Es muy tarde para tener miedo.
Es muy tarde para tener miedo
“La
igualdad, la igualdad: ¡no es posible la igualdad en el capitalismo!”
(Hugo Chávez, Universidad Nacional de Ingeniería, Plaza del Rectorado,
Managua, Enero 2007)
El miedo colectivo como propósito de las políticas de control del capitalismo
El
miedo es un estado psicológico y emocional. El capitalismo -como lo
hace una parte de la cinematografía mundial- se alimenta de ese miedo
para sostenerse en el poder. En los siglos diecinueve y veinte conocimos
y vivimos distintos tipos de fábricas del miedo con las cuales trataron
de domesticarnos y controlarnos.
Las persecuciones de las que
nos habló Bertolt Brecht (1898-1956), la condena a muerte al estilo de
Francisco Ferrer y Guardia (1859-1909), la muerte producto de la prisión
y la tortura del signo de Pio Tamayo (1898-1935), el terror de Estado
implementado por Pinochet (1915-2006) en Chile contra miles de
socialistas y comunistas o más recientemente la furia desatada por el
FBI mediante el asesinato de Filiberto Ojeda Ríos (1933-2005), son
expresiones de esta rueda dantesca divulgada por la industria cultural y
de guerra del capitalismo para sembrar miedo, terror y pánico entre
quienes luchan por un mundo mejor.
En el presente y el pasado
reciente Guantánamo, los Drones y la muerte teledirigida por satélites,
la matanza de niños en la Franja de Gaza, las guerras televisadas como
las de la ex Yugoslavia, Irak, Afganistán o los asesinatos difundidos
por CNN, la BBC y otras cadenas de TV contra gobernantes que nunca
fueron aceptados por la élite gobernante EEUU -a pesar de sus votos de
confianza- como fueron los casos de Gadafi (1942-2011), Hussein
(1937-2006) o la narrativa del más alto nivel imperial sobre el
aniquilamiento de Osama Bin Laden (1957-2011), expresan una ruta
incesante de ésta fabrica del miedo ciudadano.
Todo es parte de
una maquinaria del terror que hoy haría palidecer al propio Goebbels
(1897-1945). Ayotzinapa es la muestra del desmadre de esa política de
terror contra un pueblo para que nunca jamás se atreva a levantar su
voz. Venezuela fue por décadas un laboratorio de ensayo del terror en
regímenes democráticos. Así lo testimoniaron asesinatos como el de
Alberto Lovera (1923-1965), Cantaura (1982), Yumare (1986) o el Amparo
(1988); o las muertes por armas gubernamentales de Sergio Rodríguez
(1992), Jorge Rodríguez (1942-1976) o Yulimar Reyes ( -1989). En la era
de la revolución científica tecnológica, el terror es en gran medida
comunicacional. No en vano señalamos que la primera invasión en curso no
es la militar sino la cultural.
La clínica del miedo
Si
respecto a los resultados de la implementación de las estrategias de
los complejos industrial-militar-psicológico y cultural del terror,
desatadas por el capitalismo contra los pueblos que luchan y los
militantes revolucionarios, nos atreviéramos a realizar un diagnóstico
político y sociológico -social e individual- sería posible estructurar
una sintomatología de las distintas reacciones del corpus social, así
como de las variadas y complejas maneras que se asumen como
comportamiento –individual y colectivo- ante el terror que éstas
industrias generan en contra de quienes luchan . Veamos algunas de
ellas.
Hay quienes ante el miedo se paralizan, son incapaces de
moverse o reaccionar. Son a los que hay que empujar para que vuelvan a
tener signos vitales; nunca se sabe cómo van a comportarse cuando salgan
del embotamiento propio del terror. Son los que hoy viven temerosos
ante la guerra de cuarta generación (terror televisivo, rumores en las
redes sociales, campañas de desinformación, entre otros).
Hay
quienes ante el miedo se doblegan y se convierten en neo esclavos de la
propia industria del terror social. Son los que se devuelven y
criticando a sus viejos compañeros creen que si halagan al amo, éste les
dará un lugar a su lado; la realidad suele demostrarles que en posición
de perrito sólo logran que los poderosos caminen sobre sus espaldas
hasta que la muerte les robe el último aliento.
Hay quienes ante
el terror deciden imitar la naturaleza y se pigmentan, se camuflan, se
hacen invisibles entre las piedras, la hierba seca o el agua color
Orinoco. No olvidan el sueño de la libertad, pero lo postergan o
administran a cuenta gotas esperando un mejor momento; hibernan pero no
se convierten en látigo en mano del poder. Se convierten en conchas,
refugios, suministros y alertas tempranas.
Hay quienes ante el
terror se aíslan en una burbuja de radicalidad que resulta inofensiva
para los dueños del capital y funcional al sistema; así lo saben y
logran sobrevivir. Son más jueces que actores y se convierten en
francotiradores de todos aquellos que se atreven a explorar nuevas
formas, caminos no inventariados, soluciones no previstas en el manual
de insurgencia.
Hay quienes hacen punto de honor su identidad y
se lanzan a la lucha, solos o acompañados por sectores del pueblo, pero
tienen dificultad para encontrarse con otros que luchan; son
justicieros, libertarios pero podrían ser más eficientes si logran hacer
frente común con la mayoría insumisa. Son buenos, nobles, los amamos,
pero les cuesta entender que aislados corremos más riesgos..
Hay
quienes ante el terror deciden darle cara, unirse y luchar, plantarse y
enfrentarlo, no porque no sientan miedo, no porque sean más valientes,
sino porque aprenden a controlarlo, a vivir con él y alimentan la
esperanza en cada lucha como antídoto al miedo. Son los que están
atentos para evitar que algunos de los suyos volteen la mirada. No se
sienten mejor ni superiores a los otros, por el contrario van a su
encuentro día a día para que la llama de la esperanza crezca y la sombra
del temor se haga cada vez más tenue. Son los que creen en la lucha,
son los herederos de ese viejo lema que hizo suyo la Liga Socialista: el
socialismo se conquista peleando. Son la inmensa mayoría.
Casi
todos -en distintos tiempos históricos- somos un poco expresiones de
cada una de estos comportamientos, porque hemos aprendido a enfrentar el
miedo viviéndolo, sufriéndolo, sobreponiéndonos a él, aunque
reconocerlo no tenga cabida en la épica de héroes intachables que
siempre supieron que hacer. Hoy somos un pueblo con dignidad que nunca
jamás volverá a estar de rodillas
El capitalismo ha inventariado
esta clínica del miedo y en toda situación de lucha de clases genera
estrategias para cada uno de estos segmentos. Ayer lo llamaban guerra
psicológica hoy son mas escatológicos y le llaman “guerra de perros”
para promover la fragmentación del campo popular y de resistencia hasta
lograr el enfrentamiento entre facciones. Mantener la unidad del campo
rebelde sin que ello implique que cada uno pierda identidad o silencie
su opinión implica un enorme desafío para los revolucionarios en el
presente, en periodos de abierta confrontación entre proyectos
emancipatorios y centro hegemónico
Venciendo el miedo venimos de todos los lugares
En
Venezuela la máquina del terror llegó a sentirse triunfadora luego de
imponer a sangre y fuego su modelo de democracia representativa, su
cultura del consumo y su sentido de la felicidad: tá barato dame dos.
Creyó que el miedo dominante era el de los tránsfugas y el de los
agachados, los arrodillados. Por ello, sin anestesia y sin mayores
mediaciones impuso el viernes negro1,
abrió las puertas a las políticas de desmantelamiento del Estado y
desarrollo la arquitectura necesaria para imponer las más feroces
políticas neoliberales. Creían que todo se arreglaba con una elección y
ganarla; por ello les costó tanto despertar de su sueño auto
complaciente.
Como la válvula de la olla de presión, cuyos
sonidos nos hablan de una mezcla que ya está lista, los silbidos de la
ebullición de la olla de presión social comenzaron en los ochenta del
siglo pasado a ser cada vez a ser más constantes y regulares en
intensidad. Los instalados en el poder se acostumbraron a ello y los
desestimaron uno a uno. Fueron incapaces de ver el movimiento en su
conjunto, el proceso de construcción de la rebeldía.
No vieron
las pequeñas huelgas, los combates callejeros dispersos aquí y allá, no
entendieron las voces de protesta que les parecían una torre de Babel en
todo el territorio nacional, ante la cual la solución mágica de
interlocución desde el poder fue la creación de la COPRE2.
Desde
ese establismenth de la democracia representativa fueron incapaces de
leer lo cualitativamente distinto en la rebelión estudiantil del 87,
cuyas marchas solían terminar en los barrios, entendiendo en ese
entonces, desde la rebeldía, que se estaban dando las condiciones
subjetivas para que amplias franjas de la población más humilde y
trabajadora comenzaran a salir del estado de hibernación en la cual se
encontraban.
La válvula de la olla de presión social comenzaba a
revolucionar sus silbidos y los poderosos se convirtieron en adoradores
de los tres monos sabios3.
Cuando el silbido se hizo constante el 27 y 28 de Febrero de 1989 no
tuvieron otra política del terror que balas, tanquetas, fusiles, bombas.
La represión brutal mostró que eran prisioneros de su propio pánico y
estaban rompiendo el último cristal de encanto que les quedaba y con el
cuál engañaban al pueblo: los derechos humanos. Como malos aprendices de
cocina olvidaron retirar del fuego la propia olla de presión que seguía
silbando de manera aguda.
Se multiplicaron las protestas y
muchos hombres y mujeres juntaron sus manos para crear masa rebelde en
movimiento. El sonido de la olla de presión social fue escuchada, en ese
otro lugar de ebullición patriótica y nacionalista en el que se venían
convirtiendo los cuarteles. Recuerdo las marchas del magisterio en Enero
de 1992 exigiendo mejores condiciones de salario y trabajo, en las
cuales era un secreto a voces que los militares estaban tan arrechos
como los civiles y que venía un alzamiento.
A lo lejos todos los
poderosos desestimaron las voces de alarma y se acostumbraron al
silbido de la olla de presión que presagiaba su estallido. Las
rebeliones militares de 19924
configuraron un presente y horizonte de alianza cívico militar sin
precedentes en la historia nacional y de buena parte del continente.
Desde
todos los lugares miles de hombres y mujeres se fueron sumando y
acercando tímidamente al centro de la rebelión que se movió con
intensidad entre el 92 y el 98. De entre las piedras, las hojas secas,
los cubículos de oficinas, los talleres de las fábricas, las aulas de
química, física o historia, la base magisterial; desde todos los lugares
y distintos camuflajes donde se expresaba la resistencia -hasta ahora
desarticulada- comenzaron a surgir nexos, alianzas, complicidades que
posibilitaron rápidamente la confluencia por el cambio.
Llegó la
hora de decidir si nos atrevíamos a juntarnos venciendo nuestros miedos
o perdíamos la oportunidad de construir otra Venezuela soñada. Y la
construcción bíblica en la que se había convertido la posibilidad de
articulación de luchas se hizo asamblea permanente, donde todos
hablábamos el mismo idioma en cada palmo del territorio patrio. Y la
olla de presión que amenazaba convertirse en guerra civil por la
acumulación de injusticias fue alejada del fuego por el triunfo
electoral del Movimiento Bolivariano.
Pero como en las artes
culinarias todos sabemos que la olla no se puede destapar de manera
inmediata después de alejarla del fuego. Se requiere un tiempo para que
toda la presión acumulada drene hasta que pueda abrirse y conocer la
calidad de lo cocido. El comandante Chávez entendió que la agenda social
era un factor determinante para permitir lograr la igualdad social; que
era la canción que emanaba de esa olla de presión y que requería
décadas para ser abierta.
Y entonces llegó la última oportunidad
para refugiarnos en el miedo o enfrentar el futuro sin vuelta atrás.
Llegaron diciembre de 2004 y enero de 2005 -hace 10 años- cuando el
comandante Chávez asumió el rumbo socialista de la revolución. Ya
algunos habían abandonado el tren de la revolución asombrados y
aterrados, en ese entonces por los signos que contenían las leyes y
acciones tomadas en los primeros años de la revolución desde el
gobierno. Otros lo habían hecho porque el camino del cambio no se
facturaba según los manuales del socialismo clásico.
Muy tarde para sentir miedo
El
miedo se alimenta de desesperanza y tristeza. La dura realidad de
explotación y marginación lo alienta. Pero ese no es el caso de
Venezuela. Durante los últimos 15 años –con todos los problemas y
contramarchas- el pueblo de a pie ha conocido que si es posible contar
con un gobierno que le escuche y haga suyas las aspiraciones más
sentidas. Millones de venezolanos tienen acceso a la educación, la
salud, la alimentación diaria, pero sobre todo a la posibilidad cierta
de gobernar. Para ese pueblo rebelde ya es muy tarde para tener miedo,
porque el valor lo alimenta la esperanza y la alegría que conoció en
estos años. Ya nunca jamás pasivos e inertes, que tengan miedo aquellos
que se colocan al frente de un pueblo que quiere ser dueño de su propio
destino.
Muchos se equivocaron creyendo que el Movimiento
Bolivariano era sólo una respuesta del sistema y se marcharon en la
conspiración del 2002 o se fueron desgranando poco a poco. A partir de
2006 el bloque Bolivariano, con sus matices, diversidades y diferencias
ha mantenido una cohesión que le ha permitido superar distintas
adversidades a la par de ir adquiriendo una personalidad mayoritaria: la
del socialismo como gobierno para los de abajo y con los sin otra
herencia que su acumulado de resistencia y lucha contra la opresión
capitalista.
Borrar para siempre la
posibilidad del silbido de la olla de presión es sólo posible con el
socialismo. En esa tarea y dirección, Chávez y el pueblo Bolivariano
elegimos como líder al Presidente Nicolás Maduro Moros para seguir
avanzando con el pueblo, para el pueblo y desde el pueblo. En un año tan
especial como el 2015, en el cuál la maquinaria del poder imperial
intenta desatar nuevas prácticas del terror, entre las cuales están las
sanciones contra funcionarios venezolanos por supuestas actuaciones
respecto a la llamada “salida” opositora, y ello sólo es la punta del
iceberg conspirativo contra Venezuela y la revolución Bolivariana, los
intelectuales orgánicos, los académicos, los docentes, los hombres y
mujeres -que desde una perspectiva crítica militamos en el movimiento
Bolivariano- de bien estamos llamados ser más creativos y comprometidos
-más que en ningún otro momento- con el presente y devenir del proceso.
Resulta
urgente y necesario redoblar los esfuerzos por la unidad en la
diversidad, que desde el pensamiento crítico implica mantener una voz
permanente de apoyo, alerta y de planteamientos propositivos siempre
desde el sentir, experiencia y expectativas del pueblo. Es central que
todos contribuyamos a resolver los cuellos de botella en la gestión de
gobierno, con políticas participativas en la ejecución y control, así
como en la eficiencia de cada una de las instituciones. En este esfuerzo
todos estamos llamados a contribuir. Seguros estamos que así lo
entendemos. A mojarnos todos, que nadie se quede pasivo, sumiso ni
rumiando desacuerdos. Como siempre rebeldes, contestatarios, solidarios y
comprometidos con la Revolución Bolivariana y el legado de Chávez. Por
ello, entonamos con el cantautor Ismael Serrano: es muy tarde para tener
miedo ó como dicen en el barrio: ¿Quién dijo miedo?
Director de la Revista
COMUNA: pensamiento crítico en la revolución@Luis_Bonilla_M
luisbo@gmail.com
1 Devaluación del bolívar como respuesta a la caída de los precios del petróleo de los primeros años de la década de los ochenta del siglo veinte.
2 COPRE: Comisión para la Reforma del Estado instalada en la década de los ochenta en Venezuela.
3 Ciegos, sordos y mudos
4 4 de Febrero y 27 de Noviembre de 1992.
Comentarios
Publicar un comentario
Los que envían los comentarios son responsables del contenido.