Palestina la patria de Yasir Arafat y Mahmud Abbas Presidente
Palestina
Primero robaron nuestros libros y luego nuestra historia
palestinechronicle
Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R. |
Finalmente vi The Great Book Robbery
en la Universidad de Pennsylvania este fin de semana con unos amigos.
La película documenta el saqueo sistemático por parte de de Israel de
más de 70.000 libros palestinos de bibliotecas públicas y privadas
después de que las bandas judías proclamaran en Palestina el Estado de
Israel y la limpieza étnica de la población nativa.
La película
en sí es excelente y tengo un montón de cosas buenas que decir acerca de
la misma. Pero yo estaba molesta por algo que se ve casi al final y que
fue repetido por el Director, Benny Brunner, que asistió a la
proyección para contestar preguntas. Así que levanté la mano y le hice
una pregunta al respecto. Brunner se puso muy a la defensiva.
Su
reacción me hizo pensar y volver a pensar en un tema que ya me preocupa
casi a diario y es la narrativa palestina: quién la cuenta, en qué
contexto se cuenta, cómo se cuenta, y en última instancia a quién
pertenece. La importancia de este tipo de discusión con respecto a la
narrativa de un pueblo no debe subestimarse, sobre todo en los casos de
opresión y limpieza étnica.
Dejando de lado el único aunque
importante episodio que me molestó de la película y la reacción
desafortunada del director de cine a las preguntas incómodas, primero
diré todo lo que era correcto y bueno de este documental. Para empezar,
se revela otra faceta del proyecto sionista de despojar a los palestinos
originarios de todo lo tangible e intangible, y no sólo por pura
codicia y oportunismo, sino también para llenar los vacíos
necesariamente diferentes con los requisitos para la fabricación de un
Estado judío en el siglo XX. Este documental trata de nuestros libros,
algunos antiguos, otros contemporáneos, algunos únicos, otros
duplicados. La mayoría de ellos eran personales, todos eran históricos y
cada uno era una pieza del patrimonio cultural e intelectual palestino y
de su identidad.
Así como los sionistas hicieron con nuestras
casas, cuentas bancarias, fotografías, granjas, huertos y todas las
posesiones comunes restantes, también robaron nuestros libros. Muchos
fueron saqueados de las familias ricas de Jerusalén y Haifa, y durante
el proceso de ver este documental, el espectador tiene una idea de la
culta y muy educada sociedad palestina, que fue desposeída de su hogar y
de su historia por los recién llegados judíos extranjeros. Un hombre
del público hizo referencia a esto en un comentario al director. Esta
película sin duda cambió la imagen de los palestinos en su mente, de
gente sin cultura a personas que estaba relacionadas con ella. Eso dice
algo del poder de la película.
Varias personalidades palestinas
estaban representadas, entre ellas Nasser Nashashibi, cayéndole las
lágrimas cuando habló de la pérdida de su biblioteca. Ghada Karmi
también estaba en la película. Algunas escenas mostraban su regreso a su
hogar en Qatamon y su encuentro con el limonero y las baldosas del
porche de su juventud. Otra entrevista conmovedora fue con un palestino
de nombre Ahmed Batrawi. Se describe como un prisionero de guerra que se
vio obligado a trabajar y vaciar otras casas palestinas, incluida la
suya, y entregar todo el botín a las autoridades sionistas. Aunque el
director no mencionó esto, todas las pruebas apuntan a que Batrawi
estuvo en uno de los muchos campos de trabajos forzados que Israel
aparentemente estableció sólo 4 años después de que los nazis cerraron
el último de sus campos de trabajos forzados. Poco se sabe de estos
campos y oí hablar de ellos por primera vez al doctor Salman Abu Sitta,
cuyas investigaciones en los archivos de la Cruz Roja Suiza revelaron 5
campamentos con 6.360 presos que fueron obligados a trabajar como
esclavos después de 1948. Pero me estoy yendo por las ramas.
La
narración era fascinante y convincente. Provocó en mí una ira que se
hundió en un profundo sentimiento de tristeza y pérdida. Creo que podría
parecer una tontería dolerse por algunos viejos libros, sobre todo
cuando hay mucho más por lo cual llorar, desde futuros robados a vidas
extinguidas. Pero tal vez sea precisamente por la magnitud de nuestra
pérdida que nuestros libros, nuestra herencia intelectual y narrativa,
importan tanto.
Ahora te diré lo que me molesta de esta película.
Hacia el final, el texto aparece en la pantalla para decirnos que nunca
se han hecho intentos para devolver cualquiera de estos libros robados
(marcados como propiedades abandonadas en la biblioteca nacional de
Israel). Inmediatamente después aparecía un texto que decía que nunca
hubo una demanda palestina organizada para que estos libros se
devuelvan. Mis bien afinadas antenas despertaron ante esta afirmación y
me quedé gran parte de la sesión de preguntas y respuestas reflexionando
sobre el significado implícito de estas palabras, sobre todo porque
venían de un cineasta israelí. En una de sus respuestas a las preguntas
hizo otra referencia a la incapacidad de los palestinos para unirse en
torno a la demanda de esos libros “cuya propiedad es fácilmente
demostrable".
Fue aquí cuando levanté la mano. Hice la primera de
mis preguntas, que no correspondía a lo que realmente me molestó: "los
palestinos pueden demostrar la propiedad de casi la totalidad de Israel,
¿qué te hace pensar que exigiendo que nos devuelvan nuestros libros
obtendríamos un resultado diferente de nuestra demanda para la
devolución de nuestras casas?" Me respondió que no importaba si los
devuelven o no, que lo importante es la demanda.
Parece que los
israelíes, en especial los denominados "izquierdistas" no puede dejar de
dar lecciones a los palestinos. El director alzaba su dedo en forma
paternalista que parecía tan natural. Incluso cuando le pregunté sobre
esto se indignó y se mostró seguro de sí mismo en su derecho de
criticar.
Le recordé que ellos -sí, el director forma parte de
"ellos"– se llevaron todo lo nuestro y con qué descaro, con qué derecho,
se creía que podía mover su dedo hacia nosotros cuando héroes como
Samer Issawi se están muriendo de hambre en sus prisiones.
Él no
comprendía. Y pocos espectadores entendieron mi punto de vista. ¡Qué
palestina enojada e ingrata estaba siendo! Este israelí estaba de
nuestro lado y yo estaba saltando con todo sobre el pobre hombre.
Incluso la joven mujer palestina que organizó el evento se puso de pie
para defender a Brunner. Le pedí que se sentara si su intención era
aplastar esta discusión porque el director debería ser capaz de
responder a preguntas incómodas.
Brunner defendió su posición y
dijo que sí tenía derecho a criticar a los palestinos. Dijo que los
libros eran también parte de su historia. Yo no estaba de acuerdo. El
legado del robo era todo, y es todo, lo que puede alegar sobre esos
libros. Todo lo demás es tan ridículo y cómico como el "cuscús israelí" o
el "hummus israelí".
Además Brunner afirmó que una "solución"
ideal del problema de estos libros robados sería que réplicas
fotocopiadas de ellos permanezcan en la biblioteca israelí mientras que
los originales podrían ir a la "biblioteca de Birzeit". Una astuta mujer
palestina que estaba detrás de mí le preguntó por qué creía que debían
transferirse a Birzeit cuando estos libros provenían de Jerusalén,
Haifa, Jaffa, Lod y otras ciudades palestinas bastante lejos de Birzeit.
¿Cuál fue la respuesta del director? "No tiene por qué ser sólo
Birzeit. Los libros se pueden dividir entre allí y Nablus, por ejemplo”.
Estaba claro que no entendía lo que la mujer estaba pidiendo ni los
fundamentos profundamente sionistas de su respuesta.
En su
irrelevante respuesta siguiente Brunner relató que no le permitieron
participar en la proyección de su película en Ramala debido a que su
participación podría tomarse como una señal de normalización. Se mostró
indignado porque los palestinos no quieren participar en un evento
cultural con un israelí en Ramala. Una vez más, no entendía.
Brunner
no puede venir a darnos cátedra o a criticarnos. No es de su
incumbencia determinar un futuro ideal para nuestros libros, un futuro
que sea adecuado a los deseos sionistas para reubicar la identidad
palestina en los confines de "Birzeit" o "Nablus", por ejemplo. Tampoco
es de su incumbencia decidir o incluso emitir una opinión sobre la forma
en que los palestinos deben llevar su lucha no violenta contra la
normalización.
Esta es una lección importante para nosotros. El
hecho de que un israelí haga una película y admita que Israel asesinó,
robó, despojó, desheredó, marginó y aterrorizó a los palestinos, no
quiere decir que realmente lo entienda. Tampoco quiere decir que tenga
derecho a nuestra historia. Por encima de todo, no tiene derecho a
expresar su interminable texto subyacente sobre los poco efectivos
esfuerzos palestinos. Nosotros conocemos nuestras debilidades y sabemos
que nuestros líderes (oficiales) no han estado a la altura del liderazgo
eficiente. Dada la magnitud de sus asociaciones criminales contra la
población originaria y el hecho de que la sociedad israelí sigua
eligiendo a un criminal de guerra tras otra para conducirlos, quizás
Brunner debería centrar sus críticas en lo propio y quedarse en eso.
Comenté
esta historia hace poco con un amigo afroestadounidense. Se rió, me
cortó y dijo: "Susie, no es necesario que me lo explique. Soy un hombre
negro. ¿Sabe cuántos benefactores blancos han tratado de darme lecciones
sobre todo lo que está mal en la comunidad negra y lo que tenemos que
hacer para solucionarlo? "
El hecho es que la película de Brunner
es maravillosa y le están compensando por ella tanto económicamente
como con la fama y el reconocimiento que la película merece. Y si bien
no hay nada malo en un israelí que contribuye a nuestra narrativa, no
está bien que trate de enmarcar la narrativa o la discusión de lo que es
nuestra narrativa. Cuando un director de cine israelí no puede entender
por qué cuando alguien vive bajo ocupación, encarcelado, es posible que
la sociedad oprimida no desee normalizar las relaciones con los
miembros de la sociedad del ocupante, y que el cineasta no tiene el
derecho ni a condescender ni a criticar. Eso es algo que deben ganarse
los israelíes y sin duda hay algunos que tienen ese derecho. Ellos son
los que realmente se han unido a la sociedad palestina de una manera u
otra. Nos vienen a la mente personas como Neta Golan y Amira Haas.
Además
el hecho es también que a las sociedades a las que se ha despojado de
todo lo tangible y lo intangible, poco les queda. Algunos todavía
tenemos una pequeña propiedad abandonada. Algunos todavía tienen el
privilegio de despertar y ver la tierra en la que vivían nuestros
antepasados (y el precio de ese privilegio es vivir en el infierno de la
ocupación). Pero lo único que todavía tenemos todos es nuestra
narrativa. Nuestra historia colectiva. Nuestra verdad social formada por
millones de historias individuales. Todos debemos cuidar, proteger y
propagar eso. Es nuestra. Somos los descendientes naturales de cada
tribu que gobernó o se sometió en aquella tierra, todos los
conquistadores que pasaron por ellas y violaron a nuestras madres, cada
batalla, cada cosecha, cada boda. No bajamos de los barcos europeos y
procedimos a matar, aterrorizar o robar todo lo que está a la vista. Me
gustaría que cada sionista liberal o izquierdista israelí recuerde antes
de atreverse a adoptar un tono paternal de crítica o trate de dar forma
a la narrativa o a la lucha palestina.
Susan Abulhawa es autora de la exitosa novela Mornings in Jenin (Bloomsbury, 2010), www.morningsinjenin.com y fundadora de Playgrounds for Palestine, www.playgroundsforpalestine.org.
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