Entrevista a Luz Gómez, profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid “Sin justicia ni legalidad no puede haber solución para Palestina”
Entrevista a Luz Gómez, profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid
“Sin justicia ni legalidad no puede haber solución para Palestina”
elasombrario.com
Al
margen del cinismo político, la sociedad se moviliza. La tragedia
palestina sigue su curso ante la indiferencia cómplice de los Estados;
la ocupación israelí avanza al igual que lo hace el muro en Cisjordania;
Gaza continúa bloqueada y bajo asedio; los refugiados siguen siéndolo
desde hace 66 años mientras a diario se suman más palestinos a esa
condición; Israel practica políticas de apartheid en Territorios
Ocupados y discrimina a los palestinos que viven dentro de su Estado… A
punto de morir las enésimas conversaciones auspiciadas por la
administración estadounidense (o de renovarse, otra forma de morir), la
sociedad civil articula su respuesta a través del movimiento BDS
(Boicot, Desinversiones y Sanciones). Luz Gómez, profesora titular de
Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid (Premio
Nacional de Traducción 2012), coordina la publicación de BDS por Palestina
[Ediciones del Oriente y del Mediterráneo], libro que recopila diversos
artículos, documentos y entrevistas que explican los fundamentos y
motivaciones de esta acción no violenta contra las políticas de Israel.
-“El
BDS es un movimiento cívico no violento que promueve el boicot, la
desinversión y las sanciones a Israel mientras prosiga con la ocupación y
el apartheid”. O sea, que va para largo.
-Sí. Lo ideal sería
que acabase dentro de unos meses, ese es el fin último de la campaña de
boicot, dejar de tener que ser necesaria, pero me temo que no, y más en
estos días en que estamos viendo que las llamadas negociaciones y el
proceso de paz previsiblemente van a acelerar la desintegración de la
Autoridad Nacional mientras el cumplimiento de las demandas históricas
de las sociedad palestina, reconocidas por el derecho internacional, se
alejan todavía un poco más.
-“Responde a un llamamiento de la
sociedad civil palestina”. Es un detalle que puede parecer irrelevante
pero en el que se hace hincapié. ¿Por qué?
-Eso es muy
importante, de las cuestiones más interesantes del movimiento BDS. El
llamamiento al BDS nace de los propios palestinos y son ellos los que
nos invitan a los que estamos fuera de Palestina, los que nos dicen qué
podemos hacer, los que coordinan entre nosotros las campañas y las
acciones. Nos enseña sobre todo que las iniciativas que vienen desde
dentro de la sociedad palestina tienen una mayor trascendencia y
trayectoria en términos de eficacia y solidaridad, pues están por encima
de coyunturas políticas, a diferencia de los proyectos que hemos
conocido durante la pasada década de las ONG y de grupos de distinto
tipo, la mayoría desparecidos con la crisis y la falta de financiación.
Es importante también porque rompe con determinados prejuicios que
existen, incluso entre quienes miran con simpatía al mundo árabe, una
suerte de mirada orientalista de los occidentales bienintencionados en
la que intentamos imponer nuestras soluciones, dar nuestros consejos,
sin escuchar y sin tener en cuenta que los que mejor saben lo que
necesitan son los palestinos.
-El BDS “tiene tres objetivos:
el fin de la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental; el
cumplimiento del derecho al retorno de los refugiados; y la consecución
de una ciudadanía igualitaria para los palestinos de Israel”. ¿Objetivos
irrenunciables? ¿Factibles?
-Desde luego, son irrenunciables
porque sin ellos no hay justicia. Y si no hay justicia no hay solución.
Lo dice Raji Sourani [director del Centro Palestino de Derechos Humanos
en Gaza], sin justicia la solución es imposible. También hay que decir
que el BDS no da soluciones a cómo tenga que ser el Estado palestino, a
si habrá dos Estados o un solo Estado binacional o un solo Estado sin
diferenciaciones nacionales. Lo que pide es que se cumpla con el derecho
internacional, y esto significa que acabe la ocupación de los
Territorios Ocupados, tanto de Gaza como de Cisjordania como de
Jerusalén Oriental, que la ciudadanía israelí sea igualitaria para los
ciudadanos árabes de su Estado, pero también que acabe el apartheid que
está practicando el gobierno israelí en Cisjordania a través de toda la
legislación que se aplica a los ciudadanos palestinos, y que se cumpla
con el derecho de los refugiados palestinos a volver a sus tierras, a
sus casas, y a ser recompensados por todos estos años de desposesión.
Sin eso, que es justicia ni más ni menos, que es pedir que se cumpla la
legalidad y que la justicia impere, no puede haber solución. Son
mínimos. A partir de ahí cómo se vehicule el futuro Estado, cómo se
gestione, está por discutir, pero no es el fin de la actual campaña BDS.
-Desde
la proclamación en 1948 del Estado de Israel hasta el presente ha
habido guerras, intifadas, conversaciones llamadas de paz… Con
independencia de los métodos, las consecuencias para los palestinos son
invariables: siempre a peor. Empeoramiento de sus condiciones de vida,
expansión territorial israelí y la consiguiente confiscación de tierras y
de recursos naturales de las colonias, construcción del muro y
consolidación de un sistema de apartheid, entre otras consecuencias. ¿Es
el BDS la alternativa ciudadana a la inoperancia y el pragmatismo
cínico de la política?
-Yo creo que sí. Una de las
características más importantes del BDS es que se articula y funciona
-aunque todo sea política- al margen de la política oficial y de los
cauces que hasta ahora se han venido estableciendo. El BDS es
interseccional, llama a toda la población. Podemos colaborar como
consumidores, como comerciantes, como productores, como profesores, como
intelectuales, como artistas… Se puede participar siendo palestino o
no, a nivel personal o institucional, como ciudadano de a pie o como
militante… Hay distintas campañas en marcha. Este funcionamiento en red
es lo que desconcierta a la política tradicional de carácter jerárquico y
estructurada verticalmente. El BDS nos llama a todos. Por un lado, el
boicot lo podemos practicar todos. Por otro, las sanciones son algo que
tiene que ver más con la legislación y la demanda de su cumplimiento, de
modo que se exija a Israel que cumpla con el derecho internacional y
que si no, se le aplique la propia legislación sancionadora. En cuanto a
la desinversión, se centra en la capacidad de presión política y social
que ésta tiene en una economía globalizada, de modo que Israel se vea
forzado a cambiar sus políticas. Boicot, sanciones y desinversión
entrelazados actúan como una especie de tentáculos que afectan a
distintos ámbitos e implican a actores diversos, lo cual distingue y
aleja el BDS de la política tradicional de los gobiernos, pues los
protagonistas primeros siempre son los ciudadanos.
-El BDS no
es un arma novedosa, y no sólo porque se aplicara en Sudáfrica. También
los países árabes la han aplicado con anterioridad con Israel, por
supuesto sus ciudadanos. De ello nos hablas en tu ensayo del libro.
¿Cómo fueron esos boicots precedentes y qué los diferencia del actual
movimiento BDS?
-Precisamente esto de lo que estábamos
hablando. El boicot de los Estados árabes viene marcado por la Liga
Árabe, pero a pesar de que ésta sea un organismo supranacional, la
aplicación del boicot dependía de la legislación de cada país. Si bien
en un principio, en los años 50, tuvo cierta pujanza y se implementó de
manera bastante exhaustiva, con el tiempo el boicot de la Liga Árabe fue
perdiendo eficacia hasta prácticamente desaparecer, especialmente a
raíz de los Acuerdos de Oslo, que supusieron un punto y aparte radical
en demasiadas cuestiones de la historia palestina. La palabra que resume
lo que sucedió es “normalización”, esto es, el intento, bajo la batuta
de Estados Unidos, de naturalizar a Israel como un Estado legítimo en su
entorno regional. La reacción, sobre todo en los países vecinos
(Jordania, Egipto), fue la creación de movimientos antinormalización, en
cierto modo, y sólo en cierto modo, antecedentes del actual BDS. A
efectos de la actual campaña BDS, en el caso árabe, a diferencia de lo
que sucede en el resto del mundo, esta historia previa de boicot
institucional y su reacción en los movimientos antinormalización obliga a
que el BDS deba articular respuestas específicas, pues además, al menos
nominalmente, siguen existiendo en casi todos los países árabes boicots
estatales a Israel. Por ejemplo, la Liga Árabe lanzó en el año 2006
unas nuevas directrices para reactivar el boicot, por supuesto con poco
éxito. Es una situación un tanto paradójica en la que se mezcla la
política institucionalizada, jerárquica, y la política horizontal,
ciudadana, y desde mi punto de vista resulta especialmente interesante
para comprender las relaciones de las sociedades árabes con sus
regímenes.
-Damos por supuesto el apoyo de los pueblos árabes a
sus hermanos palestinos, pero no es tan evidente en el caso de los
gobiernos árabes por eso que se llama la realpolitik. Dices en el libro que muchas cosas murieron con los Acuerdos de Paz entre Egipto e Israel en 1978.
-Sí,
porque el encuentro frente a frente en Camp David de los dos líderes,
el egipcio Anwar el-Sadat y israelí Menájem Beguin, no solamente es una
cuestión simbólica. Supuso además un cambio radical en la estrategia
política que había liderado Egipto con el nasserismo en el Movimiento de
Países No Alineados y del Tercer Mundo, en los años 50-60. Es
importante por la quiebra que esto supone en Egipto y también en el
resto de las sociedades árabes. En Egipto la población asumió la ruptura
entre régimen y sociedad. Palestina es siempre, desde mi punto de
vista, el pivote que permite medir o tantear o ver hacia dónde se está
inclinando el resto de la política y las sociedades árabes. Hasta los 70
el nasserismo, aunque fuera de una manera autocrática, criticable,
fallida en muchos aspectos, había aunado la voluntad política con la
voluntad civil de la población. A partir de Camp David eso se rompe.
Palestina sigue siendo una preocupación de la ciudadanía mientras que
para el gobierno egipcio se trata de una cuestión de alta política que
gestiona al margen de sus ciudadanos y que continuamente le separa de
ellos. Algo que se ha dicho a raíz de la revolución de 2011, pero no se
ha insistido lo suficiente, y es que la segunda intifada, la intifada de
Al-Aqsa del año 2000, propició un movimiento de reorganización de la
sociedad civil egipcia a favor de Palestina (algo que también tuvo lugar
en Siria o en Argelia, por ejemplo) que articuló a la vez la convicción
de que solamente desde la movilización civil se podía cambiar algo
respecto a Palestina y, por añadidura, respecto a los propios gobiernos y
a la situación concreta de cada Estado árabe.
-Después
hablaremos de la reacción israelí al empuje del BDS pero, ¿cuáles son
las estratagemas que Israel ha utilizado y utiliza, especialmente a
nivel ciudadano pero también de Estados, para dificultar la aplicación
práctica del boicot?
-Israel tiene enorme pericia y
posibilidades internacionales para atacar el boicot. Algunas estrategias
son difíciles de prever, pero otras son de repertorio. La más evidente
viene siendo la acusación de antisemitismo a todo el que apoye el
boicot, que es fácilmente rebatible puesto que el BDS nada tiene que ver
con una cuestión de raza ni de etnia ni de religión, nada que tenga que
ver con el judaísmo en sí sino con las políticas de un Estado, en este
caso el de Israel. Esto se viene abajo cuando hay destacadísimos judíos
en todo el mundo que apoyan la campaña BDS y acusan precisamente a
Israel por la utilización del antisemitismo y de la memoria histórica
del Holocausto en beneficio de una política estatal y en detrimento del
pueblo judío y de su historia. Ahí está por ejemplo la filósofa
estadounidense Judith Butler que en el libro responde con claridad a
esta acusación. Y también lo contradicen los movimientos que apoyan el
boicot desde dentro de Israel, organizaciones israelíes mayoritariamente
judías, como Boycott From Within, fundamentales en la campaña BDS. La
acusación de racismo, que es la más burda, es la primera que saca Israel
a relucir cuando se ataca cualquiera de sus políticas, no sólo mediante
el BDS. Otra de las cuestiones que el gobierno de Israel esgrime es que
el boicot pretende acabar con el Estado de Israel en sí, puesto que, se
dice, se ahogaría su economía. Pero la campaña BDS no tiene esa
intención, lo que exige es que los productos de los Territorios
Ocupados, si hablamos de economía, no puedan ser tratados como productos
del Estado de Israel en la misma situación de igualdad jurídica a nivel
de comercio internacional. La propia legislación israelí confunde los
Territorios Ocupados que están directamente bajo su jurisdicción y que
ya son más del 40% de Cisjordania con territorios propios. Aunque no
estén anexionados de hecho lo están en la práctica legal, pues su
producción pasa como producción israelí. Por eso el boicot a los
productos de los Territorios Ocupados afecta necesariamente al comercio
israelí en su conjunto, es el Estado de Israel el primero para el que
esas fronteras no existen. Pero el boicot no pretende privar a los
ciudadanos israelíes de la posibilidad de que los productos
internacionales lleguen a Israel, es decir, simplificando, los
ciudadanos israelíes no van a quedar desabastecidos, Israel no va a
desaparecer por inanición, por decirlo de alguna manera, sino que lo que
se tiene que resentir es la economía del ciudadano israelí que elige a
sus gobiernos, los mismos que profundizan en las políticas de ocupación y
apartheid.
-Sudáfrica no desapareció después del boicot.
-No,
desde luego, como no lo hará Israel, aunque sí el Israel que hoy
conocemos. Las tergiversaciones fáciles son las más efectivas a nivel de
la opinión internacional, y sobre todo de la opinión interna israelí,
que tiene que protagonizar también un cambio radical. Esta es una
cuestión muy importante que tiene que ver con el llamado campo de la paz
que se dice que existe dentro de Israel, el campo comprometido con la
solución de dos Estados. Otra recriminación más sutil que las anteriores
es que la presión que implica el boicot, con el rechazo a dialogar con
los israelíes que no denuncien directamente la ocupación y se opongan a
las políticas de su gobierno, también va contra ellos. Alegan que con el
boicot se rompería la posibilidad de trazar puentes pero, como responde
el propio Omar Barghouti [cofundador del BDS palestino], después de
casi quince años de conversaciones y de negociaciones de paz, ¿qué ha
hecho el campo de la paz israelí? ¿Qué ha conseguido? ¿Dónde
está? Si realmente es necesario este diálogo, y además también es
posible, cambiemos las bases. Partamos de la denuncia y empecemos
después a dialogar. No se puede poner en el mismo nivel a la víctima y
al verdugo. Hay que reconocer cuál es el estatuto de cada uno y a partir
de ahí ver si con este nuevo comienzo es posible una solución, puesto
que el diálogo por el diálogo y la relación de iguales lo único que hace
es justificar y legitimar el statu quo de la situación actual de
ocupación y de apartheid.
-BDS, Boicot, Sanciones y
Desinversiones. Tres formas de acción para lograr esos objetivos antes
señalados. Aunque sea en síntesis, ¿en qué se cifran esas tres formas de
acción? ¿Cuáles son las líneas maestras de la acción BDS?
-El
boicot en sí tiene varias campañas en marcha. Hay una que es el boicot
comercial a los productos de los Territorios Ocupados y en general al
comercio israelí. Se trata de no consumir, no comercializar y no
importar productos que vengan de las colonias, de los asentamientos en
Territorios Ocupados. Por añadidura, de empresas israelíes que no
distinguen entre productos producidos dentro de Israel, el de las
fronteras del 67, y en la Cisjordania ocupada. Son importantes los pasos
que se están dando en la legislación europea para exigir que el
etiquetado deje muy claro de dónde procede cada producto. Esto
facilitaría el boicot de los consumidores.
Existe también el
boicot académico, que consiste en denunciar los convenios
internacionales de intercambios científicos o docentes, o las
actividades propias del mundo universitario, con instituciones o
universidades israelíes en tanto que quienes participen en ellos no
denuncien la ocupación y la política del Estado de Israel. En este
sentido, lo más notable es el rechazo absoluto a cualquier tipo de
contacto con la sede universitaria que está en Ariel, en una de las
mayores colonias de Cisjordania, lo cual ya está bastante extendido.
Insistimos siempre mucho en que el boicot académico no es un boicot
contra las personas, es un boicot contra las instituciones. No nos
negamos a compartir nuestros proyectos de investigación o a dar clase
con profesores que vengan de una universidad israelí, siempre y cuando
denuncien la ocupación y la financiación no venga de sus universidades,
ni ellos lo hagan como representantes del sistema universitario israelí,
porque hasta ahora la universidad israelí no se ha distanciado de la
política de los sucesivos gobiernos israelíes respecto a la ocupación de
territorios, no la ha denunciado e incluso colabora con proyectos de
investigación en campos como el armamentístico o el agrícola que tienen
las colonias y la extensión de la ocupación como protagonistas.
Hay
otro tipo de boicot muy importante, sobre todo por la trascendencia
pública que tiene, que es el cultural y deportivo. Artistas, cantantes,
cineastas… que rechazan actuar en Israel en tanto no cambie la política
actual, algunos de cuyos testimonios recogemos en el libro: por ejemplo
el del cineasta Ken Loach, el del antiguo líder de Pink Floyd, Roger
Waters, el de escritores de renombre internacional que rechazan que sus
libros se publiquen en grandes editoriales israelíes partícipes de lleno
en el sistema de transmisión del sionismo como forma de conocimiento y
visión del Estado de Israel, como por ejemplo Alice Walker, autora de El color púrpura,
que explica por qué ella, que le encantaría que su obra estuviera
traducida al hebreo, no va a aceptar que se publique en esas
condiciones, o Naomi Klein detallando por qué eligió una editorial
comprometida con el BDS… Continuamente se ponen en marcha distintas
campañas y llamamientos que se pueden ir siguiendo en internet a través de la página del movimiento BDS.
El
boicot es una primera parte de las siglas BDS, que también acogen las
desinversiones, algo más difícil de organizar en primera instancia
porque se dirige a las decisiones financieras de Estados, organizaciones
y empresas. Pero también en este sentido ha habido importantes avances.
Hace diez años era imposible pensar que bancos como, por ejemplo, PGGM,
una de las principales cajas de ahorro de Holanda, fueran a retirar sus
inversiones de bancos israelíes, y sin embargo ha sucedido tras
presiones de sus accionistas en coordinación con la campaña BDS. Otra
cosa que ha sido muy importante, y que, como nos recuerda Aitor
Hernández Carr en el libro, es un gran logro, es que en el nuevo
programa marco I+D de la Unión Europea, que llega hasta el año 2020,
llamado ‘Horizon 2020’, se haya introducido una cláusula específica en
la que se exige que todos los convenios científicos que se hagan con
Israel tienen que dejar claro que no va a haber relación con ningún tipo
de instituciones u organismos israelíes en los Territorios Ocupados.
Hay que decir que de forma global Israel es el primer beneficiario de
los fondos de I+D de la Unión Europea, por encima de España o de
cualquier otro Estado de la Unión, porque colabora como socio
igualitario en multitud de proyectos de toda la Unión. Así que las
cuestiones académicas no son solo de boicot, como se ve, también este
tipo de desinversión económica es fundamental.
Las sanciones,
tercera parte de la sigla BDS, son una herramienta jurídica
indispensable y ahí el papel de los políticos profesionales es
fundamental, pues en ellos recae en última instancia la presión para
actuar a través de la legalidad internacional. Hasta ahora las sanciones
a Israel por su incumplimiento sistemático del derecho internacional no
han existido, por más que se hayan puesto en marcha campañas que, sobre
todo, han dado a conocer a la opinión pública lo que está sucediendo,
como la sentencia no vinculante del Tribunal de la Haya sobre la
ilegalidad del Muro de Cisjordania o los procesos judiciales abiertos en
Europa, incluida España, contra algunos militares israelíes por su
implicación en la operación ‘Plomo fundido’. Las sanciones por el
incumplimiento de la legalidad internacional sería el tercer eslabón de
esta cadena BDS. Yo creo que hay que ser optimistas porque del boicot
inicial hemos llegado a las desinversiones, que están empezando a
funcionar. ¿Llegaremos a las sanciones? Para ello es importante también
ver qué va a suceder con la Autoridad Nacional, hacia dónde va a ir.
¿Realmente va a buscar su futuro en implicarse en todos los organismos
internacionales y en poner en marcha las posibilidades que tiene en la
actualidad al haber sido reconocida Palestina como Estado observador
dentro de la Asamblea General de Naciones Unidas, o va a seguir en este
juego de “amagar y no dar” que no tiene futuro?
-El boicot fue
una herramienta fundamental para acabar con el apartheid en Sudáfrica,
gran referente y motivador de esta acción para acabar con la ocupación y
el apartheid israelí. Ambas situaciones, de ello se habla en el libro,
tienen sus diferencias y sus muchas semejanzas, ¿cuáles son las
diferencias de seguimiento y fuerza del BDS a Israel a día de hoy
comparadas con el BDS a Sudáfrica en su momento de máximo apogeo? ¿Cuán
lejos está una acción de lo que logró la otra?
-A nivel de
apoyo internacional estamos desde luego muy lejos todavía, pero también
hay que decir que hemos ido mucho más deprisa que en la experiencia de
Sudáfrica. En ese caso pasaron veinticinco, treinta años, hasta llegar a
un consenso internacional sobre la necesidad de acabar con el apartheid
y la importancia del boicot para que eso sucediera. Ahora se cumplen
diez años desde que en 2004 se lanzó la campaña BDS, en Ramallah. Su
comité de coordinación está en contacto y trabaja de forma fluida con
los líderes del boicot sudafricano. El BDS es una campaña que aprende de
lo que pasó en Sudáfrica pero que también ve las diferencias y se
distancia de la mera copia de modelos de manera acrítica. En Sudáfrica
la caída del régimen del apartheid se debió fundamentalmente a una
cuestión económica. El apartheid ya no era rentable y, al no serlo,
desde dentro de la propia sociedad sudafricana blanca se consideró,
llegado un momento, que aquello tenía que acabar. Esta situación no es
exactamente igual en el caso de Israel. Sí es muy importante que la
sociedad israelí se dé cuenta de que la situación actual no se puede
mantener, de que esta política de aniquilación del pueblo palestino y de
absorción de todos sus recursos, incluido el territorio, no tiene
futuro, no tiene posibilidades, que la población palestina está ahí, que
los palestinos no se van a marchar y que la comunidad internacional ya
no es como en el año 1948, que pudo ignorar la limpieza étnica de
entonces. El fin del apartheid y de la ocupación -y de esto hablan en el
libro [el profesor de sociología] Ran Greenstein, que es sudafricano, y
[el economista] Shir Hever, que es israelí- no será tanto una cuestión
económica como política, no será sólo el ahogo económico el que haga
cambiar a los israelíes de dentro sino tal vez algo así como el ahogo
identitario, el ahogo, fruto entre otras cosas de la presión
internacional, por la imagen en negativo de la historia del Estado de
Israel, de lo que quiso ser y del futuro que le aguarda como Estado
paria. Hay otro factor también muy importante que distingue el BDS por
Palestina del caso del boicot sudafricano, y en el libro hay varias
intervenciones en este sentido, con artículos en relación con el
movimiento sindical europeo, la lucha altermundista en la India o la
industria penitenciaria en Estados Unidos.
Se trata de la
complicidad del BDS con otros movimientos locales de carácter
alternativo, movimientos de reivindicación de nuevas políticas y del fin
de determinadas prácticas económicas. Eso es algo importantísimo, el
carácter interseccional de la lucha del BDS con otras luchas y otras
reivindicaciones que se están produciendo ahora mismo en el resto del
mundo. Desde mi punto de vista, en buena medida es donde se juega su
futuro el BDS. Si se consigue aunar estas luchas y mostrar cómo la
batalla por la justicia tiene que ser transversal, que no puede quedarse
localizada en un espacio, en una historia, en una causa cerrada, por
más que la de Palestina en el año 2014, sino reclamar que la justicia o
es universal o no lo es, en palabras de Raji Sourani, eso hará que el
BDS siga adelante con más fuerza y que más bien antes que después veamos
resultados.
-Estás particularmente involucrada dentro de la
vertiente académica del BDS. ¿Cuál es su situación a día de hoy? ¿Qué
grado de adhesión ha logrado entre la comunidad universitaria y qué
queda por lograr en ese ámbito?
-Nos queda mucho, por
supuesto, pero también hemos avanzado bastante deprisa en el último año.
A nivel estatal los profesores universitarios de las distintas
comunidades autónomas nos organizamos en el año 2011 en la Plataforma
Estatal por el Boicot Académico a Israel.
Este año en el mes de febrero hemos lanzado una campaña de recogida de
firmas en apoyo del manifiesto del BDS académico y, para nuestra
sorpresa, en muy pocas semanas hemos recogido ochocientas firmas de
profesores, casi cuatro mil de estudiantes y cien de personal de
administración y servicios y, sobre todo, hemos conseguido que poco a
poco sea una cuestión que pase a discutirse en los órganos
administrativos de las universidades, en los departamentos, las
facultades y los sindicatos. Hemos descubierto que el apoyo, cuando se
empieza a explicar el sentido del BDS y cuáles son los objetivos, es
mucho mayor del que esperábamos. Estamos acabando de perfilar para el
día 15 de mayo, el día de la Nakba [conmemoración de la “catástrofe" de
la limpieza étnica de Palestina], la presentación de la campaña y de los
apoyos que ha recibido a los responsables de política universitaria de
las distintas administraciones, así como las actuaciones que solicitamos
de ellos, en consonancia lo que he comentado a propósito de la campaña
general de boicot académico. Por otra parte, a modo de ejemplo práctico
de una reciente actuación de BDS académico, los compañeros de la
Universidad de Vic han lanzado la campaña “Complicitats que maten”
en la que denuncian el convenio que ha firmado la universidad con el
Instituto Technion de Israel, que bajo el paraguas de la cooperación
científico-médica encubre el reconocimiento de una institución que
colabora directamente al mantenimiento de la ocupación.
También
existe una red de boicot académico coordinada a nivel europeo, la
EPACBI, en la que estamos integrados, y al mismo tiempo estamos en
estrecho contacto con lo que está pasando en Estados Unidos, pues en el
último año el BDS académico se ha extendido allí de una manera
impensable. Si en Estados Unidos, donde la presión de los intereses de
Israel es fortísima, ha sido posible que la mayor asociación de
académica del país, la American Studies Association, haya apoyado el
boicot, creemos que en España, donde el movimiento de solidaridad con
Palestina tiene un largo recorrido, se puede llegar a conseguir que el
boicot sea algo generalizado dentro del mundo universitario. Creo que la
universidad será, y así debería ser, uno de los primeros espacios de
generalización del BDS.
-Y en esos contactos persona a
persona, compañero a compañera, ¿cuáles son los mayores prejuicios a los
que se enfrenta la campaña BDS a la hora de sumar compromisos?
-Yo
diría que el desconocimiento. No es tanto la animadversión ideológica
hacia lo que implica un boicot o las posiciones políticas de cada uno,
sino el desconocimiento de la historia de Palestina e Israel por un
lado, y el desconocimiento de la legislación internacional por otro; y
también el desconocimiento, en general, de la pluralidad y de la
vitalidad de la sociedad palestina. Se conocen, para bien o para mal,
los estereotipos sobre Israel como representante del pueblo judío, los
milagros que se han producido con la fundación del Estado “en una tierra
sin gente”, “el desierto que florece”, “la única democracia de Oriente
Medio”… Toda esa publicidad, la marca Israel que es muy potente y
que no se ha visto contrarrestada por el lado palestino. Por un lado
está esta ignorancia. Cuando se rompe con la barrera de la ignorancia,
cuando se empieza a entender lo que pasa… sobre todo en el mundo
universitario, en que, además, cada uno tiene su especialidad. Lo que
decíamos de la transversalidad es fácilmente aplicable a la universidad,
pues hay que mostrar que la ocupación y el apartheid no es solamente
una cuestión política, histórica o social, sino arquitectónica,
agroalimentaria o médica, por poner algunos ejemplos. Si a cada uno se
le explica con lo que le resulta más cercano, las barreras empiezan a
romperse. Boca a boca, persona a persona, sí, pero vuelvo a decir lo que
comentaba al comienzo sobre la lógica del BDS: la política ahora no
tiene otra vía, la forma clásica, vertical, ha caducado, ya no sólo en
Israel y Palestina, sino un poco en todas partes, como estamos viendo
con la crisis a todos los niveles en Europa, por no ir más lejos.
-Scarlett Johansson y su affaire con
Oxfam y SodaStream han dado un impulso publicitario quizá más que
efectivo al BDS. La administración Netanyahu parece haberse puesto algo
nerviosa, incluso recibió una advertencia al respecto de John Kerry.
¿Empieza a inquietar el BDS a la administración israelí? ¿Hay ya un
contraataque específico más allá de la rutinaria hasbara [propaganda]?
-Sí,
claro que sí. De hecho ya está tramitada en el Parlamento israelí la
ley antiboicot que va a convertir en criminal, y se le va a poder
perseguir por la vía penal, a cualquier ciudadano que apoye la campaña
BDS. Pero si el gobierno israelí no respondiera y no reaccionara, es que
no estaría funcionando el BDS. Así que el BDS va por el buen camino.
Pero eso también está haciendo que dentro de la propia sociedad israelí
empiece a haber personas que se replantean qué es el BDS, que empiezan a
considerar que puede ser una estrategia útil para salvar, precisamente
por propio interés, Israel como sociedad democrática y Estado de
derecho, o que por lo menos pueda serlo. En el libro recogemos un
artículo de Gideon Levy, uno de los más importantes periodistas
israelíes, en el que públicamente manifiesta su apoyo al BDS y explica
cómo lo hace por una cuestión egoísta y de interés como israelí y como
judío, por el bien del Estado de Israel. Hay que reconocer el coraje que
hay que tener para hacer esto dado el carácter tribal, como él mismo
dice, de la sociedad israelí. Apoyar públicamente el BDS supone romper
la última frontera y salirse por completo de la tribu. Pero que el
gobierno de Israel esté empezando a plantearse políticas concretas, no
sólo esta legislativa que hemos mencionado sino también políticas de hasbara específicas
contra el BDS con consignas a sus embajadas, significa que el BDS
funciona y que es una estrategia adecuada. El propio movimiento creará
sus mecanismos de respuesta e irá reaccionando. Está bien que sea así,
pues el BDS no es algo estanco, monolítico, el BDS siempre está en
marcha.
Carlos Pérez Cruz, músico y periodista. Desde 2001 dirige el programa ‘Club de Jazz’, a su vez sección de ‘Carne Cruda 2.0’ que dirige Javier Gallego en la Cadena SER (antes en RNE3). Colabora con Radio Vitoria (EiTB) y la revista ‘Cuadernos de Jazz’. Desde 2012 mantiene el blog/podcast ‘Todos los caminos están cerrados’, dedicado a los Territorios Ocupados de Palestina.
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