Retrato de las Américas en la Cumbre
 Los grandes medios de comunicación presentaron la Cumbre de Panamá 
como el inicio de una nueva era de convivencia. Ponderaron el fin de la 
guerra fría y atribuyeron a Obama una postura de distención opuesta a la
 belicosidad de Maduro. También contrastaron la reintegración de Cuba a 
la región con el aislamiento de Venezuela y evaluaron al encuentro como 
un éxito de la diplomacia estadounidense. Este diagnóstico fue expuesto 
antes y después del cónclave, como si la reunión no hubiera aportado 
nada relevante. 
 Pero este relato omitió que 33 de los 35 
mandatarios presentes rechazaron la imputación de Venezuela como una 
“amenaza a la seguridad estadounidense”. Todos reclamaron la derogación 
de la orden ejecutiva, que dispone bloqueos de bienes y restricciones a 
los visados de ciudadanos de ese país. Esta exigencia fue expuesta en 
enfáticos discursos que ningún socio del imperio contradijo. El propio 
Obama prefirió retirarse del plenario para eludir esos cuestionamientos.
 En un marco adverso Estados Unidos debió posponer su agenda. 
EL LIBRETO Y LA REALIDAD
 Obama necesitaba ganar la pulseada desatada por el decreto contra 
Venezuela para retomar las iniciativas de hegemonía imperial. El 
afianzamiento de esa dominación fue el objetivo inicial de la primera 
Cumbre (Miami-1994) y del lanzamiento posterior del ALCA (Quebec-2001). 
El naufragio de este proyecto en Mar del Plata (2005) determinó el 
aislamiento del gigante del norte en el último cónclave 
(Cartagena-2012). La creación de nuevos organismos sin presencia 
estadounidense ( UNASUR-2008 y CELAC-2011) acentuó ese retroceso e 
incentivó el reconocimiento de Cuba. 
 Después de 53 años David 
le ganó al Goliath. El imperio no pudo quebrar la revolución cubana y 
Obama debió liberar a los cinco luchadores que mantenía cautivos. Raúl 
Castro inauguró el retorno del país a los encuentros presidenciales, con
 un categórico reclamo de inmediata derogación de la orden contra 
Venezuela. 
 Todas las teorías que han contrapuesto el “nuevo 
realismo diplomático” de Castro con el “vetusto radicalismo discursivo” 
de Maduro, ignoran el concertado liderazgo que asumieron ambos 
gobiernos, en la batalla contra el decreto yanqui. Esta unanimidad fue 
acompañada con fuertes discursos de otros mandatarios.
 Ninguno 
de los presidentes derechistas (Colombia, Perú, Paraguay) sostuvo el 
ataque a Venezuela. Incluso los pequeños países del Caribe que Obama 
visitó antes de la reunión rechazaron el atropello del Departamento de 
Estado. Lo mismo ocurrió con Chile, Costa Rica y Uruguay que mantienen 
grandes distancias con el proceso bolivariano.
 La decepción de 
los funcionarios estadounidenses fue mayúscula y los voceros de 26 ex 
presidentes derechistas sólo atinaron a objetar una “compra de 
voluntades” por parte de Maduro. Como es habitual no aportaron ningún 
indicio de ese tráfico.
 A Panamá arribaron todas las figuras del
 golpismo antichavista. Hicieron mucho ruido pero tuvieron poco impacto 
sobre la Cumbre. Han quedado muy debilitados por el fracaso de la última
 asonada y no pudieron responder con guarimbas, a la detención de los 
conspiradores Leopoldo López y Antonio Ledezma.
 También los 
líderes de la contrarrevolución cubana llegaron en masa desde Miami, 
portando su nuevo disfraz de “representantes de la sociedad civil”. Con 
ese maquillaje retomaron su proyecto de restaurar el viejo status de la 
isla como casino, prostíbulo o eslabón del narco-tráfico. 
 La 
delegación de los gusanos incluyó al propio asesino del Che y ensayó 
todo tipo de provocaciones. Promovieron cacerolazos, griterías frente a 
las embajadas, interrupciones en las conferencias de prensa y conflictos
 con los custodios. Pero no lograron alterar el clima político de la 
Cumbre.
 Obama recurrió a las sonrisas para lidiar con la 
generalizada oposición a su decreto. Optó por la discreción y no pudo 
impedir la ausencia de una declaración final del encuentro. Un borrador 
plagado de criterios neoliberales -en materia de salud, cambio climático
 y transferencias de tecnología- terminó en el archivo.
Los 
grandes medios omitieron estos datos. Sólo vieron lo que previamente 
habían imaginado. Invirtieron la realidad y presentaron como un logro 
estadounidense la derrota que sufrió Obama. Mantuvieron la distorsión 
informativa que caracteriza su labor y nuevamente abandonaron cualquier 
vestigio de profesionalidad periodística. 
 ACTITUDES Y ARGUMENTOS
El
 contraste de proyectos que afloró en la Cumbre fue anticipado por un 
contrapunto de actitudes. Obama desembarcó en Panamá con un gran 
despliegue de aviones, helicópteros y autos blindados. Esa demostración 
no guardó ninguna proporción con las necesidades de seguridad del 
mandatario. Sólo apuntó a recordar que el potencial destructivo del 
imperio no es una ficción de Hollywood.
En cambio Maduro se 
dirigió de inmediato al barrio popular de Chorrillos, para homenajear a 
las víctimas de la última invasión de los marines (1989). Recordó el 
derrocamiento de un dictador designado por los propios estadounidenses y
 ondeó la bandera panameña en un lugar olvidado por todos los 
funcionarios.
Esta misma conducta adoptó Evo durante su estancia.
 Proclamó que “estamos mejor sin la embajada norteamericana” y refutó el
 mito de una próxima “ayuda” estadounidense a Cuba. Destacó que el 
imperio debería indemnizar a la isla por el acoso que impuso durante 
medio siglo. 
 El cuestionamiento de la orden ejecutiva contra 
Venezuela dominó la Cumbre. El propio Obama descalificó la presentación 
de ese país como una “amenaza” y justificó el decreto como una 
formalidad burocrática. Pero no pudo explicar por qué razón mantenía esa
 disposición. 
 La peligrosidad de Venezuela es una fantasía 
insostenible. El país no invadió territorios ajenos, no mantiene guerras
 con sus vecinos y ha sido un activo promotor de las negociaciones de 
paz en Colombia. Por el contrario Estados Unidos gestiona enormes bases 
militares en Perú, Paraguay, Colombia y las Antillas, maneja los mares 
desde Comando Sur de Miami, controla los cielos con radares de última 
generación y convalida el arsenal que instalaron los británicos en 
Malvinas. 
Además, el Pentágono espía en forma descarada a los 
diplomáticos, funcionarios y presidentes de la región, intercepta los 
correos electrónicos de todos los individuos y supervisa los servidores 
estratégicos de Internet. Venezuela no desestabilizó a ningún gobierno, 
pero el imperialismo es el principal artífice de los golpes 
parlamentarios, judiciales, destituyentes y policiales de los últimos 
años. 
 Estados Unidos no renunció a las invasiones del pasado. 
Tampoco se encuentra “más preocupado” por Medio Oriente, China y Ucrania
 que por América Latina. La orden ejecutiva contra Venezuela es un 
primer tanteo de escaladas de mayor alcance. 
Los funcionarios 
estadounidenses justifican su agresión con denuncias de violaciones a 
los derechos humanos. Pero no aportan pruebas de ninguna índole. Dictan 
lecciones de democracia ocultando los recientes informes de torturas de 
la CIA, la continuidad de Guantánamo y la vigencia de la pena de muerte 
en su propio territorio. 
 El Departamento de Estado evita , 
además, cualquier comparación de Venezuela con las administraciones 
derechistas de la región. Ninguna acusación contra el gobierno 
bolivariano tiene el alcance de los asesinatos en Honduras, los crímenes
 en México o las persecuciones en Colombia y Perú. 
La delegación
 económica estadounidense intentó alumbrar en Panamá un pequeño Davos 
tropical. Propició la presencia de multimillonarios y estrellas de Wall 
Street en los foros empresariales y presentó el lema de la Cumbre ( 
“Prosperidad con equidad”), como una realización en curso. Tampoco 
faltaron los elogios a las empresas transnacionales que esquilman a la 
población. 
 Los expertos yanquis exaltaron al capitalismo 
silenciando los sufrimientos que impone ese sistema a todos los 
desposeídos. Contrapusieron las desventuras de los gobiernos 
“populistas” con los logros de las administraciones guiadas por el 
mercado, sin hablar de  la precarización laboral en Perú, del desastre de la jubilación en Chile o de la tragedia de los emigrantes en Centroamérica.   
 Los neoliberales exhibieron a 
 Panamá como un modelo exitoso. Resaltaron las torres que brotan por 
toda la ciudad, omitiendo su financiación con dinero lavado del 
narcotráfico. Alabaron el crecimiento del istmo, sin mencionar la 
segmentación social y el trabajo informal de una población condenada a 
duros trabajos en la construcción y los servicios de hotelería. 
 Todo el establishment ensalzó la convocatoria de Obama a olvidar el 
pasado y hablar del futuro. Los medios contrastaron ese pragmatismo con 
las “lecciones de historia” que ensayaron sus oponentes. Descalificaron 
la reivindicación de Panamá en la gesta de Bolívar que hizo Maduro y el 
legado de intervenciones imperiales que recordó Raúl Castro.
Pero
 este desprecio mediático del pasado quedó naturalmente acotado a 
Latinoamérica. Los escribas del Norte nunca extienden esa mirada a la 
trayectoria de Estados Unidos. Jamás se burlan de los Padres Fundadores o
 de la guerra librada contra el hitlerismo. Su hostilidad hacia la 
historia sólo irrumpe cuando esa revisión ilustra la continuidad de la 
opresión imperial.
LOS LÍMITES DE UNA CONTRAOFENSIVA
 Estados Unidos arremete contra Venezuela para controlar la mayor 
reserva petrolera del planeta. La primera potencia utiliza actualmente 
su provisión de crudo por medio del shale para desestabilizar el proceso
 bolivariano, acentuando la depreciación internacional del combustible. 
Estados
 Unidos no tolera las alianzas extra-regionales que concertaron Chávez y
 Maduro. Tampoco digiere la voluntad de resistir una confiscación 
petrolera semejante a la perpetrada en Irak o Libia. 
 La 
confrontación en curso es frivolizada por los analistas que presentan el
 conflicto entre Obama y Maduro como un “choque de vanidades”. Acusan al
 mandatario venezolano de exagerar la disputa, para distraer a la 
población de sus necesidades inmediatas. 
 Con ese tipo de 
tonterías intentan enmascarar el proyecto estadounidense de manejo de 
los recursos naturales de América Latina. La apropiación de la renta 
petrolera venezolana es el primer paso de una recaptura general de 
tierras, aguas y minerales del continente. 
 Obama impulsa este 
plan con una nueva combinación de zanahorias y garrotes. Por eso negocia
 con Cuba sin abandonar la beligerancia. Reabriría la embajada en la 
isla, pero mantiene fuertes exigencias para levantar el bloqueo. 
 El presidente estadounidense se fotografió con Raúl Castro, pero 
también se reunió con los gusanos de Miami. Complementó su amigable 
retórica con la protección de los golpistas que adiestra Washington. 
Esta
 política repite la estrategia de negociar con Irán sin cerrar las 
puertas al bombardeo. La misma pulseada que Obama mantiene con los 
lobbies de Israel y Arabia Saudita se extiende a los ultra-derechistas 
cubano-americanos. Su estrategia es avalada por Hilary Clinton y 
cuestionada por los candidatos republicanos a la presidencia.
Ambas
 formaciones juegan el mismo partido de la plutocracia estadounidense, 
adaptando sus políticas a las necesidades de ese sistema. Pero 
cualquiera sea el mandatario que suceda a Obama deberá lidiar con las 
mismas dificultades, para recuperar el terreno perdido en el patio 
trasero.
La primera potencia no logró revertir en Panamá el golpe
 sufrido en Mar del Plata y Cartagena. Esta vez no se cayó el ALCA, pero
 el afianzamiento de la Alianza del Pacífico será inviable sin una 
recomposición del poder geopolítico estadounidense. La OEA ha perdido 
funcionalidad y la Cumbre no generó ningún esbozo de la estructura 
requerida por el imperio para restaurar su primacía.
Tampoco la 
derecha latinoamericana salió airosa de la reunión presidencial. 
Actualmente muchos conservadores ensayan una reinvención con discursos 
sociales, compromisos de asistencialismo y perfiles juveniles. Proclaman
 la disolución de las ideologías, despolitizan las campañas electorales y
 enfatizan la centralidad de la gestión.
Esta estrategia convive 
con acciones más directas. En Argentina promovieron recientemente un 
golpe judicial con el estandarte de un fiscal que trabajó para Israel. 
En Brasil impulsan marchas callejeras para realinear la política 
exterior del país en sintonía con Estados Unidos. En México buscan 
perpetuar un estado de guerra social.
Pero ninguna de estas 
acciones ha modificado el escenario legado por rebeliones sociales que 
modificaron las relaciones de fuerza, forzaron concesiones de los 
capitalistas y reavivaron la s demandas nacionales y democráticas. Este 
proceso continúa abierto e incluye un piso ideológico de avances en la 
conciencia popular, que limita la contraofensiva derechista.
 LAS OBSTRUCCIONES INTERNAS
La
 Cumbre corroboró el significativo nivel de autonomía política que ha 
logrado América Latina. Pero esa mayor independencia coexiste con el 
estancamiento de todos los proyectos de integración económica. 
Mientras
 se inauguran nuevas sedes de organismos regionales y se despliega una 
gran retórica a favor de la acción común, las principales iniciativas de
 complementación económica languidecen. El anillo energético, la 
infraestructura compartida, el manejo conjunto de las reservas, los 
sistemas cambiarios coordinados y los fondos de estabilización monetaria
 permanecen como simples propuestas.
La perpetuación de la 
inserción internacional de América Latina como proveedora de materias 
primas, no es responsabilidad exclusiva de los gobiernos derechistas. El
 mismo esquema de especialización exportadora, agricultura intensiva, 
minería de cielo abierto y maquilas industriales se verifica en las 
administraciones de signo opuesto.
La suscripción de tratados de 
libre comercio tampoco es patrimonio de los presidentes neoliberales. El
 gobierno de Ecuador negocia un convenio del mismo tipo con Europa y 
Uruguay discute la implementación de tratados semejantes (TISA).
Además,
 todos acuerdan en forma individual convenios con China que agravan la 
primarización. Aceptan compromisos de exportaciones básicas e 
importaciones de manufacturas, que no incluyen obligaciones de inversión
 productiva o transferencia de tecnología. Esta postura preserva las 
viejas fracturas entre países que privilegian los intereses de sus 
burguesías locales en las negociaciones externas.
Esta adaptación
 al orden neoliberal global puede desembocar en traumáticas 
consecuencias, si se confirma un giro económico adverso en el escenario 
internacional. Las materias primas ya no aumentan, el crecimiento se ha 
frenado y la valorización del dólar estimula la salida de capitales. 
Ciertos gobiernos comienzan a implementar devaluaciones, que anticipan 
agresiones al nivel de vida popular. 
Más peligroso es el giro 
económico de varios gobiernos centroizquierdistas. En Brasil ya 
aceptaron la agenda impuesta por la Bolsa, designaron ministros 
seleccionados por las grandes empresas y preparan programas de ajuste 
fiscal diseñados por los bancos.
Este curso de adaptación al 
establishment desmoraliza a la población y facilita la canalización 
derechista del descontento. En algunos países ya se insinúan estas 
tendencias, como respuesta a las frustraciones generadas por las 
vacilaciones del progresismo. También se vislumbra una tentación 
coercitiva de presidentes que confunden las demandas populares con la 
desestabilización derechista.
 El punto crítico de América Latina
 no se ubica actualmente en la resistencia a Estados Unidos. El mayor 
problema radica en la estabilización de modelos capitalistas adversos a 
las aspiraciones de las mayorías populares. 
La significativa 
soberanía política que ha logrado América Latina en los últimos años no 
es sostenible con orientaciones económicas regresivas. La experiencia 
demuestra que las aspiraciones de autonomía decaen con el afianzamiento 
del poder burgués. Sólo un camino de ruptura total con el 
neoliberalismo, protagonismo popular, radicalización política y 
confrontación con la clase capitalista puede pavimentar el camino hacia 
Segunda Independencia.
ALEGRÍA EN LA OTRA CUMBRE
Los
 grandes medios tampoco registraron en Panamá la realización de una 
importante Cumbre de los Pueblos. En esa actividad confluyeron 
movimientos sociales que durante tres días compartieron un intenso 
programa de debate antiimperialista.
En la inauguración de ese 
evento fue muy visible por qué razón Panamá no es Miami. Hubo múltiples 
exigencias al imperio para que pida disculpas por la invasión de 1989 e 
indemnice a las víctimas. En las mesas de trabajo se analizaron demandas
 de larga data, como el levantamiento del bloqueo a Cuba, la devolución 
de Guantánamo, la independencia de Puerto Rico y el fin de la ocupación 
inglesa de Malvinas. 
El encuentro reforzó la campaña mundial que
 reunió millones de firmas para exigir la derogación del decreto contra 
Venezuela. En numerosas ciudades del continente ese reclamo fue 
acompañado por movilizaciones y apuntalado por la adhesión de 
reconocidos intelectuales. 
La Cumbre de los Pueblos consolidó 
una tradición de reuniones paralelas a los cónclaves presidenciales. A 
diferencia del encuentro oficial el evento popular fue coronado con una 
importante declaración final. En ese cierre hubo un estallido de 
entusiasmo cuando se percibió el triunfo logrado contra el decreto de 
Obama. 
Ese clima aportó el mejor barómetro para evaluar lo 
sucedido en Panamá. Se obtuvo un éxito diplomático que afianza las 
esperanzas populares en América Latina.
[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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