesto, hace muchísimo tiempo. Era otra época. 
Inglaterra todavía estaba de duelo por la muerte de la reina Victoria. 
Teddy Roosevelt era presidente. Henry Ford acababa de abrir una pequeña 
fábrica de automóviles en Detroit para fabricar su Modelo A, que tenía 
una velocidad punta de 45,06 km/h. Solo un mes antes, el "Flyer" de los 
hermanos Wright realizó su primer vuelo, alcanzando una altura de 36,57 
m, para ser exactos.
 Y aún así, durante los siguientes 110 años 
las palabras de Sir Halford Mackinder ofrecerían un prisma de 
excepcional precisión para entender la a menudo oscura geopolítica 
detrás de los conflictos mundiales más importantes: dos guerras 
mundiales, una Guerra Fría, las guerras de Estados Unidos en Asia (Corea
 y Vietnam), dos guerras en el golfo Pérsico e incluso la interminable 
pacificación de Afganistán. La pregunta hoy es: ¿Cómo puede ayudar Sir 
Halford a entender no solo los siglos pasados, sino el próximo medio 
siglo?
 Britania gobierna las olas  
 En la época 
del poder marítimo, que duró más de 400 años –desde 1602 hasta la 
Conferencia de Desarme de Washington en 1922– las grandes potencias 
competían por controlar la isla mundial euroasiática a través de las 
vías marítimas que se extendían a su alrededor a lo largo de 15.000 
millas desde Londres hasta Tokio. El instrumento del poder era, por 
supuesto, el barco: primero buques de guerra, luego acorazados, 
submarinos y portaviones. Mientras los ejércitos terrestres avanzaban 
trabajosamente por el barro de Manchuria o Francia en batallas con 
cantidades estremecedoras de bajas, las armadas imperiales se deslizaban
 por el mar, maniobrando por el control de costas y continentes enteros.
 
 En la plenitud de su poder imperial, alrededor de 1900, Gran 
Bretaña gobernaba las olas con una flota de 300 buques capitales y 30 
bastiones navales, bases que rodeaban la isla mundial desde Scapa Flow 
en el Atlántico Norte, a través del Mediterráneo en Malta y Suez, hasta 
Bombay, Singapur y Hong Kong. Al igual que el Imperio Romano cercaba el 
Mediterráneo convirtiéndolo en Mare Nostrum ("Nuestro Mar"), la 
potencia británica convertiría el océano Índico en su propio "mar 
cerrado", asegurando sus flancos con ejércitos en la frontera noroeste 
de la India e impidiendo a los persas y los otomanos construir bases 
navales en el golfo Pérsico. 
 Con esa maniobra, Gran Bretaña 
también se aseguraba el control sobre Arabia y Mesopotamia, territorio 
estratégico al que Mackinder denominó "el paso terrestre de Europa a las
 Indias" y la puerta de entrada al "heartland" de la isla 
mundial. Desde esta perspectiva geopolítica, el siglo XIX fue, en el 
fondo, una rivalidad estratégica, a menudo llamada "el Gran Juego", 
entre Rusia "dominando casi por completo el Corazón Continental [...] 
golpeando las puertas interiores de las Indias", y Gran Bretaña 
"avanzando hacia tierra firme desde las entradas marítimas de la India 
para enfrentar la amenaza procedente del noroeste". En otras palabras, 
Mackinder llegó a la conclusión de que "las realidades geográficas 
finales" de la edad moderna eran el poder marítimo versus el poder 
terrestre o "la Isla Mundial versus el Corazón Continental"[4].
 
Las intensas rivalidades, primero entre Inglaterra y Francia y más tarde
 entre Inglaterra y Alemania, sirvieron para impulsar en Europa una 
incesante carrera de armamento naval que elevó el coste del poder 
marítimo hasta niveles insostenibles. En 1805, el buque insignia del 
Almirante [Horatio] Nelson, el HMS Victory, con su casco de roble
 de 3.500 toneladas, navegó a una velocidad de 9 nudos hacia la batalla 
de Trafalgar contra la armada de Napoleón, sus cañones de ánima lisa de 
100 mm disparando balas de 19,05 kg a una distancia que no superaba los 
360 m. 
 Un siglo después, en 1906, Gran Bretaña creó el primer buque de guerra moderno del mundo, el HMS Dreadnought,
 con un casco de acero con un grosor de 30,5 cm y 20.000 toneladas de 
peso, turbinas de vapor que permitían alcanzar una velocidad de 21 nudos
 y cañones de repetición mecanizados de 12 pulgadas capaces de disparar 
proyectiles de 385 kg con un alcance de 19 km. El coste de este leviatán
 fue de 1,8 millones de libras esterlinas, equivalentes a casi 300 
millones de dólares actuales. En la siguiente década media docena de 
potencias habían vaciado sus tesoros para construir flotas enteras de 
estos letales y costosísimos acorazados.
 Gracias a la 
combinación de la superioridad tecnológica, el alcance mundial y las 
alianzas navales con Estados Unidos y Japón, la Pax Britannica 
duraría un siglo entero, desde 1815 hasta 1914. Al final, sin embargo, 
este sistema mundial estuvo marcado por una acelerada carrera de 
armamento naval, una volátil diplomacia entre grandes potencias y una 
feroz competición por el imperio de ultramar que acabó en la salvaje 
carnicería de la Primera Guerra Mundial, dejando 16 millones de muertos 
para 1918.
  El siglo de Mackinder 
 Como señaló
 una vez el prestigioso historiador Paul Kennedy, especializado en 
asuntos internacionales, "en lo que quedaba del siglo XX quedó 
demostrada la tesis de Mackinder", con dos guerras mundiales por el 
control de sus "rimlands" que se extendieron desde Europa 
Oriental hasta Asia a través de Oriente Medio. De hecho, la Primera 
Guerra Mundial fue, como el propio Mackinder explicó, "un duelo directo 
entre el poder terrestre y el poder marítimo". Al final de la guerra, en
 1918, las potencias marítimas –Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón– 
enviaron expediciones navales a Arcángel, el mar Negro y Siberia para 
contener la revolución rusa dentro del "heartland" de Rusia.
 Constatando la influencia de Mackinder en el pensamiento geopolítico alemán, Adolf Hitler arriesgaría su Reich en un intento descabellado de apropiarse del heartland ruso como Lebensraum,
 o espacio vital, para su "raza superior". El trabajo de Sir Halford fue
 determinante en el ideario del geógrafo alemán Karl Haushofer, fundador
 de la Zeitschrift für Geopolitik , impulsor del concepto de Lebensraum  y asesor de Adolf Hitler y de su brazo derecho, Rudolf Hess. En 1942 el Führer
 envió un millón de hombres, 10.000 piezas de artillería y 500 tanques 
para quebrar el frente del río Volga en Stalingrado. Al final, el 
Ejército alemán tuvo 850.000 víctimas, entre heridos, muertos y 
capturados, en un intento vano de atravesar el rimland de Europa Oriental hacia la región pivote de la isla mundial. 
 Un siglo después de la publicación de la obra capital de Mackinder, 
otro académico e historiador británico especializado en la historia de 
los imperios, John Darwin, sostuvo en su magistral After Tamerlane [ Después de Tamerlán
 ] que Estados Unidos había conseguido su "colosal imperium [...] a una 
escala sin precedentes" tras la Segunda Guerra Mundial, al convertirse 
en la primera potencia de la historia que controlaba los puntos axiales 
estratégicos "en ambos extremos de Eurasia" (su interpretación de la 
"Euro-Asia" de Mackinder). Con el temor a la expansión china y rusa como
 "catalizador de la colaboración", Estados Unidos se hizo con bastiones 
imperiales en Europa Occidental y Japón. Con estos puntos axiales como 
pilares, Washington construyó después un arco de bases militares 
siguiendo el patrón marítimo británico, con las que fue rodeando la isla
 mundial.  
 La geopolítica axial de Estados Unidos
 Una vez arrebatado el control de los extremos axiales de la isla 
mundial a la Alemania nazi y el Japón imperial en 1945, durante los 
siguientes 70 años Estados Unidos aplicó capas cada vez más gruesas de 
poder militar para contener a China y a Rusia dentro del heartland
 euroasiático. Despojada de su cobertura ideológica, la ambiciosa 
estrategia de Washington de la "contención" anticomunista de la época de
 la Guerra Fría fue poco más que un proceso de sucesión imperial. Una 
Gran Bretaña agotada fue reemplazada en el control del "marginal" 
marítimo, pero las realidades estratégicas siguieron siendo 
prácticamente las mismas.
 De hecho, en 1943, dos años antes del final de la Segunda Guerra Mundial, un envejecido Mackinter publicó
 su último artículo, "The Round World and the Winning of the Peace" ["El
 mundo redondo y la conquista de la paz"], en la influyente revista 
estadounidense Foreign Affairs. En él, recordaba a los 
estadounidenses que aspiraban a una "ambiciosa estrategia" para una 
versión sin precedentes de hegemonía planetaria que incluso su "sueño de
 poder aéreo mundial" no cambiaría las bases geopolíticas. "Si la Unión 
Soviética sale de esta guerra como conquistadora de Alemania", advertía,
 "alcanzará el rango del poder terrestre más grande del mundo", 
controlando la "fortaleza natural más grande de la tierra".
 Al momento de establecer una nueva Pax Americana
 posbélica, lo primero y básico para contener el poder terrestre 
soviético sería la Armada estadounidense. Sus flotas rodearían el 
continente euroasiático, complementando y luego suplantando a la Armada 
británica: la Sexta Flota se instaló en Nápoles en 1946 para controlar 
el océano Atlántico y el mar Mediterráneo; la Séptima Flota se 
estableció en la Bahía Subic, Filipinas, en 1947, para controlar el 
Pacífico Occidental; y desde 1995 la Quinta Flota se encuentra en 
Bahrein, en el golfo Pérsico.
 A continuación, los diplomáticos 
estadounidenses sumaron capas de alianzas militares envolventes: la 
Organización del Tratado del Atlántico Norte (1949), la Organización del
 Tratado del Medio Oriente (1955), la Organización del Tratado del 
Sudeste Asiático (1954) y el Tratado de Seguridad Estados Unidos-Japón 
(1951).
 En 1955 Estados Unidos también tenía un red mundial de 
450 bases militares en 36 países para, en gran medida, contener el 
bloque sino-soviético detrás de un Telón de Acero que coincidía en grado
 extraordinario con las "rimlands" de Mackinder alrededor de la 
masa continental euroasiática. Hacia el final de la Guerra Fría, en 
1990, el cerco de la China comunista y Rusia necesitaba 700 bases de 
ultramar, una fuerza aérea de 1.763 aviones de combate, un enorme 
arsenal nuclear, más de 1.000 misiles balísticos y una armada de 600 
buques, incluyendo 15 portaviones nucleares y sus flotillas, todos 
conectados por el único sistema global de satélites de comunicación del 
mundo.
 Como fulcro del perímetro estratégico de Washington 
alrededor de la isla mundial, la región del golfo Pérsico ha sido 
durante casi 40 años el lugar donde Estados Unidos ha intervenido 
constantemente, de manera manifiesta y encubierta. La revolución iraní 
de 1979 supuso la pérdida de un país clave en el arco del poder 
estadounidense alrededor del golfo, y dejó a Washington en la difícil 
posición de tener que reconstruir su presencia en la región. Con ese fin
 y simultáneamente, por un lado apoyaría a Sadam Husein en Iraq en su 
guerra contra el Irán revolucionario y, por el otro, armaría a los 
muyahidines afganos más extremistas contra la ocupación soviética de 
Afganistán.
 Fue en este contexto en el que Zbigniew Brzezinski, 
asesor de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, puso en marcha
 su estrategia para derrotar a la Unión Soviética con una agilidad 
geopolítica absoluta, que todavía hoy sigue siendo poco comprendida. En 
1979 Brzezinski, un aristócrata polaco empobrecido que conocía como 
pocos las realidades geopolíticas de su continente natal, convenció a 
Carter para lanzar la Operación Ciclón
 con un enorme presupuesto anual que alcanzó los 500 millones de dólares
 a finales de los 80. Su objetivo: movilizar combatientes musulmanes 
para atacar el blando vientre centro-asiático de la Unión Soviética y 
abrir una brecha profunda de radicalismo islamista en el heartland soviético. Lo que simultáneamente iba a infligir una derrota desmoralizadora al Ejército Rojo en Afganistán y dejar el "rimland" de Europa Oriental fuera de la órbita de Moscú. "Nosotros no empujamos a los rusos a intervenir [en Afganistán]", dijo
 Brzezinski en 1998, al explicar su hazaña geopolítica en esta versión 
Guerra Fría del Gran Juego, "pero aumentamos a sabiendas la probabilidad
 de que lo hicieran [...] Esa operación secreta fue una idea excelente. 
Tuvo el efecto de hacer caer a los rusos en la trampa afgana".
 
Preguntado sobre el legado de esta operación que dio origen a un Islam 
combatiente hostil a los Estados Unidos, Brzezinski, que estudió y a 
menudo citaba a Mackinder, se negó rotundamente a pedir disculpas. "¿Qué
 es más importante para la historia del mundo?", preguntó. "¿Los 
talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿El levantamiento de 
algunos musulmanes o la liberación de Europa central y el final de la 
Guerra Fría?"
 Pero incluso la impresionante victoria 
estadounidense en la Guerra Fría, con la implosión de la Unión 
Soviética, tampoco transformaría los fundamentos geopolíticos de la isla
 mundial. Como resultado, tras la caída del muro de Berlín en 1989, la 
primera incursión diplomática de Washington en la nueva época sería un 
intento de restablecer su posición dominante en el golfo Pérsico, 
utilizando como pretexto la ocupación de Kuwait por parte de Sadam 
Husein. 
 En 2003, cuando Estados Unidos invadió Iraq, el 
historiador Paul Kennedy acudió de nuevo a la para entonces centenaria 
obra de Mackinder para explicar este aparentemente inexplicable infortunio. "En este momento, con cientos de miles de tropas estadounidenses en las rimlands euroasiáticas", escribió en el Guardian,
 "parece como si Washington estuviera tomándose en serio el mandato de 
Mackinder para asegurar el control del 'pivote geográfico de la 
historia'". Si se interpretan estas afirmaciones de forma amplia, la 
rápida proliferación de bases estadounidenses en Afganistán e Iraq 
debería entenderse como una nueva apuesta imperial para alcanzar una 
posición clave en el borde del heartland euroasiático, algo 
semejante a lo que hicieron los británicos con sus viejos fuertes 
coloniales a lo largo de la frontera noroeste de la India. 
 En 
los años siguientes Washington intentó sustituir algunos de sus 
ineficientes soldados sobre el terreno por drones. En 2011 la Fuerza 
Aérea y la CIA habían rodeado
 el territorio euroasiático con 60 bases para su armada de drones. Para 
entones, su caballo de batalla era el Reaper: sus misiles Hellfire, sus 
bombas GBU-30 y un alcance de 1.850 km permitían atacar objetivos en casi cualquier lugar de África y Asia desde aquellas bases. 
 Significativamente, las bases de drones están esparcidas en estos 
momentos por los márgenes marítimos alrededor de la isla mundial –desde 
Sigonella, Sicilia, hasta Incirlik, Turquía;
 Yibuti en el mar Rojo; Qatar y Abu Dabi en el golfo Pérsico; las islas 
Seychelles en el océano Índico; Jalalabad, Khost, Kandahar y Shindand en
 Afganistán; y en el Pacífico, Zamboanga en Filipinas y la Base Aérea Andersen en la isla de Guam,
 entre otros lugares. Para patrullar esta extensa periferia, el 
Pentágono se ha gastado 10 mil millones de dólares en construir una 
armada de 99 drones Global Hawk, equipados
 con cámaras de alta resolución capaces de vigilar todo el territorio en
 un radio de 160 km, sensores electrónicos que pueden neutralizar 
señales de comunicación y motores eficientes con autonomía para 35 horas de vuelo y un alcance de 14.000 kilómetros. 
 La estrategia de China
 En otras palabras, los movimientos de Washington no son algo nuevo, 
aunque lo sean a una escala previamente inimaginable. Pero el ascenso de
 China para convertirse en la primera economía mundial, inconcebible 
hace un siglo, sí representa algo nuevo y por eso amenaza con dar la 
vuelta a la geopolítica marítima que ha configurado el poder mundial 
durante los últimos 400 años. En lugar de centrarse básicamente en 
construir una flota de alta mar como hicieron los británicos o una 
armada aeroespacial global semejante a la estadounidense, China está 
adentrándose en la isla mundial en un intento de rediseñar 
minuciosamente los fundamentos geopolíticos del poder mundial. Y para 
ello está utilizando una estrategia sutil que hasta ahora ha conseguido 
eludir a la cúpula del poder en Washington. 
 Después de décadas 
de silenciosa preparación, Beijing ha empezado recientemente a revelar 
su ambiciosa estrategia para hacerse con el poder mundial, con pasos 
cautelosos. Su plan en dos etapas está diseñado para construir una 
infraestructura transcontinental para la integración económica de la 
isla mundial desde dentro, mientras moviliza fuerzas militares para ir 
rompiendo, con cortes quirúrgicos, el cerco de contención 
estadounidense. 
 El paso inicial ha sido un impresionante 
proyecto para crear la infraestructura para la integración económica del
 continente. Al establecer una elaborada y costosísima red de líneas de 
alta velocidad para el transporte de grandes volúmenes de mercancías y 
oleoductos y gasoductos a través de la amplia extensión de Eurasia, 
China puede materializar la visión de Mackinder de un modo nuevo. Por 
primera vez en la historia, el transporte transcontinental rápido de 
carga crítica –petróleo, minerales y productos manufacturados– será 
posible a escala masiva, y podría integrar ese vasto territorio en una 
única zona económica que se extendería a lo largo de 10.000 km desde 
Shangai a Madrid. De esta manera, las autoridades de Beijing esperan 
trasladar el centro neurálgico del poder geopolítico desde la periferia 
marítima al interior del continente, el heartland.
 "Los 
ferrocarriles transcontinentales están ahora modificando las condiciones
 del poder terrestre", escribió Mackinder en 1904, cuando el "precario" 
ferrocarril transiberiano de vía única, el más largo del mundo, cubría 
los 9.173 km de distancia entre Moscú y Vladivostok. "[P]ero no habrá 
transcurrido una gran parte del siglo antes de que Asia esté cubierta de
 ferrocarriles. Los espacios comprendidos por el Imperio ruso y Mongolia
 son tan extensos, y son hasta tal punto incalculables sus potenciales 
en cuanto a [...] combustibles y metales, que es inevitable que allí se 
desarrolle un gran mundo económico, más o menos aislado, que será 
inaccesible al comercio oceánico".
 Mackinder se adelantó un poco
 con su predicción. La revolución rusa de 1917, la revolución china de 
1949 y los siguientes 40 años de la Guerra Fría frenaron cualquier 
avance real durante décadas. De este modo, el "heartland" 
euro-asiático no conoció el crecimiento económico y la integración, en 
parte debido a las barreras ideológicas artificiales –el Telón de Acero y
 luego la partición sino-soviética– que paralizaron la construcción de 
cualquier infraestructura a través del extenso territorio de Eurasia. Ya
 no. 
 Solo unos pocos años después del final de la Guerra Fría, 
el antiguo asesor de Seguridad Nacional, Brzezinski, que por entonces se
 había vuelto muy crítico con los puntos de vista globales que mantenían
 las elites políticas tanto republicanas como demócratas, empezó a lanzar
 advertencias sobre la ineptitud geopolítica de Washington. "Desde que 
los continentes comenzaron a interactuar políticamente, hace 
aproximadamente cinco siglos", escribió en 1988, básicamente 
parafraseando a Mackinder, "Eurasia ha sido el centro del poder mundial.
 La potencia que domine 'Eurasia' controlará dos terceras partes de las 
regiones más desarrolladas y económicamente más productivas del mundo 
[...] volviendo al hemisferio occidental y Oceanía geopolíticamente 
periféricos con respecto al continente central del mundo".
 Esta 
lógica geopolítica ha pasado desapercibida en Washington, pero ha sido 
bien entendida por Beijing. De hecho, durante la última década China ha 
realizado la mayor inversión en infraestructura del mundo, un billón de 
dólares hasta ahora y sigue sumando, desde que Washington inauguró su 
sistema de autopistas interestales en la década de los 50 del siglo 
pasado. Las cifras de las líneas ferroviarias y los oleoductos que se 
están construyendo son mareantes. Entre 2007 y 2014, China cuadriculó su territorio con casi 15.000 km de nuevas líneas de alta velocidad, más que el resto del mundo en conjunto. El sistema transporta actualmente a 2,5 millones de pasajeros al día, a una velocidad máxima de 380 km/h. Para cuando esté completado
 en 2030 tendrá más de 25.000 km de vías de alta velocidad, con un coste
 de 300 mil millones de dólares, y unirá las principales ciudades de 
China.
 Simultáneamente, las autoridades chinas empezaron a 
colaborar con los Estados vecinos en un gigantesco proyecto para 
integrar la red nacional de ferrocarriles en una red transcontinental. 
Desde 2008 los alemanes y los rusos se unieron a los chinos para 
construir el "Puente Terrestre Euroasiático". Dos rutas este-oeste, el 
viejo transiberiano al norte y una nueva ruta por el sur, a lo largo de 
la antigua Ruta de la Seda a través de Kazajistán, deberían conectar 
toda Eurasia. Por la ruta sur, más rápida, viajarán
 contenedores con productos manufacturados de alto valor añadido, 
ordenadores y piezas de automóviles, que recorrerán 10.782 km desde 
Liepzig, Alemania, hasta Chongqing, China, en tan solo 20 días, casi la mitad de los 35 días que se tarda en transportar esas mercancías en barco. 
 En 2013 la Deutsche Bahn AG (empresa de ferrocarril alemana) empezó a preparar una tercera ruta entre Hamburgo y Zhengzhou que ha reducido el tiempo de viaje a 15 días, mientras que la Kazakh Rail abrió una conexión Chongqing-Duisburg con tiempos parecidos. En octubre de 2014 China anunció planes
 para la construcción de la línea de alta velocidad más larga del mundo 
con un coste de 230 mil millones de dólares. Según lo planeado, los 
trenes recorrerán los 6.920 km entre Beijing y Moscú en solo dos días. 
 Además, China está construyendo dos ramales en dirección suroeste y sur
 hacia el "marginal" marítimo de la isla mundial. En abril, el 
presidente Xi Jinping firmó
 un acuerdo con Pakistán para invertir 46 mil millones de dólares en el 
Corredor Económico China-Pakistán. Autopistas, conexiones ferroviarias, 
oleoductos y gasoductos sumarán casi 3.248 km desde Kashgar, en 
Xinjiang, la provincia más occidental de China, hasta las instalaciones 
portuarias conjuntas en Gwadar, Pakistán, inauguradas en 2007. China ha invertido
 más de 200 millones de dólares en la construcción de este puerto 
estratégico de Gwadar, en el mar Arábigo, a unos 600 km del golfo 
Pérsico. En 2011 China también comenzó a ampliar
 sus líneas ferroviarias a través de Laos hacia el Sudeste Asiático, con
 un coste inicial de 6,2 mil millones de dólares. Cuando esté terminada,
 una línea de alta velocidad trasladará viajeros y mercancías desde 
Kunming a Singapur en 10 horas. 
 Por otro lado, en esta última 
década tan dinámica, China ha construido una red integrada de gasoductos
 y oleoductos transcontinentales para importar combustibles de toda 
Eurasia para sus centros de población localizados en el norte, el centro
 y el sureste. En 2009, tras una década de trabajo, la Corporación 
Nacional de Petróleo de China (CNPC, por sus siglas en inglés), 
propiedad del Estado, abrió el último tramo del oleoducto Kazajistán-China, con una extensión de 2.253 km entre el mar Caspio y Xinjiang.
 Simultáneamente, la CNPC colaboró con Turkmenistán para inaugurar
 el gasoducto Asia Central-China. Con una longitud de 1.931 km, que en 
gran medida corren paralelos al oleoducto Kazajistán-China, se trata del
 primero que lleva el gas natural de la región hasta China. Para sortear
 el Estrecho de Malaca, controlado por la Armada estadounidense, la CNPC
 abrió
 el gasoducto Sino-Myanmar en 2013 para trasladar el petróleo de Oriente
 Medio y el gas natural birmano a lo largo de 2.414 km desde la Bahía de
 Bengala hasta la remota región suroccidental de China. En mayo de 2014 
la compañía firmó
 un acuerdo para los próximos 30 años, por valor de 400 mil millones de 
dólares, con el gigante ruso privatizado, Gazprom, para entregar 38 mil 
millones de metros cúbicos de gas natural cada año a partir de 2018, a 
través de una red de gasoductos todavía por completar, que cruzará 
Siberia hasta Manchuria.
 A pesar de su envergadura, estos 
proyectos solo son un parte del auge de la construcción que, en los 
últimos cinco años, ha tejido una maraña de gasoductos y oleoductos a 
través de Asia Central y hacia el sur, llegando hasta Irán y Pakistán. 
El resultado será pronto una infraestructura energética integrada 
terrestre, incluyendo la enorme red de oleoductos y gasoductos de la 
propia Rusia, que se extenderá por toda Eurasia, desde el Atlántico 
hasta el mar del Sur de China.
 Para capitalizar unos planes de 
crecimiento regional tan asombrosos, en octubre de 2014 Beijing anunció 
la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Las 
autoridades chinas ven esta institución como una futura alternativa 
regional y, a la larga, euroasiática al Banco Mundial controlado por 
Estados Unidos. Hasta ahora, a pesar de la presión de Washington para 
que no se unieran, 14 países clave, incluyendo aliados cercanos de 
Estados Unidos como Alemania, Gran Bretaña, Australia y Corea del Sur, 
han firmado
 como socios fundadores. Simultáneamente, China ha empezado a establecer
 relaciones comerciales a largo plazo con zonas de África ricas en 
recursos, con Australia y con el Sudeste Asiático, como parte de su plan
 para integrar económicamente la isla mundial. 
 Por último, 
Beijing acaba de revelar una estrategia hábilmente diseñada para 
neutralizar las fuerzas militares que Washington ha desplegado a lo 
largo del perímetro del continente. En abril el presidente Xi Jinping 
anunció la construcción de un gigantesco corredor de carreteras, 
ferrocarriles y oleo-gasoductos que irá directamente desde el oeste de 
China hasta su nuevo puerto en Gwadar, Pakistán, creando la logística 
para los futuros despliegues navales en el mar Arábigo, rico en energía. 
 En mayo Beijing intensificó su reclamación de control exclusivo sobre el mar del Sur de China, ampliando
 la Base Naval Longpo en la isla de Hainan para construir la primera 
instalación para submarinos nucleares de la región, acelerando los 
trabajos de dragado para crear tres nuevos atolones que podrían convertirse en aeródromos militares en las disputadas islas Spratley, y desaconsejando
 formalmente los sobrevuelos de los aviones de la Armada estadounidense.
 Al construir la infraestructura para las bases militares en el mar del 
Sur de China y el mar Arábigo, Beijing está poniendo los medios que le 
permitirán socavar, quirúrgica y estratégicamente, la política 
estadounidense de contención militar. 
 Al mismo tiempo, Beijing 
está diseñando planes para desafiar el dominio espacial y ciberespacial 
de Estados Unidos. En este sentido, espera completar
 su propio sistema global de satélites para 2020, que representaría el 
primer desafío para el dominio espacial de Washington desde que en 1967 
Estados Unidos desplegara su sistema de 26 satélites de comunicación de defensa. Simultáneamente, Beijing está desarrollando una impresionante capacidad para la guerra cibernética.
 Dentro de una o dos décadas, si fuera necesario, China estará preparada
 para realizar cortes quirúrgicos en unos pocos puntos estratégicos del 
cerco que mantiene Washington alrededor del continente, sin tener que 
hacer frente al poder militar global estadounidense, y podría hacer 
inútil su gigantesca armada de portaviones, cruceros de guerra, drones, 
cazas y submarinos
 Al carecer de la visión geopolítica de 
Mackinder y su generación de imperialistas británicos, las actuales 
autoridades estadounidenses no han sabido entender la importancia y el 
sentido del cambio global radical que está teniendo lugar en la gran 
masa de tierra euroasiática. Si China logra vincular sus emergentes 
industrias con los enormes recursos naturales del heartland 
euroasiático entonces, posiblemente, como Sir Halford Mackinder predijo 
aquella fría tarde londinense de 1904, "un imperio de alcance mundial 
estaría a la vista". 
 Notas de la traductora: 
 
[1] Para las citas de esta conferencia que aparecen en el ensayo se ha 
tomado como referencia la traducción de Marina Díaz Sanz con base en la 
realizada para la compilación por A. B. Rattenbach (1975). Antología geopolítica. Buenos Aires: Pleamar, disponible en línea aquí.
 [2] Rimland
 no es un término acuñado por Halford Mackinder, sino por Nicholas John 
Spykman. Este último desarrolla su teoría del margen continental en 
contraposición con la teoría del corazón continental de Mackinder. Lo 
que señala Mackinder en el texto de su conferencia es lo siguiente: "En 
el este, sur y oeste de este 'corazón continental' (heart-land) se hallan las regiones marginales, que se alinean en un amplio 'cinturón' (crescent) accesible a los navegantes [...] Fuera de la región pivote, en un gran 'cinturón interior' (inner crescent), se hallan Alemania, Austria, Turquía, India y China, y en un 'cinturón exterior' (outer crescent), Inglaterra, Sudáfrica, Australia, los Estados Unidos, Canadá y el Japón". El margen continental (rimland) de Spykman se correspondería grosso modo con el "cinturón interior" de Mackinder (vid. algunos trabajos en línea aquí y aquí).
 [3] Esta cita no es de la conferencia "El pivote geográfico de la historia", sino del libro: Mackinder, Halford J. (1996) Democratic Ideals and Reality: A Study in the Politics of Reconstruction. Washington, D.C.: National Defense University Press. Edición original en Londres: Constable, y Nueva York: Holt, 1919.
 [4] Ibíd.
TomDispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza
 Alfred W. McCoy es colaborador habitual de TomDispatch,
 ocupa la cátedra Harrington de Historia en la Universidad de 
Wisconsin-Madison.  Es el editor de  Endless Empire: Spain’s Retreat, 
Europe’s Eclipse, America’s Decline  y el autor de  Policing America’s Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State, entre otras obras. 
 
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