Migracion


Europa y los refugiados de Libia (II)

Desde febrero, al menos cien refugiadas subsaharianas, embarazadas o con sus bebés, han logrado llegar a Lampedusa, tras ser violadas por combatientes libios.

Cuando pisan suelo europeo se encuentran con sus huesos en otro centro de detención o en la calle, sin ayuda alguna. Tareke Brhane nos sigue contando la historia de los subsaharianos que llegan a la UE procedentes de Libia.

Europa y los refugiados de Libia (I)

(Jure Erzen)
Los hijos de la violación
Una riada de palabras sale de Tareke. La ira se ha hecho con él. Una ira fría mezclada con repulsa.
“¿Sabes todas esas cosas que se escuchan sobre las mujeres violadas llegando a Lampedusa? Bien, pues en Libia las vi con mis propios ojos. En los últimos tres meses, madres jóvenes empezaron a llegar a Lampedusa. Muchos de los bebés sólo tenían unos pocos meses. Sus historias son desgarradoras. Estas madres y sus bebés indefensos se llevan la peor parte”.
Desde febrero, por lo menos cien de esas mujeres han llegado a la diminuta isla italianaCasi todas habían sido violadas por los guardas de prisiones libios y sus amigos.“Cuando yo estaba en la cárcel, las violaciones no paraban. Las mujeres estaban indefensas. Eran juguetes para todo tipo de animales. Después estas mujeres y los bebés que dieron a luz en la cárcel fueron enviadas a Europa. El régimen de Gadafi decidió deshacerse de ellas. Estas pobres mujeres no tienen futuro. ¡¿Cómo se supone que van a conseguir llevar una vida normal en Europa?! Se las abandona a su suerte, y la mayoría de ellas no han tenido una educación.Sus almas han sido hechas pedazos. No creo que esas heridas puedan cicatrizar nunca. La mayoría de ellas nunca podrán volver a casa, ya que han sido, o serán rechazadas por sus comunidades. Mi trabajo es ayudarles lo mejor que pueda. Al menos sé cómo se sienten. Les hace mucha falta alguien que como mínimo pueda entender remotamente por lo que han pasado. Para los italianos, son números, nada más. A los policías no les importa en absoluto la historia de cada uno. Están demasiado ocupados, y los trabajadores humanitarios son demasiado pocos”.
Un grupo de inmigrantes embarcan en un ferry para ser trasladados a un centro de detención en la península (J. E.)
Siguen llegando nuevos refugiados todos los días. “Nos ven como una terrible carga, o quizás como un virus. Sí, virus es la palabra perfecta. Somos el germen que ha salido a conquistar Europa y robar su modo de vida. Qué basura. Hemos venido para lograr una forma de vida más o menos libre. Te darás cuenta de que digo libre, no normal. Hace mucho que perdí la ilusión de que llevaríamos lo que llamarías una vida normal. Hemos visto demasiados horrores y sabemos demasiado como para ser alguna vez normales”.
En 2007, Tareke cayó gravemente enfermo en la prisión libia. Durante mucho tiempo tuvo una fiebre tan alta que estaba seguro de que iba a morir. Como era tan obvio que era mercancía defectuosa, los guardas y los traficantes decidieron deshacerse de él. El método más frecuentemente utilizado para limpiar las prisiones era abandonar a la gente en el desierto. Pero por alguna razón, los guardas se apiadaron de él. Le llevaron a un hospital, donde se recuperó completamente. Después de eso, fue llevado de vuelta a prisión, donde fue inmediatamente comprado por un sindicato criminal rival que se estaba haciendo rico organizando viajes ilegales a Italia.
Por segunda vez, el escuálido eritreo se subió a un barco destartalado y se encaminó hacia el “nuevo mundo”. Por supuesto, el motor del barco no tardó en averiarse. Tras cuatro días de espera en alta mar, Tareke y sus compañeros fueron rescatados por los guardacostas italianos y llevados a Lampedusa.
Refugiados esperando para ser trasladados a centros de detención en la península italiana (J. E.)
Pero a su odisea aún le quedaba mucho para acabar.
¡Por lo menos ayuda a nuestros hijos!
Tras pasar unas semanas en el abarrotado centro de Lampedusa, Tareke fue llevado a Sicilia, donde obtuvo un permiso temporal para vivir en Italia. “Parece que los italianos consideran el permiso un regalo de los cielos. Pero no es así. Nos dan el papel y después nos mandan a la estación de trenes, diciéndonos que nos vayamos. Pero ¿dónde podemos ir? ¿Y por qué? No conocía absolutamente a nadie en Italia. Durante unas semanas, dormí en parques y estaciones de tren. Hacía mucho frío. Pasaba la mayoría de los días buscando trabajo. En cada sitio al que iba abundaban las actividades criminales. Si ves Europa desde lejos, parece muy bonita, derechos humanos y todo eso… Pero si eres un inmigrante indocumentado de África, ves una cara completamente distinta. Ves la Europa de la violencia, la intolerancia, el crimen, el racismo y el egoísmo incalificable. Ves la Europa a la que no le importan ni lo más mínimo los derechos humanos”.
Respecto a esto, como aprendió Tareke de la amarga experiencia, Italia es especialmente perversa. “Europa saca mucho de nosotros, pero no nos da nada a cambio. La UE debería tratar de ayudar de verdad a los países africanos, no sólo defender sus intereses como hace en Libia. Si hubiera paz en África, si hubiera una vida que mereciera la pena vivir, no tendríamos que dejar a nuestras familias y venir aquí, ¿verdad?”
En Sicilia, Tareke pasó unos meses trabajando de forma ilegal en una fábrica de aceite de oliva. Como a veces se les “olvidaba” pagarle, se fue y se buscó la vida llevando maletas en un hotel. Pero allí también le estafaron. Luego trabajó en un restaurante: lavaba platos doce horas al día, siete días a la semana. Durante una temporada ganaba 30 euros al día, suficiente para arreglárselas. Pero su jefe dejó de pagarle salvo en promesas. Por pura desesperación, Tareke se quedó y siguió lavando platos unos meses más, pero nunca recibió su dinero.
Desde Sicilia, cogió un tren hacia Roma. Como no tenía dinero para el billete, se pasó la mayor parte del viaje encerrado en el lavabo. En la capital italiana, pasó unas semanas viviendo en el destartalado centro de inmigración. “Ese es, para mí, el lugar más triste del mundo. Tantos destinos trágicos y ningún futuro para nadie. No podía soportarlo. Tantos jóvenes africanos que vienen a Roma a morir. La vida en la calle les aplasta, les destruye. La mayoría no tienen ni un céntimo. Muchos están muriéndose de hambre. La policía les machaca, y muchos se han vuelto locos. Debes entender que la mayoría de africanos han pasado años viajando a Europa. Cuando llegan a su destino están deprimidos, enfermos, hechos pedazos. Se dan cuenta de que han echado a perder sus vidas, y que han dejado a sus familias en la estacada”.
Así que Tareke decidió dejar Italia. Pero no por mucho tiempo.
Atravesó Alemania para llegar a Holanda, donde viven unos parientes. Su plan era pedir asilo, pero fue imposible conseguirlo. Desde el punto de vista técnico sólo se puede pedir asilo en el país que marcó tu punto de entrada en la UE. En Holanda, entró en contacto con algunos activistas que trabajaban con organizaciones humanitarias para ayudar a los inmigrantes ilegales. Al final, Save the Children le acogió como voluntario. Viajó de vuelta primero a Sicilia y luego a Lampedusa.
Al menos volvía a la isla como alguien que da alivio, no como alguien que sólo puede recibirlo. En los últimos cuatro meses, ha menudo ha estado trabajando turnos de 16 horas. Los peores momentos fueron en marzo y abril. Tras el colapso del régimen de Ben Ali, la isla se llenó de inmigrantes indocumentados tunecinos. El peor momento para Tareke fue cuando escuchó que su madre había muerto en Sudán: “Aún tengo esperanzas de que sólo sea un rumor”. Sabe que su hermano sigue en Libia, pero hace bastante que no se ponen en contacto. Comprensiblemente, Tareke está muy preocupado.
Tareke Brhane en Lampedusa
Ahora mismo este joven pasa la mayor parte del tiempo ayudando a niños y jóvenes que vinieron a Europa sin sus padres. A muchos de ellos les han enviado aquí sus familiares, muchos son huérfanos. “Les miro y me veo a mí mismo”. Tareke frunce el ceño. “No saben dónde están ni lo que hacen. Europa se niega a acogerlos. Europa tiene miedo de ellos, miedo de nosotros. ¡¿Porqué?! ¡El futuro mismo de estos niños está en juego! Así que vienen aquí, con un coste muy alto y tras un sufrimiento indescriptible, ¡y es sólo para que vayan pasando de manos y en última instancia desechados por burócratas! Me gustaría aprovechar esta oportunidad para pedir a Europa que les ayude:¡como mínimo ayudad a nuestros niños! ¡No van a hacer daño a nadie, lo juro! Lo único que quieren es tener una vida”.
Tareke está abrumado por la emoción, así que mira el azul profundo del mar que está bajo nosotros. Durante unos minutos estamos en silencio. El joven noble y elocuente que una vez quiso ser piloto se ha quedado temporalmente sin palabras. De repente, su teléfono empieza a vibrar. Sin coger la llamada, sabe que nuevos refugiados de Libia acaban de llegar al puerto de Lampedusa. “Me necesitarán”, dice simplemente, da la mano y se marcha.
Este ferry lleva a los inmigrantes a centros de detención en la península (J. E.)
Prácticamente muertos
Es viernes por la tarde. Las tres lanchas de los guardacostas italianos están abarrotadas con unos trescientos refugiados recién rescatados de otro barco más con el motor averiado.
Pasaron cuatro días en ese barco. Hambrientos y sedientos, están poniendo pie en suelo europeo. Parecen demasiado cansados como para sentir mucha alegría. Aturdidos, siguen las instrucciones de los hoscos policías italianos, que se esfuerzan al máximo para evitar que nos comuniquemos con los refugiados que llegan.
Una vez más, la mayoría son africanos subsaharianos. Seidu K. viene de Ghana. Se ha gastado 350 dólares en el trayecto desde Libia hasta aquí. “Se supone que el viaje iba a durar cuatro días. El segundo día, el motor se averió. Casi toda la gasolina se cayó al agua. El capitán me dijo que moriríamos seguro si los italianos no nos recogían. El mar estaba agitado. Éramos más de trescientos en ese barco. Teníamos algo de agua y nada de comida, ya que los organizadores no nos dejaban traerla”.
Seidu nos cuenta que está agotado, pero también feliz de haberlo conseguido. Muchos no lo hacen. Su actitud se ve corroborada por Osais, de Mali. “Pensábamos que estábamos prácticamente muertos. Estamos muy contentos de que vinieran a rescatarnos. Aún hay miles de africanos en Libia, todos ellos ansiosos por hacer el trayecto. Cada día la situación allí se hace más difícil. Ahora nos están matando abiertamente, así que nuestra única opción es escapar”.
En las últimas semanas se dice que el precio del peligroso viaje se ha desplomado. La última remesa de refugiados nos explica que el régimen de Gadafi está en las últimas, así que intentan desesperadamente sacarles los últimos dólares a sus antiguos esclavos africanos.
La policía y los miembros de la guarda costera llevan mascarillas y guantes. Los recién llegados pobres son tratados como si fueran carne infectada. Les meten en autobuses como si fueran ganado y les llevan al centro de inmigrantes indocumentados, al que los periodistas tienen estrictamente prohibido acceder.
Los inmigrantes están visiblemente contentos de haber sobrevivido a esa pesadilla llamada Libia. De acuerdo con la promesa de Berlusconi a los habitantes de Lampedusa, la mayoría de los migrantes son subidos a un ferry especial en menos de 48 horas. El ferry tiene como destino Nápoles, Génova y Cagliari. Las caras negras que van en él ríen alegremente y hacen bromas. Dan toda la impresión de creer que estaban salvados.
Pero su fiasco europeo no había hecho más que empezar.
“Intento advertirles de lo que les espera”, dice Tareke cansado, “pero no escuchan. Yo era igual: el deseo de vivir una vida libre, supongo que te ciega… Supongo que es más fuerte que cualquier otra cosa”.

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