La Revolución no es gobierno
La Revolución no es gobierno
Al considerarse los
quince años transcurridos desde el momento en que el Comandante Hugo
Chávez Frías asumiera la presidencia de la República de Venezuela,
generalmente se resaltan los diversos logros materiales e, incluso,
culturales que fueran impulsados y consolidados durante este período.
Sin embargo, ello reduce la trascendencia de lo hecho por Chávez,
limitándolo a unas acciones de gobierno que bien pudieron implementarse
antes bajo el bipartidismo derivado del Pacto de Punto Fijo mediante una
redistribución equitativa y efectiva de los ingresos nacionales, sobre
todo de la renta petrolera. Al hacerlo de esta manera, se tiende a
confundir que el proceso revolucionario bolivariano socialista es nada
más que el control absoluto de las diferentes estructuras que componen
el Estado vigente, obviándose que, al plantearse la construcción de un
socialismo bolivariano, éste abarcaría también la deslegitimación y la
sustitución radical del sistema capitalista, de modo que existan las
condiciones subjetivas que permitan el surgimiento de nuevos paradigmas
que caractericen-en lo adelante- a las nuevas ciudadanas y a los nuevos
ciudadanos del país.
De ahí que sea necesario insistir en que la Revolución no es simplemente ser gobierno. A ésta le atañe sustentarse en la práctica cotidiana de la democracia participativa y protagónica por parte del pueblo organizado, en la transformación estructural del Estado y en el desarrollo de unas nuevas relaciones de producción. En esta situación, el dominio hegemónico del Estado debería servir para el impulso y consolidación de estos objetivos mínimos, apartándose en un cien por ciento de aquellas normativas burocráticas que fueron sostén de la democracia representativa que se instauró en este país a partir de 1.958, impidiéndole a las amplias mayorías ejercer su plena soberanía. A ello hay que agregarle el obligatorio nivel de compromiso y de madurez revolucionarios al cual se deben todos aquellos servidores públicos que, identificados con el proceso revolucionario bolivariano socialista, estarían- aparentemente- mejor dispuestos en hacer la Revolución socialista junto con el pueblo revolucionario.
Si tal cuestión pudiera ser cabalmente comprendida por revolucionarios y chavistas, en especial de quienes ostentan cargos de elección popular, se podría trascender todo aquello que ahora se enmarca en lo que se ha dado en llamar el legado de Chávez. Esto implicaría, por supuesto, adoptar cambios de actitud, una ética y una voluntad política decididamente revolucionarios, esto es, la disposición de producir verdaderos cambios revolucionarios, quedando el gobierno subordinado a su papel de vocero del poder popular, tal como debiera ocurrir según los ideales y la praxis del socialismo.
De ahí que sea necesario insistir en que la Revolución no es simplemente ser gobierno. A ésta le atañe sustentarse en la práctica cotidiana de la democracia participativa y protagónica por parte del pueblo organizado, en la transformación estructural del Estado y en el desarrollo de unas nuevas relaciones de producción. En esta situación, el dominio hegemónico del Estado debería servir para el impulso y consolidación de estos objetivos mínimos, apartándose en un cien por ciento de aquellas normativas burocráticas que fueron sostén de la democracia representativa que se instauró en este país a partir de 1.958, impidiéndole a las amplias mayorías ejercer su plena soberanía. A ello hay que agregarle el obligatorio nivel de compromiso y de madurez revolucionarios al cual se deben todos aquellos servidores públicos que, identificados con el proceso revolucionario bolivariano socialista, estarían- aparentemente- mejor dispuestos en hacer la Revolución socialista junto con el pueblo revolucionario.
Si tal cuestión pudiera ser cabalmente comprendida por revolucionarios y chavistas, en especial de quienes ostentan cargos de elección popular, se podría trascender todo aquello que ahora se enmarca en lo que se ha dado en llamar el legado de Chávez. Esto implicaría, por supuesto, adoptar cambios de actitud, una ética y una voluntad política decididamente revolucionarios, esto es, la disposición de producir verdaderos cambios revolucionarios, quedando el gobierno subordinado a su papel de vocero del poder popular, tal como debiera ocurrir según los ideales y la praxis del socialismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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