Libia y el Pensamiento unico.
Libia y el pensamiento único
Los últimos acontecimientos en Libia están resultando de una complejidad tal que parecen colocarnos en el filo de una navaja a la hora de interpretar las causas y repercusiones del mismo desde una postura de izquierdas.
Los artículos de Santiago Alba, mostrando las sutilezas de la situación son, a mi entender, el mejor y más consistente argumentario de dicha complejidad. Argumentos y explicaciones que no estoy seguro de compartir, en parte por diferencias (más bien dudas) en la interpretación o quizá más por la incomodidad en que me sitúa la perspectiva de tener que cambiar esquemas, disciplinas y bagajes adquiridos durante decenios.
En cualquier caso, algunas de las réplicas, descalificaciones y satanizaciones que se han hecho estos días sobre S. Alba, adolecen mayoritariamente de una falta de honestidad intelectual preocupante. Las opiniones de S. Alba podrán gustar más o menos, podrán compartirse o no, pero hay que reconocer la solidez de sus argumentos desde una óptica netamente de izquierdas. El rigor en el debate exige contestarle con argumentos igual de consistentes, con un mínimo de respeto y sin hacer tantas trampas “intelectuales” como se están haciendo.
Me explico. La parte central de esas críticas se basa en inocular sutilmente la idea de que S. Alba apoya los bombardeos y la intervención de la OTAN, algo que no sólo no se puede deducir de sus posturas, sino que él ha rechazado reiterada y explícitamente.
Es esta una forma de debatir muy típica en ambientes políticos y que se viene a llamar “falsa oposición”: cuando yo escucho un argumento (A) con el que no estoy de acuerdo pero que no sé rebatir, modifico el argumento de mi oponente en otro distinto pero más simple (A'), y entonces me opongo a éste último (NO A') pareciendo que estoy contestando el argumento inicial. Realmente estoy cambiando el foco del debate a otro lugar en el que me siento más cómodo y tengo ventaja; algo parecido a obligar a mirar al dedo en vez de a la Luna.
En este caso concreto, la estrategia consiste, en lugar de responder los cuestionamientos y dudas planteados por S. Alba, en descalificarle haciéndole cómplice y corresponsable de la actuación criminal de la OTAN y por tanto en intentar inhabilitarle como referente intelectual de izquierdas que supuestamente se habría pasado al lado oscuro del mal. Podemos ver un ejemplo de esta técnica de debate tan habitual en la utilizada en España por el PSOE y el grupo PRISA con la famosa “pinza IU-PP”: el PSOE por su política de derechas y caciquil pierde las elecciones; IU decide no apoyarles y abstenerse y eso permite que el PP gobierne; entonces, como no se vota al PSOE se dice que IU apoya al PP, una falsedad evidente. O llevado al caso libio, como no estás con Gadafi, estás con la OTAN y su política criminal. Ridículo.
Resulta curioso que alguien acuse a S. Alba de plantear, de forma invertida, este tipo de dicotomía simplista, cuando sus argumentaciones señalan siempre la multitud de variables, detalles y opciones que habría que tener en cuenta para adoptar una posición coherente en el caso de Libia. No deja de resultar sorprendente esta crítica a S. Alba:
“En definitiva, yo no veo ese monismo en la izquierda consecuente. Veo prioridades. Más calor humano en la compasión humana que en la frialdad oracular de los que sacrifican o dejan que puedan ser inmolados en el altar de la historia seres humanos inocentes, como tributo al espíritu absoluto de la revolución mundial desde el salón comedor y por delegación en la OTAN. Veo ese monismo en la actitud de mono, aunque sea monosabio, del que no quiere oir lo que retumba en sus oídos, del que no quiere ver aunque lo tenga delante de sus ojos y del que no quiere hablar de lo importante, de la vida humana como valor supremo por encima de los catecismos y de los explotadores que se sirven de ellos; con pruebas abrumadoras al respecto.”
Justamente, el principal reproche de S. Alba a cierta izquierda es lo poco que le importa la vida humana concreta de los civiles y rebeldes libios amenazados por Gadafi, con la excusa (incierta) de que eso ponga en peligro otros procesos revolucionarios.
Reproches cruzados que se reflejan en un posicionamiento que está en el filo de la navaja: hay personas de izquierda que han defendido y defienden la oportunidad de la zona de exclusión aérea para evitar una masacre en Bengasi y otras ciudades frente a quienes consideran que eso abriría la puerta a nuevas muertes. Los dos argumentos son realistas y por tanto lícitas las dudas morales y políticas en uno u otra sentido.
Sólo que hay algo de trampa en uno de los argumentos a la hora de descalificar a S. Alba. Que alguien pidiera una zona de exclusión aérea no significa que apoyara la resolución de la ONU, que por su ambigüedad permitió otras cosas más allá de la exclusión aérea. Es cierto que hubo personas y organizaciones de “izquierda” europea (pacifistas, ecologistas y comunistas) que apoyaron esa resolución excesiva, pero no es el caso de otras voces entre las que se encuentran S. Alba, que defendían y defienden una postura más compleja que se sale de la dicotomía Gadafi-OTAN. Es tramposo, por tanto, meter a todo el mundo en el mismo saco y es tramposo argumentar que por defender la zona de “exclusión aérea” te haces corresponsable de todo lo que exceda esa petición porque dejaba abierta la vía para dichos excesos. ¿O es que porque Chávez apoye en algunos aspectos a Gadafi y su gobierno vamos a hacerle responsable de los crímenes indudables de éste? Ni tendría sentido ni sería justo.
También se tergiversa y miente descaradamente cuando se insinúa que S. Alba rechazaba la propuesta de mediación de la Unión Africana ya que prefería los bombardeos de la OTAN para acabar con Gadafi.
Ójala que el hijo de Gadafi no hubiera rechazado en un primer momento la propuesta de Hugo Chávez, ójala que Gadafi hubiera sido más prudente desde el principio de la rebelión y no hubiera amenazado con entrar a sangre y fuego, como Franco, en Bengasi y ójala que no hubiera esperado hasta el último momento (cuando ya sus amigos y mentores Sarkozy, Berlusconi y Aznar dejaron de interceder por él y aceptar la decisión imperial de que había que relevarle de forma expeditiva con el fin de mantener el status petrolero en Libia), para aceptar una mediación pacífica internacional. No fue la petición de exclusión aérea de muchas personas y organizaciones las que dejaron sin opciones una salida menos guerrera sino el ansia de sangre de Gadafi y la OTAN por igual.
Tenemos también el argumento de que todos los acontecimientos eran una estrategia ya premeditada del imperio y que por tanto, las posturas críticas con Gadafi han hecho el juego a esa estrategia debilitando la oposición a la guerra; con el agravante de que una vez demostrada la acción criminal de la OTAN, S. Alba se empeña en “sostenella y no enmendalla”. Pero es que esa teoría conspiranoica está lejos de resultar evidente.
Puede haber algún dato o informe que insinúe o “demuestre” que algunos países occidentales estaban preparando esta intervención; también está contrastado que la OTAN y los militares de todo el mundo tienen informes sobre multitud de escenarios posibles y sobre como intervenir en esos casos. Puede ser cualquier cosa. Pero todos pudimos ver nítidamente el desconcierto inicial ante la revuelta libia de algunos personajes imperialistas como los citados antes; cómo defendieron a Gadafi al principio y cómo cambiaron de opinión u optaron por el silencio cuando se decidió intervenir. Resulta difícil aceptar que todo estaba preparado; más bien vendría a demostrar la enormidad de reflejos y capacidad de aprovechar situaciones descontroladas por parte de las esferas de poder imperialista, poniendo en el empeño todos los medios políticos, comunicativos, económicos y militares disponibles. Claro que tiene lógica, y mucha.
Es cierto que en el caso de Libia no ha habido en Europa movilizaciones contra la guerra de la importancia y magnitud de la de Iraq. ¿Por qué?¿por estos intelectuales que con sus dudas han dividido las fuerzas anti-imperialistas? Y entonces ¿por qué tampoco hemos visto movilizaciones masivas en Venezuela, ni en Cuba ni en Bolivia...?
Otra forma de invertir el debate viene de la mano de preguntas del tipo ¿son las revoluciones árabes de izquierda?, que pretende cuestionar el argumento de que estamos asistiendo a revueltas populares democráticas que la izquierda debería apoyar sin reservas. Incluso desde los análisis marxistas tradicionales sería difícilmente cuestionable el carácter democrático y popular de las revueltas árabes, pero es que S. Alba tampoco dice que las revueltas árabes, incluida la libia, sean revoluciones de izquierda ni que esté nada claro en que van a terminar; de hecho señala la complejidad y variedad de actores con intereses encontrados que se encuentran en dichos procesos.
Es justamente este tipo de preguntas capciosas el que da más solidez a las preocupaciones y críticas de S. Alba sobre el posicionamiento de alguna izquierda ante las revueltas árabes. Lo que implícitamente transmite esa pregunta es que sólo una revolución que esté liderada por organizaciones de izquierda con pedigrí pueden ser objeto de nuestro apoyo, ya que todo lo demás sólo puede responder a estrategias y conspiraciones del imperialismo.
Esta es la frustación de S. Alba ¿debe la izquierda dejar en la cuneta a los pueblos árabes en rebeldía, entre los que se encuentran muchos compañeros y camaradas, simplemente porque pudiera afectar a la geostrategia estatal de algunos países revolucionarios latinoamericanos?. Y en el caso de que realmente las revueltas árabes o los acontecimientos en Libia pudieran poner en peligro los procesos latinoamericanos ¿puede haber intereses contrapuestos entre la izquierda árabe y latinoamericana, y en ese caso cuáles tienen prioridad a los ojos europeos?. S. Alba no ve intereses contrapuestos y lamenta que desde algunos sectores de izquierda sí que se vean.
En cualquier caso, las preguntas y dudas son justas, y aunque nos sometan a la tarea de solventar contradicciones políticas, morales y éticas no vale la técnica de “matemos al mensajero” en vez de debatir honestamente sobre esas contradicciones. ¿Cómo evitan algunos mirarse en ese espejo?
En primer lugar descartando el carácter de izquierdas o revolucionario de dichas revueltas:
“¿cuáles son los logros de Túnez y Egipto que no sea un cambio de régimen? ¿Se han cumplido las reivindicaciones sociales de los revolucionarios? ¿Ha disminuido la influencia de EEUU y la OTAN en esos gobiernos?... No ha visto usted a manifestantes en estos países con banderas de EEUU alabando la democracia «made in USA» y pensando que son los yanquis quienes los están ayudando?”
son algunas preguntas que lanzan los críticos de S. Alba.
También se han visto banderas del Che, retratos de Hugo Chávez y una fuerte implicación de la izquierda realmente existente en esos países, lo que ratifica la complejidad de la situación que trasmite S. Alba. Creo que John Brown acierta plenamente cuando señala que “es difícil desde las categorías habituales de la izquierda comprender las revoluciones árabes y los propios movimientos sociales que, bajo distintas formas, están produciéndose hoy en Europa, en España y en Grecia, pero también en Gran Bretaña”.
Cuando Hugo Chávez llegó al gobierno, muchas gentes también dudaban ¿es Chávez de izquierdas? Recuerdo que en aquel momento, algunas de las personas que estábamos en Rebelión tuvimos que luchar, debatir y defender profundamente desde estas páginas, para que la izquierda española y europea aceptara que era algo más que un militar golpista, y que había que apoyarle decididamente porque abría unas perspectivas interesantes y novedosas en cuanto a articulación política y social; y no estábamos seguros de si era genuinamente de izquierdas o no. Sé que algunos de los más renuentes en aquellos momentos son hoy defensores con fe ciega de todo lo que Hugo Chávez diga y haga, aunque con los acontecimientos árabes estén repitiendo el mismo rasero que le aplicaron a él y que se ha mostrado equivocado.
“¿Pueden equivocarse al mismo tiempo y sobre lo mismo los gobiernos de Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia y Nicaragua?”.
Evidentemente sí, ¿o es que son infalibles como el Papa?. ¿Acaso no se ha equivocado Venezuela con la entrega de Joaquín Pérez Becerra, con la detención de Julián Conrado y de otros luchadores sociales sin que los otros gobiernos progresistas lo hayan denunciado?¿No es esa la lógica de considerar moneda de cambio a luchadores sociales de izquierda por cuestiones de geopolítica estatal? Y si podemos justificar dejar en la cuneta a luchadores claramente de izquierda ¿por qué no abandonar a aquéllos sobre los que tenemos dudas? Planteo estas preguntas con la convicción de que estas evidentes equivocaciones (hay otras muchas) no tienen por que llevarnos a cuestionar la necesidad de seguir apoyando los procesos latinoamericanos. Pero que tampoco podemos adoptar como dogmas de fe lo que hagan y digan dichos estados y mucho menos aceptar que ellos son los que certifican el pedigrí de izquierdas o revolucionario de unos movimientos u otros en cualquier lugar del mundo.
Creo que lo más denigrante en este debate viene con los mecanismos de querer rehabilitar a Gadafi en su condición de revolucionario que, si tuvo en alguna ocasión, es evidente que perdió hace mucho. El que la OTAN y Occidente hayan hecho una campaña mediática acelerada de satanización de Gadafi, con mentiras y manipulaciones (algo en lo que, con signo contrario, desgraciadamente también incurrió Telesur) para justificar la intervención, no elimina la realidad de las barbaridades cometidas por Gadafi contra su pueblo y especialmente contra la prácticamente inexistente, por liquidada, izquierda libia.
Evidentemente debemos desechar y denunciar todo lo que sea manipulación contra Gadafi, pero eso no significa automáticamente que todos los testimonios, documentales, vídeos y fotos que muestran crímenes de las tropas de Gadafi sean mentira. Hay abundante material realizado por personas individuales y por periodistas de izquierda de tropas de Gadafi atacando manifestaciones de ciudadanos libios, por ejemplo:
El último enlace es el de un interesantísimo documental, Benghazi Rising, donde -aparte de brutales imágenes de violencia contra los manifestantes- se recogen imágenes y testimonios que permiten entender bastante bien quiénes son esos rebeldes, muy parecidos a los de Túnez. Uno de sus autores, Reed Lindsay, fue periodista de Telesur, cadena para la que trabajó como corresponsal en Haití y de la que fue enviado especial durante el golpe de estado en Honduras.
Otra cosa es que haya personas que prefieran ocultar la cabeza en el agujero y no mirar ni contrastar estas imágenes para no tener que cambiar de opinión o buscar argumentos más consistentes. Peor aún si es un medio alternativo quien cae en la, tan denunciada por el mismo, ocultación periodística de evidencias para mantener determinados intereses.
Para transitar esa vía de rehabilitación de Gadafi algunos entran en el peligroso terreno de cuestionar a lo poco de izquierda que pueda quedar en el mundo árabe, justamente por la actuación de los dictadores:
“¿Y como le llamamos al hecho de que para el autor tiene más significación lo que opine un minoritario Partido Comunista de Túnez que lo que digan los libios en manifestaciones masivas de apoyo a su gobierno y en contra de ser “protegidos” por la OTAN?. En efecto, esas manifestaciones Santiago Alba no las vio puesto que aquí en nuestras democracias no se emitieron, tiraban por tierra las razones más básicas de la guerra. Pero es extraño que no las viese, puesto que insinúa que él está más cerca del terreno que la izquierda maximalista. Y sin embargo, unos y otros tienen conexión a Internet.”
Si Alba apoya sus argumentos aludiendo a la postura unánime de la izquierda árabe organizada que está en esas luchas, hay que cuestionar la representatividad de esa izquierda. Como si los partidos comunistas de Europa o de Latinoamérica fueran muy representativos o como si eso fuera un argumento de peso.
O como si manifestaciones masivas de apoyo a Hitler, Bush, Aznar o Pinochet no se hayan producido en otros momentos y lugares, que junto a otras de rechazo de esas mismas figuras, lo que en todo caso demuestra son divisiones y fracturas dentro de la población.
Pues claro que S. Alba ha visto esos vídeos, entre otras cosas porque Rebelión los ha publicado, al igual que hemos podido ver otros con manifestaciones pidiendo la intervención. La pregunta es ¿con quiénes se siente más identificada la izquierda árabe? Parece evidente que la izquierda árabe (y S. Alba) está más cerca de los rebeldes que de Gadafi, lo que no significa que apoyen la intervención de la OTAN, como se puede leer en muchos artículos publicados en Rebelión por distintos izquierdistas árabes.
Pero no es suficiente cuestionar que sean de izquierdas; para justificar que no debe importarnos que los muertos sean ellos tenemos que deshumanizarles cuestionando incluso que existan, la misma técnica utilizada por el imperio para “fabricar terroristas”: “Para el autor, es aceptable y defendible otra intervención grosera de la OTAN, permitida tanto en cuanto según Alba evita más daños que causa, siempre que exista la connivencia necesaria con unos “rebeldes” que no importa si son auténticos o prefabricados, nada hace falta rastrear en torno a esto: Es suficiente la mera condición de tales por pura adjetivación y nuestra ensoñación revolucionaria y romántica en nuestro empeño de cumplimentación de la profecía”. Además de esa tentativa de deshumanización, me parece otra muestra grosera de inversión, tergiversación y manipulación de los planteamientos de S. Alba. ¿Quién no rastrea sobre la composición de las filas rebeldes?¿Quién los amalgama a todos como un invento “made in CIA” y quién analiza la complejidad generacional, de clase, étnica y religiosa que hay en su interior?
Quiero terminar agradeciendo a Santiago Alba por ayudarnos a pensar, por sus posicionamientos valientes y su capacidad de mostrarnos situaciones tan complejas con una claridad y una argumentación que nos ha servido a muchas personas y organizaciones para tener claras posturas anti-imperialistas y anti-intervención OTAN, pero sin caer en el simplismo dicotómico. En ese sentido, y por su conocimiento y participación directa y activa en esa realidad árabe, sin duda va a seguir siendo un referente imprescindible para adoptar posturas genuinamente revolucionarias en estos asuntos, a pesar de que algunas personas pretendan implantar el pensamiento único en la izquierda y “excomulgar” a quien no siga determinadas directrices.
Es posible que Santiago Alba esté equivocado en algunas cosas, e incluso no sabemos si terminará siendo un “vendido” al sistema. Al igual que tampoco sabemos donde llevarán los cambios económicos en Cuba, ni si Venezuela seguirá con su política de entrega a gobiernos fascistas de luchadores sociales, o si los procesos latinoamericanos (¿revoluciones?) seguirán negociando y repartiendo con multinacionales las tierras y recursos minerales y energéticos a costa de las comunidades indígenas y campesinas, etc, etc... No lo sabemos, aunque si podemos aventurar que todas esa contradicciones sólo podrán superarse con espíritu crítico y constructivo que revise muchas de las categorías y formas de actuar que han dejado a la izquierda derrotada durante el siglo XX.
Los artículos a los que hago referencia que critican directa o indirectamente a Santiago Alba son:
P.D: En un artículo publicado por Pedro Prieto en Diagonal sobre las guerras por el petróleo, el autor planteaba que el interés por apoderarse de las reservas libias no explicaba bien esta guerra por dos motivos: las reservas libias son muy pequeñas y Occidente ya tenía acceso total a dichas reservas.
Apuntaba sin embargo una tesis interesante y novedosa, al menos para mi. Habiendo llegado al pico del petróleo, cada año se extraerá menos y por tanto en el mercado internacional también habrá menos petróleo; si a esto le sumamos que los países extractores y exportadores tienen los crecimientos económicos mayores del planeta y por tanto un aumento sostenido de su demanda energética, éstos guardarán más para consumo interno, lo que disminuirá aún más el petróleo para la exportación.
La estrategia de los países importadores (Europa, USA, Japón,China...) habrá de pasar por destruir quirúrgicamente todas las infraestructuras de los países extractores que consuman energía, manteniendo solamente las imprescindibles para el bombeo y exportación de petróleo. Es lo que vimos en Iraq aunque no está aún claro si la destrucción en Libia ha tenido esa dimensión.
Pero Pedro Prieto planteaba como escenario no descartable que los países petroleros con mayor crecimiento y con mayor consumo energético interno puedan ser futuros candidatos a la destrucción. De ser así, ¿que postura tendremos que adoptar ante el rey de Arabia Saudí o ante los emires de Qatar, Kuwait o Emiratos Árabes Unidos?
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