Parece una broma pero no lo es
El gobierno colombiano y la función del chiste
El diario más importante de Colombia (eltiempo.com) al finalizar el día de hoy, miércoles 19 de octubre de 2011, da cuenta de dos hechos. El primero: la muerte de una octogenaria humorista, conocida por sus “chistes verdes”. El despliegue noticioso es inmediato en ese como en otros periódicos y portales. El segundo suceso tiene idéntico recorrido. Junto al deceso de la humorista, tiene destacado lugar mediático la explosión de un chiste, de otro autor. Sobre esto se lee: “Gestiones de Colombia para reanudar proceso de paz en Oriente Medio”: “El presidente Santos llamó a Abbas al tiempo que la canciller Holguín se reunió con Netanyahu”. Hablaron, se nos dice, “sobre las perspectivas de reanudación del proceso de paz”, en Oriente Medio. El derechista diario El Tiempo nos recuerda qué pasó hace una semana: “El pasado 11 de octubre, el líder palestino efectuó una visita a Bogotá para tratar de convencer a Santos de que le de su apoyo, pero el mandatario colombiano mantuvo invariable su postura, alineada con la israelí y la estadounidense, dos de sus aliados en la arena internacional. El presidente colombiano expresó, no obstante, su intención de llevar a cabo una "discreta" tarea mediadora de su país para alcanzar la paz en Oriente Medio, lo que podría explicar la visita no anunciada de la canciller”.
El país de la mayor industria paramilitar del mundo; el gobierno de continuidad de la cadena y estrategia de crímenes de lesa humanidad que arroja miles de personas desaparecidas forzadas, asesinadas, torturadas, desplazadas y perseguidas; el poder político que ha decidido intervenciones militares, policivas y de inteligencia en otros países, contra normas del derecho internacional más elemental; la misma estructura que por décadas ha instaurado y fortalecido un sistema de impunidad para encubrir acciones del terrorismo de Estado y guerra sucia, y que ahora mismo diseña una nueva fase de inmunidad de sus responsables, se ofrece a mediar en una guerra de la que ha aprendido.
Para nadie es un secreto los vínculos entre los regímenes de Israel y Colombia, patente en flujos de armamento de diverso tipo, asistencia militar directa, traspaso de inteligencia, intercambio de lecciones aprendidas en contrainsurgencia y mercenarismo. En el ámbito de los foros internacionales se ha consagrado reiteradamente tal alianza.
Antes de tan atrevida tarea de cuño esquizoide, conviene que el presidente Santos aprenda algo del movimiento esperanzador de hace apenas unos días y hoy mismo, hace unas horas, en relación con el canje de prisioneros. No se nos escapan evidentes razones de cálculo, pero también el reconocimiento de una nueva situación atravesada por gratos resultados prácticos de alcance humanitario y político en Palestina, anegada por tanto dolor como cruel es la ocupación israelí que resiste.
Santos sabe leer en inglés y en español. Sabe de un acuerdo de Israel con una organización que aparece en listas internacionales declarada como “terrorista”. Sabe que a cambio de un soldado israelí capturado por Hamas, llamado Gilad Shalit, se pactó liberar a 1.027 presos y presas políticas palestinas.
En gracia de discusión, es bueno que Santos se acerque a ese conflicto en Oriente Próximo para, al menos, ilustrarse de la teoría de esta posibilidad. El mismo que propone mediar para hablar de paz a miles de kilómetros, en otro continente, niega un canje de prisioneros en Colombia, donde 18 militares y policías retenidos, incluso hace 13 años, por la insurgencia, esperan ser liberados civilizadamente. El país donde cerca de 8.000 presas y presos políticos están padeciendo terribles condiciones en las cárceles bajo mando vertical de Santos, ex ministro de Defensa, quien para su país niega hoy posibilidades de diálogo para una salida política negociada.
El marketing político global que se ha impuesto recomienda esfuerzos a líderes en su proyección u ocultación, como Tony Blair, delegado del Cuarteto (USA, UE, Rusia y ONU) para Oriente Próximo, a fin de despojarse del cinismo reconocido como una sombra y ganar alguna apariencia y pose de autoridad moral, cuando ésta no se tiene pero puede cargarse, aunque no resista un postrero juicio histórico o un serio debate ético. Es la imagen que reproduce Santos. Sirve en el juego de las envolturas de depravaciones y vanidades, sin importar qué tan sólida debe ser la fachada en difíciles oficios como mediaciones en conflictos. Si hay espectadores idiotas hay aplausos ciegos.
Sabemos del papel del chiste que ya Freud identificó estudiando su relación con el inconsciente. Y con los sueños. Hay chistes claramente tendenciosos. Los hay que tienen un registro o huella de represión profunda. Expresan y liberan por lo tanto algo que nos constriñe, que nos es conflictivo. Hay chistes que rayan como agresión a enemigos inalcanzables contra los que se descargan palabras cuando no se pueden descargar más bombas. Son un arma. Y si produce placer para su poderoso autor y sus círculos, entre la tramoya de conflictos de incalculables sufrimientos humanos, quizá no estamos ante cualquier chistoso, sino ante la representación de algo muy perverso. El chiste está hecho. Entre estelas de muertos. No precisamente de risa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
El país de la mayor industria paramilitar del mundo; el gobierno de continuidad de la cadena y estrategia de crímenes de lesa humanidad que arroja miles de personas desaparecidas forzadas, asesinadas, torturadas, desplazadas y perseguidas; el poder político que ha decidido intervenciones militares, policivas y de inteligencia en otros países, contra normas del derecho internacional más elemental; la misma estructura que por décadas ha instaurado y fortalecido un sistema de impunidad para encubrir acciones del terrorismo de Estado y guerra sucia, y que ahora mismo diseña una nueva fase de inmunidad de sus responsables, se ofrece a mediar en una guerra de la que ha aprendido.
Para nadie es un secreto los vínculos entre los regímenes de Israel y Colombia, patente en flujos de armamento de diverso tipo, asistencia militar directa, traspaso de inteligencia, intercambio de lecciones aprendidas en contrainsurgencia y mercenarismo. En el ámbito de los foros internacionales se ha consagrado reiteradamente tal alianza.
Antes de tan atrevida tarea de cuño esquizoide, conviene que el presidente Santos aprenda algo del movimiento esperanzador de hace apenas unos días y hoy mismo, hace unas horas, en relación con el canje de prisioneros. No se nos escapan evidentes razones de cálculo, pero también el reconocimiento de una nueva situación atravesada por gratos resultados prácticos de alcance humanitario y político en Palestina, anegada por tanto dolor como cruel es la ocupación israelí que resiste.
Santos sabe leer en inglés y en español. Sabe de un acuerdo de Israel con una organización que aparece en listas internacionales declarada como “terrorista”. Sabe que a cambio de un soldado israelí capturado por Hamas, llamado Gilad Shalit, se pactó liberar a 1.027 presos y presas políticas palestinas.
En gracia de discusión, es bueno que Santos se acerque a ese conflicto en Oriente Próximo para, al menos, ilustrarse de la teoría de esta posibilidad. El mismo que propone mediar para hablar de paz a miles de kilómetros, en otro continente, niega un canje de prisioneros en Colombia, donde 18 militares y policías retenidos, incluso hace 13 años, por la insurgencia, esperan ser liberados civilizadamente. El país donde cerca de 8.000 presas y presos políticos están padeciendo terribles condiciones en las cárceles bajo mando vertical de Santos, ex ministro de Defensa, quien para su país niega hoy posibilidades de diálogo para una salida política negociada.
El marketing político global que se ha impuesto recomienda esfuerzos a líderes en su proyección u ocultación, como Tony Blair, delegado del Cuarteto (USA, UE, Rusia y ONU) para Oriente Próximo, a fin de despojarse del cinismo reconocido como una sombra y ganar alguna apariencia y pose de autoridad moral, cuando ésta no se tiene pero puede cargarse, aunque no resista un postrero juicio histórico o un serio debate ético. Es la imagen que reproduce Santos. Sirve en el juego de las envolturas de depravaciones y vanidades, sin importar qué tan sólida debe ser la fachada en difíciles oficios como mediaciones en conflictos. Si hay espectadores idiotas hay aplausos ciegos.
Sabemos del papel del chiste que ya Freud identificó estudiando su relación con el inconsciente. Y con los sueños. Hay chistes claramente tendenciosos. Los hay que tienen un registro o huella de represión profunda. Expresan y liberan por lo tanto algo que nos constriñe, que nos es conflictivo. Hay chistes que rayan como agresión a enemigos inalcanzables contra los que se descargan palabras cuando no se pueden descargar más bombas. Son un arma. Y si produce placer para su poderoso autor y sus círculos, entre la tramoya de conflictos de incalculables sufrimientos humanos, quizá no estamos ante cualquier chistoso, sino ante la representación de algo muy perverso. El chiste está hecho. Entre estelas de muertos. No precisamente de risa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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