Obama se quitó la careta
Al final del carnaval, Barak Obama se sacó la careta de Nobel de la Paz,
y como presidente de Estados Unidos dio una orden ejecutiva -sin
necesidad de pasar por el Congreso- para declarar como “emergencia
nacional” a Venezuela por su “amenaza inusual y extraordinaria a la
seguridad nacional y política exterior” de EE.UU. No creo que ningún
estadounidense se haya sentido o se sienta amenazado por Venezuela. Lo
que no ha cambiado, son las apetencias de Washington por adueñarse del
petróleo venezolano.
La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur)
rechazó las sanciones -a las que calificó como amenaza injerencista a la
soberanía y al principio de no intervención en los asuntos internos de
otros Estados- y solicitó a EE.UU. derogar el decreto donde se cataloga a
Venezuela como una amenaza inusual y extraordinaria para su seguridad.
Los cancilleres, reunidos en Quito, también pidieron a EE.UU. resolver
sus diferencias con Venezuela mediante el diálogo, y no con la
imposición de sanciones que violan todo derecho internacional.
Si bien no hay duda de la agresividad imperialista, sí la hay respecto
de sus capacidades para llevarla adelante. Su preocupación mayor quizá
sea la germinación de las semillas que sembró Hugo Chávez, no solo en
América Latina. La provocación de Obama se trata de una escalada de
guerra sicológica y una preparación para un mayor intervencionismo. Los
estrategas estadounidenses quieren descarrilar los gobiernos
progresistas en la región. Apoyan e incitan la desestabilización en
Argentina y Brasil, preocupados por los abruptos cambios incluso en
Europa (Grecia y España, principalmente), con movimientos promovidos por
el pensamiento y acción del líder bolivariano.
En lugar de una
invasión inmediata a Venezuela, seguramente EE.UU. persistirá con la
guerra económica, el terrorismo mediático, el acoso político, la acción
militar limitada a partir de comandos paramilitares enviados desde
Colombia, y el debilitamiento de la unidad en la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana (FANB). “Están buscando muertos y sangre para desestabilizar
a Venezuela”, señaló el presidente Nicolás Maduro.
Pero
además, lo que busca EE.UU. es debilitar los organismos de integración
en los que Venezuela tiene mayor influencia, como Alba, Petrocaribe,
Mercosur, y de allí en adelante, Unasur y Celac, y destruir el Banco del
Sur. Asimismo, tensionar a la diplomacia y los medios contra Venezuela,
poner a prueba la solidaridad regional, y facilitar las acciones
violentas dentro del país, para estimular la desestabilización, el
descontento y el caos.
Las intenciones estadounidenses parecen quedar en evidencia cuando el Nuevo Herald
de Miami informa que Petróleos de Venezuela (PDVSA) quedó bajo la lupa
de las autoridades financieras estadounidenses, luego de que el
Departamento del Tesoro encontrara a la empresa estatal venezolana
inmersa en una gran operación de lavado de dinero, dictamen que podría
tener graves repercusiones en las futuras operaciones del principal
pilar económico del país sudamericano.
Por el estado de
emergencia, Obama obtiene poderes excepcionales que le permiten, por
ejemplo, imponer sanciones o congelar ciertos bienes (¿tendrá en la mira
a la petrolera Citgo, de capitales venezolanos?).
Obama no fue
nada original: repitió el verso que sus antecesores y él usaron para
invadir tantos países: sin siquiera ruborizarse, dijo estar
“comprometido en hacer avanzar el respeto por los derechos humanos”, aun
cuando su país jamás firmó la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, e impuso la tortura aberrante en Abu Ghraib y en Guantánamo. Es
el mismo país que reconoció que mintió sobre las armas de destrucción
masiva en Iraq (no las hubo hasta que llegaron sus tropas) y el acusado
de armar ejércitos fundamentalistas para desestabilizar regiones; es
donde rige la impunidad policial para asesinar jóvenes negros.
La contraofensiva de EE.UU. y la derecha latinoamericana insiste en
desacreditar gobiernos legítimamente electos para derrocarlos de una u
otra forma. Es a esto lo que la nueva terminología de la derecha llama
“transición”, lo que ha terminado en golpes burdos en Paraguay y
Honduras, y en operaciones más sofisticadas, con importante apoyo
mediático, que inducen movilizaciones supuestamente no partidistas, como
está haciéndose ahora en Argentina y Brasil.
En Venezuela
aquellas primeras campañas mediáticas de inicios de milenio instigaron
movilizaciones “apolíticas” y culminaron en un cruento golpe de Estado.
Luego, tras la elección de Nicolás Maduro, reprodujeron el esquema
suponiendo que sin Chávez eso podía resultar… pero no lograron derrocar
al gobierno.
Venezuela va a elecciones legislativas antes de
fin de año, con una derecha fragmentada que ahora se envalentona en su
obstinación golpista, y que busca un relevo constitucional. Si la
oposición ganase, podría convocar a un referéndum para revocar el
mandato presidencial. Lo que falta por saber es si el chavismo irá
unido.
UN ATAQUE A LA REGION
Con esta medida,
Obama se quita la careta y desnuda a su país como potencia
intervencionista en vísperas de la Cumbre de las Américas, en abril, en
Panamá, donde el proceso de normalización de relaciones con Cuba ofrecía
una notable oportunidad de reacercamiento con América Latina.
En realidad, las amenazas de Obama no son solo contra Venezuela, sino
sobre todo contra América Latina. De las acciones injerencistas de todo
tipo, pasó ahora a hechos más concretos. El salto cualitativo es
evidente: de la repetición de comunicados y declaraciones de
funcionarios de primera y segunda línea, se pasa a un decreto firmado
por el mismísimo Obama.
El presidente Nicolás Maduro dijo que
Obama “eligió su camino” contra Venezuela y aseguró que Obama asumió la
desestabilización directamente en sus manos por el fracaso de varios
intentos anteriores para terminar con su gobierno, entre los que
contabilizó el portazo opositor en la designación de autoridades de
poderes públicos, en noviembre del año pasado, hasta el intento golpista
con aviones militares que -insistió- pretendía llevarse a cabo en la
segunda semana de febrero de este año.
Los argumentos ofrecidos
ofenden la sensibilidad y la inteligencia de millones de
latinoamericanos y abochorna a millares de ciudadanos pensantes en
Estados Unidos, señala el escritor y académico panameño Nils Castro. De
nada vale la mojigata explicación de que con tal iniciativa se cumple un
requisito legal norteamericano. No por eso deja de ser una torpeza que
vuelve a dejar mal parado al presidente Obama, también ante sus
asociados europeos, que rápidamente se han distanciado de ese discurso y
sus inevitables consecuencias, añade.
“El imperio se está
afincando para tratar de destruir el mal ejemplo que constituye
Venezuela, porque hemos resistido durante 16 años todo tipo de amenazas y
de acción”, aseveró Roy Chaderton, embajador venezolano ante la OEA. El
chileno José Miguel Insulza, saliente secretario general de la OEA,
afirmó que el consejo permanente del organismo debe analizar el
conflicto entre EE.UU. y Venezuela y “ojalá pueda hacerlo con un
espíritu constructivo”. Un saludo a la bandera.
El gobierno
cubano se preguntó cómo amenaza Venezuela a EE.UU., a miles de
kilómetros de distancia, sin armas estratégicas y sin emplear recursos
ni funcionarios para conspirar contra el orden constitucional
estadounidense. La declaración de Obama suena poco creíble y desnuda los
fines de quienes la hacen, reza el comunicado cubano. Y resalta que
nadie tiene derecho a intervenir en los asuntos internos de un Estado
soberano ni a declararlo, sin fundamento alguno, como “amenaza” a su
seguridad nacional.
Incluso la opositora Mesa de Unidad
Democrática (MUD) señaló que “Venezuela no es una amenaza para ningún
país. Son las políticas del actual gobierno venezolano las que amenazan y
coartan el derecho de nuestros ciudadanos a vivir y progresar en paz”.
Mientras, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana pidió “cerrar filas ante
la agresión” a Venezuela del gobierno de Estados Unidos, al que acusó
de impulsar “desmesuradas acciones injerencistas e imperialistas”.
En años recientes, EE.UU. ha declarado estados de emergencia respecto a
países como Ucrania, Sudán del Sur, República Centroafricana, Yemen,
Libia o Somalia. La explicación de que se trata de un procedimiento
“legal normal” ya usado con países como Irán, Siria o Birmania, entre
otros, lleva a muchos a preguntarse qué paralelos pueden existir entre
la situación venezolana y la de gobiernos que Washington consideró
hostiles y hasta peligrosos para la paz mundial.
MILITARES Y FISCAL NO GRATOS
Obama incluyó en el anexo de su decreto de “bloqueo de la propiedad y
suspensión de entrada de ciertas personas que contribuyen a la situación
en Venezuela” a seis militares y una fiscal, Katherine Harringhton. La
concentración del ataque de Obama contra los militares no es nueva: hace
pocas semanas el blanco fue Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea
Nacional, a quien un ex integrante de la custodia del comandante Chávez
acusó en el diario español ABC , de ser un “capo” del narcotráfico.
A algunos sorprendió el incremento repentino de la retórica agresiva
contra Venezuela, justo después de la visita de los cancilleres de
Unasur a Caracas para promover el acercamiento entre oposición y
gobierno. Esa presencia regional significó una derrota política
importante para la derecha golpista de Venezuela y para el conjunto de
la oposición.
El mensaje fue claro, aunque la prensa hegemónica
continental prefirió no difundirlo: Unasur no avalará ningún intento de
interrumpir la democracia en Venezuela; todos los Estados, sin
excepción, rechazarán cualquier intento de desestabilización del orden
interno o externo que se presente en Venezuela; las elecciones
parlamentarias (de septiembre) son el mejor medio para dirimir
diferencias.
El malestar de los dirigentes golpistas de la
oposición venezolana puede explicar que EE.UU. se haya precipitado en
este irrespeto a la soberanía venezolana. Parece que les cuesta entender
que ya no existe el patio trasero. Se les acaba la paciencia tras
esperar casi 16 años que se termine por las buenas (las urnas) o por las
malas, este proceso bolivariano. Quizá esté cansado de tanta
frustración (y recursos desperdiciados) ante un pueblo que sigue
sosteniendo mayoritariamente al gobierno democrático y popular.
¿UN PROBLEMA DE PACIENCIA?
Lo cierto es que si bien no existen las condiciones objetivas ni
subjetivas para una invasión a Venezuela, EE.UU. está creando las
condiciones a la espera de una favorable correlación de fuerzas en
América Latina y el Caribe, y de un grado de conflictividad social que
pueda crearse en Venezuela, resultado de la intensa campaña
internacional de terrorismo mediático y, sobre todo, de que las fuerzas
sociales y políticas que apoyan la revolución bolivariana sigan unidas.
La intervención armada en la actualidad puede ser de otro tipo, como un
bloqueo naval con barcos estadounidenses y no permitir la salida de
petróleo venezolano durante algunos meses, lo que fortalecería el golpe
económico que se ha venido intentando y, complementada con acciones
directas opositoras en lo interno y con paramilitares desde Colombia que
podrían provocar una guerra civil. Así, se tendría la excusa para
invadir.
El bloqueo a Cuba no se termina y ya se estaría
iniciando un nuevo bloqueo a otro país latinoamericano. Por medio de su
declaración sobre Venezuela, Obama parece crear condiciones para
justificar el uso de fondos públicos estadounidenses para financiar
grupos mercenario-terroristas y sus acciones contra objetivos civiles y
militares en Venezuela, justificadas en la “responsabilidad de proteger”
a supuestos estudiantes y dirigentes opositores que los medios
internacionales dicen “son víctimas de la más cruel dictadura”, plan
para el cual Washington viene invirtiendo fondos presupuestales en los
dos últimos años, sin lograr éxito.
Quizá la transición
geopolítica hacia un mundo multipolar incomoda excesivamente al gobierno
de EE.UU., sobre todo después de la cumbre Celac-China. Washington no
encuentra cómo recuperar su hegemonía unipolar, que comenzara a perder
cuando Venezuela inició, a principios de este milenio de la mano de Hugo
Chávez, el camino de la integración y la unidad
latinoamericano-caribeña. Hugo Chávez ganó cuatro veces consecutivas la
disputa presidencial y Nicolás Maduro una.
En Argentina, Néstor
y Cristina Kirchner vencieron también en tres ocasiones sucesivas; en
Brasil, Lula da Silva ganó dos veces y Dilma Rousseff otras dos; en
Bolivia, Evo Morales venció tres veces; en Ecuador, Rafael Correa
también logró tres victorias ininterrumpidas; en Uruguay, el Frente
Amplio (con Tabaré Vázquez y Pepe Mujica) ganó tres. La oposición en la
región sólo ha logrado cambiar de signo político mediante golpes
antidemocráticos, tanto en Honduras como en Paraguay. Hasta el momento
nunca por la vía electoral.
En Venezuela, ni la muerte de
Chávez, ni los dos años complejos en lo económico, ni la caída de los
precios del petróleo, ni los intentos de desestabilización mediante las
guarimbas con sus muertes, han permitido cambiar el gobierno que hasta
el momento es apoyado por la mayoría venezolana cada vez que se acude a
una cita electoral. Este es un año de elecciones parlamentarias en
Venezuela, y el año próximo se podría convocar a un acto revocatorio.
Estados Unidos parece haber tirado la toalla de la vía electoral como lo
hizo en 2002 cuando apoyó el golpe contra Hugo Chávez.
Torpeza
absoluta si supieran desde el Norte que cada vez que el enemigo de
afuera saca sus garras, adentro, en Venezuela, la mayoría social se
vuelve a unir, sin fisuras, priorizando esta unión frente a cualquier
debate que pueda surgir en relación a los nuevos desafíos internos. Para
desesperación de la Casa Blanca, según últimas encuestas realizadas por
firmas como Hinterlaces e ICS, el 92% de los venezolanos están en
contra del intervencionismo de EE.UU.
Revista Punto Final
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